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miércoles, septiembre 24, 2014

Tarik y La Fábrica de Colores - Palacio de Viana. Córdoba, 20.09.14

Tarik y La Fábrica de Colores - Palacio de Viana. Córdoba, 20.09.14.

Una (mini) gira de aniversario suele ser a las bandas lo que un disco de tributo a los grandes artistas. Ante ambos conceptos cabe siempre la pregunta: ¿era necesario? Y la respuesta suele ser casi siempre afirmativa. Se mezcla en todo ello la idea de disco conceptual o básico del grupo en cuestión con la sensación de que la nostalgia es un ejercicio que no conviene ejercer con demasiada frecuencia. Obviamente, los resultados rara vez coinciden con las expectativas y en el caso de ciertos músicos hasta se convierten en inesperados y sorprendentemente apasionantes. Porque ¿quién conocía hasta ahora, cuando anuncia su desvinculación definitiva del proyecto, a un talentoso escritor de canciones llamado Álvaro Muñoz, nacido en un pueblo cordobés para ser paisano de este humilde cronista, y que lleva más de la mitad de su medio siglo de existencia componiendo y tocando la guitarra bajo varios pseudónimos y pieles sonoras? Igual mucha más gente de la que creo, y no sería de extrañar que sus prolongadas estancias en Londres y su halo de leyenda desde que publicó el disco que motivó estas presentaciones mereciera mucha más atención y repercusión mediática. Entonces pensamos que Tarik, el general bereber que debía lealtad al Califato Omeya en su conquista de la Península, rebautizó doce siglos después al alma máter de una banda guadianesca que nunca dejó de trabajar para La Fábrica de Colores y que hoy, a veinticinco años de su debut (los hombres cambian, la esencia se perpetúa), todo vuelve a empezar para terminar abruptamente y sin previo aviso, en una retirada ante la que enroscamos aplausos y sentimientos encontrados, unos conceptos ante los que cabe una vez más la misma pregunta: ¿era necesario?

La respuesta se evidencia rotundamente afirmativa tras comprobar el mimo, el esfuerzo y el compromiso implícitos en recuperar un puñado de creaciones que bebían y beben del afterpunk de Echo & The Bunnymen, del glam rock de T Rex y David Bowie, de las distorsionadas atmósferas de Spacemen 3 y del pop prístino de The Kinks, sin olvidarnos de que en solo cuatro discos, espaciados adecuadamente en el tiempo para dar más pábulo al mito, alternaron idiomas e influencias sin el menor complejo y cumpliendo siempre al máximo de prestaciones. Muchos matarían por ser dueños de una carrera tan coherente. Álvaro Tarik, como le conocemos los que por geografía o conexión nos sentimos cercanos a él, sabía que su nombre aún brilla en el fondo de la memoria de quienes siguieron de cerca sus movimientos después de abandonar Yacentes, el primer perfil escénico del que formó parte como compositor y guitarrista. Fue haciéndose grande sin llegar a explotar, de ahí que en adelante se siga hablando y escribiendo del socorrido “talento en la sombra”, ”músico de culto” o “banda injustamente olvidada”. Quizás ninguna de esas definiciones sea del todo cierta, pero habría que matizar demasiadas cosas y nuestro espacio es limitado. Quedémonos con la música, que es lo que importa de verdad.

Hacía mucho, muchísimo tiempo que no escuchábamos temas tan lujosos como ‘Un pequeño agujero en la pared’ o ‘Gloria, gloria’, que no han envejecido ni un día desde su nacimiento. Un fenómeno plenamente comprobable también en el resto de temas que conformaron aquel debut como Tarik y LaFábrica de Colores que plantó la semilla de lo que luego fue un árbol de ramas dispersas. Era necesario sin duda resucitar a otros como ‘Oh, pequeña’ y la espléndida ‘Diez puertas’. Entre aquellos surcos también se escondían dentelladas de cruda sensibilidad, de las que las contenidas en ‘Esa extraña emoción’ y ‘Por la noche’ son brillantes ejemplos. El hit (todas las bandas con historia tienen al menos uno, ¿no?) sigue siendo ‘Entonces, ¿por qué?', otro himno que podría sonar en cualquier emisora musical de prestigio si existiera aún aquello que florecía en los tiempos en que se editó este trabajo. En la recuperación de este repertorio tuvo mucho que ver el empeño de un Fernando Vacas que se erige en figura clave de la escena pop cordobesa y que no en vano ya lo versionó hace años con sus Flow, otros grandes “tapados” de la tribu independiente local y que ahora ejerce de aplicado bajista provisional, y la reincorporación de Eric Jiménez, titular de la batería de Los Planetas, Evangelistas y Lagartija Nick, que da profundidad y pegada a la última encarnación de la factoría. El cuarto en discordia, Paco Prieto, también pone su oficio al servicio de las guitarras y los sonidos que hicieron del patio del Palacio de Viana el enclave histórico para una despedida perfecta.


El punto de retorno no podía empañar las paradas intermedias, y estas se situaron en los bises, con la esperada ‘Tiene que pasar’ y la enorme ‘La ascensión de Lupo’, originalmente incluidas en el hasta ahora último trabajo de Tarik bajo dicha denominación, aunque de eso haga ya siete largos años. Antes de sucumbir del todo a la melancolía hubo ocasión de recuperar ‘I see a UFO’, uno de los mejores momentos de su segundo álbum, y de seguir pidiendo a voces una nueva entrega que parece ya definitivamente improbable. Ahora sería el momento de escribir la socorrida sentencia “siempre se van los mejores”, pero el tono lúgubre de la afirmación me impide darla por válida. Sobre todo porque estoy hablando de un artista que, por su bien y el nuestro, no debería dejar de serlo nunca, o al menos de intentarlo. De momento ya ha conseguido que uno de esos vinilos que dormían el sueño de los justos en el fondo de armario de mi discoteca haya cobrado una nueva y esperanzadora vida. Y, créanme, suena mejor que nunca. Dicen que cuando algo termina es porque algo mejor debe comenzar. Si ha de ser así, que sea para siempre. Hasta siempre. 







   

Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney

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