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viernes, junio 10, 2016

Dominique A. Ram Club (Rambleta), Valencia 08/06/2016

Enésimo triunfo de un clásico, que tras su cancelación en febrero, supo compensar al público valenciano con creces. 



El concepto de lo atemporal.

Sin duda, algo tan abstracto, frágil y, a la vez, complicado, que intentar darle medida es labor de locos. ¿Cómo se sabe realmente cuándo se esta frente a algo que trasciende el tiempo? ¿Lo sabía el público asistente a los primeros conciertos de los cuatro de Liverpool en The Cavern? ¿Alguien vio, en su debido momento, en la pintura de Van Gogh el reflejo del devenir del arte? ¿Cómo calibrar algo así? Sin duda, si alguien siente alguna vez algo parecido a estar en presencia de un artista atemporal, fuera de cánones o tendencias, ajeno a la vejez, tocado por lo divino, debe ser a causa de un gran impacto, una manifestación de arte tan indudable y fuera de cuestión como que el agua moja. 

Creo que algo así experimenté yo la noche del miércoles viendo actuar a Dominique Ané

Es paradójico el extremo al que han llegado las cosas. Lo extremadamente difícil que es ver algo semejante, cuando debería ser lo deseable a la vista de lo que se cobra frecuentemente por entrada. Generalmente, se trata de un coste exorbitante teniendo en cuenta lo que ofrece actualmente el pop o el rock clásico: viejas glorias que casi ni se tienen en pie, actos de compromiso por parte de músicos que se ven obligados por las circunstancias a tocar lo que no quieren o, sencillamente, jóvenes imberbes intentando reflejar lo que un día les contaron que era este rollo. 

Nada de eso sucedió la noche del miércoles (día-ecuador semanal siempre difícil para llegar a la asistencia deseada por una promotora), en que todo -y quiero decir, TODO- estuvo a la altura del precio que se exigió al público asistente para poder entrar. Un buen símil a la calidad ofrecida ayer, sería el hecho de comerse un banquete de restaurante con estrella Michelín, a precio de menú diario de cafetería. Tenemos que comprender que estas cosas, estos acontecimientos únicos que cada vez escasearán más, cuando se ofrecen con cariño, cuidado y dedicación, por parte tanto de la organización como de los artistas, sencillamente, no tienen precio. No se paga lo inolvidable. 

Tras la cancelación del concierto que iba a tener lugar el pasado febrero en Las Naves por motivos personales del cantante, para el que se vendió una sabrosa cantidad de entradas que hubo que restituir, evidentemente el resarcimiento se hacía obligatorio por parte de un músico que siempre ha hecho gala de una honestidad fuera de toda duda. No se hizo esperar la confirmación de este concierto en junio, pero sea por el motivo que sea, la respuesta no fue tan entusiasta en cuanto a venta de entradas. Lamentablemente , la asistencia  de público en esta ocasión no creo que rozara ni la mitad de la que iba a ser en febrero. Llámenlo verano, fallo de promoción, Primavera Sound o Festival de Les Arts, pero el caso es que es una lástima que unos promotores tan necesarios como Tranquilo Producciones, que arriesgan tanto siempre con sus apuestas, tengan que perder dinero en momentos que deberían ser de tiro fijo. Una lástima. 

Y lo es porque, consciente de la deuda contraída con su público tras la mencionada cancelación, Dominique A, acompañado de su banda, vino dispuesto a resarcirlo con un concierto realmente grandioso. Para ello estuvieron, junto a sus técnicos, probando sonido desde las tres de la tarde y hasta poco antes del concierto (previsto a las 21.30), para que este inicio de gira que acontecía en Valencia, fuera sencillamente perfecto. Y no duden de que así lo fue. El sonido que se desprendió del escenario desde que con una amplia y sincera sonrisa lo pisara por vez primera el protagonista de la noche, fue de una profundidad, nitidez y efecto embriagador, que diría que pocas veces en mi vida he sentido algo igual en una sala reducida, como es el Ram Club de l'Espai Rambleta

Mención especial para una banda excelente, un four-piece  que abrigaba las canciones como si fuera la última vez que las fueran a tocar, el repertorio que el de Provins desplegó mantuvo siempre un equilibrio e intensidad, parejas a esa musicalidad, esa emoción y poder de comunicación, que desprende este maestro, este clásico, desde las uñas de sus pies, hasta el último poro de su cráneo rasurado. Cada gesto espasmódico (esos cabezazos tan característicos), cada paso de baile, cada guitarrazo, tuvo un porqué. Nada resultaba gratuito en una actuación modélica en su formulación e impactante a más no poder en cuanto a resultados.


Momentos para marcar a fuego en la memoria hubo unos cien, sobre todo teniendo en cuenta que el disco que presenta, "Eléor" (2015), es sin duda uno de los mejores de su carrera, pero yo destacaría la gratificante elección de un clásico olvidado como la canción que daba título al disco "Tout será comme avant" (2004), que sonó como un cañón; las nuevas "Eléor", "Central Otago" o la maravillosa "Au revoir mon amour"; los clásicos indispensables ("Antonia", "Pour la peau", "La memoire neuve") y, sobre todo, un absolutamente electrizante final con "L'Horizon" y "L'Ocean", que nos dejó a todos atónitos y exhaustos. 

Y sobre todo, destacaría, aún a riesgo de hacerme pesado, a una banda excepcional, capaz de dar empaque a unas canciones que sí, se bastan por sí solas para convencer, pero eso también significa que el vestido que se les ponga tiene que estar a la altura y estos músicos (un aplauso grande al bajista habitual del Ané, Jeff, que es sencillamente soberbio) nos hicieron alcanzar durante su concierto momentos de éxtasis. 

Y sí, creo que la trascendencia al tiempo está cercana a esto. A un artista que no necesita florituras, artificios ni postureos para seguir manteniendo una credibilidad que, gracias a una carrera modélica y mantenerse fiel a sí mismo, nunca ha sufrido ni el más mínimo tropiezo. Un señor que no requiere reinventarse ni recurrir a la pirotecnia para seguir convenciendo a un público que, pese a no ser tan numeroso como cabría haber esperado, volvió a su casa satisfecho por haber visto algo que por una vez, superaba las expectativas creadas por el precio pagado. Ayer tuve la sensación de estar en un concierto como los de antes (ustedes disculparán que me ponga abuelo), cuando todo era vigente, cuando todo sucedía a su debido tiempo y no era un pálido reflejo del pasado, cuando todo estaba vivo y coleando. Gracias, una vez más, a la organización y a este artistazo, por hacernos degustar durante dos horas la atemporalidad. Gracias.


















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