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domingo, junio 09, 2013

Néstor Mir + Pleasant Dreams. Sala Russafa. Valencia, 8 – 6 – 2013

Néstor Mir + Pleasant Dreams. Sala Russafa. Valencia, 8 – 6 – 2013



Ayer no dejé de escuchar y leer conversaciones sobre lo mal que está la música en este país. Por supuesto, no puedo negarlo: el destrozo es evidente. Por un lado, Marina, una de los miembros de Klaus & Kinski, hacía saltar la liebre de sus fans y de bloggeros que rápidamente le dedicaban artículos anunciando en pleno concierto que está pensando abandonar la música (o algo así, porque, ya saben, requiebros del lenguaje e indirectas a tutiplén) porque de ella no se podía vivir (también hacía referencia a que no podía vivir siendo criticada en el Twitter y demás blogs y plataformas sociales, algo que Marina, no precisamente tocada por el hechizo del tacto, aunque sí, desde luego, por el del talento, nunca ha soportado). Por otro lado, leía la entrevista que la compañera María hacía con Néstor Mir, en la que afirmaba que, por fin, había dejado de sentirse un no músico por no poder vivir exclusivamente de la música, y haber tenido que desarrollar una segunda, y más segura para con la familiar, vida laboral.



Pero, hete aquí que ayer acudo a dos conciertos: el primero de Nube Nueve (del que pronto escribiré la crónica), y el segundo de, precisamente, Néstor Mir, teloneado por Pleasant Dreams. Ambos están prácticamente vacíos, poco más de diez personas en el primero y apenas tres decenas en el segundo. Sé que cada semana repito la monserga de que no había casi público, pero es que, en verdad, a la vista general de todo, me cuesta comprender el escasísimo interés general de los espectadores hacia la música, particularmente hacia la verdadera música indie, que tanto unas bandas como otras de ayer, en mayor o menor medida, practican de forma heroíca. Y vale, puede ser que lo que me guste a mi no tenga que ser apreciado o aceptado por un gran número de oyentes. De hecho, eso me podría dar la excepción que toda persona con ínfulas desea tener: la del que descubre grupos merecedores de mayor fortuna. Pero ves que entre canciones, Pleasant Dreams, aparte de sus discos, intenta vender unos bolsos de mano para la playa, y preguntas: ¿para qué?. Y ahí no entran ni la negación de las instituciones, ni la degradación cultural, ni la madre que parió a nadie, que también tendrán, seguro, su parte de culpa: aquí la culpa es de cada individuo, que niega el pan a directos tan maravillosos como los que tuve ocasión de disfrutar ayer. No voy a asegurar que yo tenga la razón, y que los demás estén equivocados, porque eso me convertiría en un arrogante tirano que intenta convertir sus gustos en opinión mayoritaria o si no patalea, y lo único que soy es alguien que desea compartir, como se ha hecho toda la vida (aunque ahora desgraciadamente se esté abandonando), la música que le gusta, con el mismo impulso con el que atiborras de canciones de bandcamp a un amigo.



Centrándonos en lo que pasó ayer en la Sala Russafa, más allá de la poca gente que asistió, de lo escaso del patio de butacas, hay que decir que la música, una vez más, cuando comenzó, hizo olvidar todo (y en un escenario tan marcado y maravilloso, iluminado con maestría). El comienzo, eso sí, fue realmente raro. Tras acumular casi una hora de retraso desde la supuesta apertura de puertas, nos dejaron pasar, y el grupo de gente que nos habíamos acumulado a la entrada, contemplamos, extrañados, que Pleasant Dreams ya había comenzado su actuación. No puedo poner la mano en el fuego por lo que había pasado antes, ni siquiera si había pasado algo, pero desde que yo entré Pleasant Dreams finiquitaron el concierto en cinco canciones. Y sí, las cinco fueron preciosas, pero es que supieron a muy poco, dejándonos, por un lado, con ganas de más, y, por el otro, con la incomodidad de estar desvinculados de alguna manera del bello concierto desde el apresurado y repentino comienzo (uno de los dos miembros de Pleasant Dreams hizo una errata al comienzo de una canción, empezando por la segunda estrofa, y lo atribuyó sibilinamente a que “parece como si alguien nos metiera prisa, ¿no?). Es que, me imagino, con un poco de coña, a Pleasant Dreams recogiendo la maravillosa bola del mundo luminosa que tenían a sus pies en el escenario, sus vinilos y sus bolsos de mano para volver a su Castellón natal, mientras se preguntan entre ellos “¿qué coño acaba de pasar aquí?”. Una oportunidad a medias. Y eso, con un grupo como éste, es una auténtica lástima. A veces, el mundo es tan pequeño como eso, una bola luminosa.



Pero el protagonista de la noche era Néstor Mir. Néstor, en su último disco-libro, La disolución doméstica, dice haberse redescubierto, al dejar la metafísica para centrarse en la vida de sus vecinos. Se acabó el rey del mambo, más a la hora de hablar que a la hora de actuar (con su traje rojo chillón, él mismo dijo que realmente “parecía el puto rey del mambo”). La egolatría del filósofo cede su paso al observador de viñetas (nunca mejor dicho, a causa de las dibujantes de ilustraciones que acompañan al disco de bonito diseño que ha lanzado) cotidianas. Néstor, ahora, extrae la poesía de ese gran desatino y desaliño que es la vida en comunidad, ésa tan difícil de aguantar y que, sin embargo, necesitas como antídoto para la soledad y el aburrimiento.



Con este disco, y con el concierto de ayer (para el que contó con una auténtica banda de estrellas de la música independiente valenciana: Gilbertástico, miembros de Polonio,...), Néstor empieza un nuevo día (tocó justo cuando daba la medianoche) y una nueva vida, dedicada a contarnos cómo nos ve, con todos nuestros patetismos, ridiculeces y particularidades, pero no desde la perspectiva de un Dios sabelotodo que nos mira como hormigas decadentes, sino que se instala entre nosotros, preguntándose cómo es posible que sigamos vivos, con nuestro instinto salvaje de autodestrucción molecular e infinitesimal.



Tras su presentación espectacular, en el que los miembros de la banda iban apareciendo uno tras otro, uniéndose a la canción poco a poco (“una entrada a lo U2”, con sorna lo calificó Néstor), entramos en su obra, difícil de componer, difícil de escuchar, difícil de vender, difícil de comprar (otra vez, vivir de la música...), que se nos presentó de la forma más simple: una ejecución tan admirable como festiva, tan sencilla como elaborada. Canciones que son como esos primeros rayos de luz que te acarician la piel. En la última de ellas, Néstor obligó a las dos primeras filas a salir al escenario a bailar. Lo sigue siendo, pase lo que pase: el puto rey del mambo.



Más info:
http://malatestarecords.wordpress.com/category/grupos/nestor-mir-la-disolucion-domestica/
http://pleasantdreams.bandcamp.com/

http://www.salarussafa.es/programacion-2/

                                                                    Pleasant Dreams






Néstor Mir














Néstor Mir - "La conquista del oeste"


Néstor Mir - "Viejo Marilyn"


Néstor Mir - "Oficinista accidental"


Pleasant Dreams - "El chico que anda triste"


















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1 comentario :

  1. Esa misma noche había dos mil personas viendo a Love of Lesbian a 25 euros la entrada. Es decir, que sí hay gente que va a conciertos en Valencia. El problema es otro.

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