Trinidad – Trinidad. Autoeditado, 2013
La primera frase que se
escucha del nuevo disco de Trinidad es “Vamos a cantar al
balcón, que llega el Sol: ya está conmigo”. La música es como de
fiesta nocturna popular, de gritos escuchados en el río abandonado,
de serenata cantada a la enamorada, precisamente, en plena madrugada,
cercano y cercado el amanecer, a la luz de los pocos candiles que aún
quedan tenuemente brillantes, esperando la vela mayor, por autores de
voz ronca, de noche gastada, que han tenido que hacer un último
esfuerzo para saltar la tapia y ofrecer tamaña muestra de amor. Es
el perfecto inicio, por lo que tiene de significativo y simbólico,
para el álbum de Trinidad, recién lanzado hoy (y en descarga
gratuita en su bandcamp: y eso que se grabó en verano del año
pasado), el de unas palabras, duras, ásperas, que, en su
“agresividad”, en su instrumentación llena de ruido, apenas
esconden historias de amor, de deseo, de vida; el de unos músicos
que, sin hacer ruido, dinamitan el establishment musical. La primera
parte de mis afirmaciones se confirma con la segunda canción, “Tu
belleza, tú y yo”, una vieja conocida del disco de debut de ElSer Humano, seudónimo de Gonzalo, uno de los componentes
de Trinidad.
A partir de la tercera,
ya comprado el pasaje y adaptados a ese mundo, iniciado un viaje de
apenas unos pasos, del anhelo sexual nervioso que atrae a los cuerpos
por primera vez, deseosos de entrar en colisión, nos introducimos,
progresivamente, en la segunda parte: una descarga continua de furia,
de ira y pasión (“sácame de aquí, y llévame contigo a la
cama”), de guitarreo puramente indie, que no desentonaría (es más,
sería de las mejores) en Los Planetas o similares. “Crees
que has inventado el rock'n'roll: lo siento, pero no”, dicen
Trinidad, en una especie de aviso, si nos lo tomamos de manera
literal, a todos aquéllos que van de gente “cool” en cada
concierto rock que dan, buscando la foto perfecta, la adoración
suprema de sus manierismos pasados de moda. Trinidad parecen
empeñados en demostrar cómo se hace un álbum rock en forma, claro,
de serenata, sin autosuficiencia, sin pose, no a destiempo, sino
fuera de cualquier limitada e innecesaria coordenada temporal, a
través de miradas y voces grandes, gigantes, quedándose contigo
para siempre, como sólo las palabras pequeñas, diminutas, pueden
penetrar dentro de nosotros.
En la última canción,
ya hemos subido a la azotea, media hora para superar ese último
tramo de escaleras con el que comenzamos el cd, deleitándonos en
cada escalón de la mano que agarra la nuestra, nos hemos despeinado
por el viento y hemos comprobado que las vistas eran buenas. Toda esa
intensidad pedía, de nuevo a gritos, de nuevo susurradamente, que
nos diera el sol, que nos azotara la fría brisa del invierno, con el
vello erizado, como el de un puercoespín que algún día hará daño
sin saberlo ni quererlo. “El mundo es feo, pero no siempre, ni para
siempre”. Démosle la razón, dejémonos transportar por ellos,
saltemos la tapia en su compañía, porque la recompensa será que el
mundo sea un poco menos feo tras escuchar lo nuevo de Trinidad.
Sobre todo porque, después de hacerlo, tienes que ponértelo una y
otra vez, volverlo a escuchar con detalle, perderte en cada una de
sus palabras, dejar que te hieran, que te golpeen, que te besen, que
te jodan, y entrar en guerra contra el puto conformismo, musical y
vital. Siendo quizás artistas y poetas, disfrutando de la piel y el
aroma, como aquella primera vez, en la que, en la cima de nuestro
pequeño mundo, contemplando el benevolente horizonte, todo parecía
que sería tan precioso: nuestro propio cuento.
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