Tarik y La Fábrica de Colores - Palacio de Viana. Córdoba, 20.09.14.
Una (mini) gira de aniversario suele ser a las bandas lo que
un disco de tributo a los grandes artistas. Ante ambos conceptos cabe siempre
la pregunta: ¿era necesario? Y la respuesta suele ser casi siempre afirmativa.
Se mezcla en todo ello la idea de disco conceptual o básico del grupo en
cuestión con la sensación de que la nostalgia es un ejercicio que no conviene
ejercer con demasiada frecuencia. Obviamente, los resultados rara vez coinciden
con las expectativas y en el caso de ciertos músicos hasta se convierten en
inesperados y sorprendentemente apasionantes. Porque ¿quién conocía hasta
ahora, cuando anuncia su desvinculación definitiva del proyecto, a un talentoso
escritor de canciones llamado Álvaro Muñoz, nacido en un pueblo cordobés para
ser paisano de este humilde cronista, y que lleva más de la mitad de su medio
siglo de existencia componiendo y tocando la guitarra bajo varios pseudónimos y
pieles sonoras? Igual mucha más gente de la que creo, y no sería de extrañar
que sus prolongadas estancias en Londres y su halo de leyenda desde que publicó
el disco que motivó estas presentaciones mereciera mucha más atención y
repercusión mediática. Entonces pensamos que Tarik, el general bereber que
debía lealtad al Califato Omeya en su conquista de la Península, rebautizó doce
siglos después al alma máter de una banda guadianesca que nunca dejó de
trabajar para La Fábrica de Colores y que hoy, a veinticinco años de su debut
(los hombres cambian, la esencia se perpetúa), todo vuelve a empezar para
terminar abruptamente y sin previo aviso, en una retirada ante la que
enroscamos aplausos y sentimientos encontrados, unos conceptos ante los que
cabe una vez más la misma pregunta: ¿era necesario?
La respuesta se evidencia rotundamente afirmativa tras
comprobar el mimo, el esfuerzo y el compromiso implícitos en recuperar un
puñado de creaciones que bebían y beben del afterpunk de Echo & The Bunnymen, del glam rock de T Rex y David Bowie, de las
distorsionadas atmósferas de Spacemen 3 y del pop prístino de The Kinks, sin
olvidarnos de que en solo cuatro discos, espaciados adecuadamente en el tiempo
para dar más pábulo al mito, alternaron idiomas e influencias sin el menor
complejo y cumpliendo siempre al máximo de prestaciones. Muchos matarían por
ser dueños de una carrera tan coherente. Álvaro Tarik, como le conocemos los
que por geografía o conexión nos sentimos cercanos a él, sabía que su nombre
aún brilla en el fondo de la memoria de quienes siguieron de cerca sus
movimientos después de abandonar Yacentes, el primer perfil escénico del que
formó parte como compositor y guitarrista. Fue haciéndose grande sin llegar a
explotar, de ahí que en adelante se siga hablando y escribiendo del socorrido
“talento en la sombra”, ”músico de culto” o “banda injustamente olvidada”.
Quizás ninguna de esas definiciones sea del todo cierta, pero habría que
matizar demasiadas cosas y nuestro espacio es limitado. Quedémonos con la
música, que es lo que importa de verdad.
Hacía mucho, muchísimo tiempo que no escuchábamos temas tan
lujosos como ‘Un pequeño agujero en la pared’ o ‘Gloria, gloria’, que no han
envejecido ni un día desde su nacimiento. Un fenómeno plenamente comprobable
también en el resto de temas que conformaron aquel debut como Tarik y LaFábrica de Colores que plantó la semilla de lo que luego fue un árbol de ramas
dispersas. Era necesario sin duda resucitar a otros como ‘Oh,
pequeña’ y la espléndida ‘Diez puertas’. Entre aquellos surcos también se
escondían dentelladas de cruda sensibilidad, de las que las contenidas en ‘Esa
extraña emoción’ y ‘Por la noche’ son brillantes ejemplos. El hit (todas las bandas con historia
tienen al menos uno, ¿no?) sigue siendo ‘Entonces, ¿por qué?', otro himno que
podría sonar en cualquier emisora musical de prestigio si existiera aún aquello
que florecía en los tiempos en que se editó este trabajo. En la recuperación de
este repertorio tuvo mucho que ver el empeño de un Fernando Vacas que se erige
en figura clave de la escena pop cordobesa y que no en vano ya lo versionó hace
años con sus Flow, otros grandes “tapados” de la tribu independiente local y
que ahora ejerce de aplicado bajista provisional, y la reincorporación de Eric Jiménez, titular de la batería de Los Planetas, Evangelistas y Lagartija Nick,
que da profundidad y pegada a la última encarnación de la factoría. El cuarto
en discordia, Paco Prieto, también pone su oficio al servicio de las guitarras
y los sonidos que hicieron del patio del Palacio de Viana el enclave histórico
para una despedida perfecta.
El punto de retorno no podía empañar las paradas intermedias,
y estas se situaron en los bises, con la esperada ‘Tiene que pasar’ y la enorme
‘La ascensión de Lupo’, originalmente incluidas en el hasta ahora último
trabajo de Tarik bajo dicha denominación, aunque de eso haga ya siete largos
años. Antes de sucumbir del todo a la melancolía hubo ocasión de recuperar ‘I see a UFO’, uno de los mejores momentos de su segundo álbum, y de seguir
pidiendo a voces una nueva entrega que parece ya definitivamente improbable.
Ahora sería el momento de escribir la socorrida sentencia “siempre se van los
mejores”, pero el tono lúgubre de la afirmación me impide darla por válida.
Sobre todo porque estoy hablando de un artista que, por su bien y el nuestro,
no debería dejar de serlo nunca, o al menos de intentarlo. De momento ya ha
conseguido que uno de esos vinilos que dormían el sueño de los justos en el
fondo de armario de mi discoteca haya cobrado una nueva y esperanzadora vida.
Y, créanme, suena mejor que nunca. Dicen que cuando algo termina es porque algo
mejor debe comenzar. Si ha de ser así, que sea para siempre. Hasta siempre.
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
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