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lunes, septiembre 26, 2016

Lloyd Cole playing his classic songbook 1983-1996. Loco Club (Valencia). 25/09/2016

El británico, acompañado de su hijo William, inundó de elegancia y canciones magníficas un Loco Club abarrotado por un público de diez. 


El que alguien tan íntegro como Lloyd Cole, que se ha resistido siempre como un león a hacer uso de su pasado para subsistir, haya claudicado asumiendo que dar a la gente lo que quiere es lo conveniente para su bolsillo, da una radiografía clara del signo de los tiempos. No en vano la nostalgia de los ochenta (los nuevos sesenta, dicen) es el motor que mueve ahora la música pop, llena, tanto en su vertiente mainstream como en la mal llamada independencia, de imitaciones del sonido característico de tan burbujeante década.

Ahora bien, cuando se tiene una personalidad tan pétrea como la que tiene el de Buxton, podrá haber rendición, pero con condiciones. El inicio de la gira española que tuvo lugar en Barcelona, sirvió para poner los puntos sobre las íes. Lo que Lloyd Cole no iba a soportar es a un público irrespetuoso, que hable durante las canciones o haga palmas. Él pide silencio y no hace concesiones, o bueno, no más de las necesarias.

Así llegó al escenario del Loco Club de Valencia ayer, domingo, ante una taquilla poderosa y expectante, que ya se hallaba sobre aviso del cabreo que el señor se había cogido la noche anterior con el público barcelonés. Ni fotos, ni hablar, ni palmear, sólo escuchar o habría consecuencias.

La nostalgia pinta canas y si uno sobrevolaba las cabezas de las personas apretadas por todo el club, veía más o menos un 80% de pelo blanco. Es lo que tiene venir a recuperar tu pasado a la ciudad del "remember the time", pero sea como sea, logró el imposible de hacer salir de sus casas a gente que habitualmente no va a conciertos y nada menos que en domingo. Toda una proeza.

A tono con su público, un Lloyd Cole de pelo plateado, extremadamente elegante enfundado en su impecable indumentaria vaquera (jeans y chaqueta a juego), simplemente salió, tomó una de las tres guitarras alineadas al fondo del escenario y comenzó a rasgarla suavemente. Cuando despegó los labios y su voz de seda comenzó a planear sobre todos, automáticamente pasamos a habitar en el bolsillo de un músico que sabía hacer de la desnudez de formato un aliado fiel que añadía, pese a lo difícil que eso resulta, enteros a unas canciones que escuchadas en cercanía cobraban mucha más vida que enlatadas en disco. Además, con su sentido del humor incisivo y también algo mordaz, consiguió el imposible de hacer callar al público valenciano, que debo decir tuvo un comportamiento modélico durante todo el set, a diferencia de lo habitual en esta ciudad, que es precisamente lo contrario.

El primero de los dos pases que compondrían la noche estuvo basado en una nada obvia revisión del pasado que venía a reivindicar, tanto de Commotions, empezando por la más antigua de todas sus canciones,"Patience", y pasando por "Pretty gone", "Anywhere but here" (una rareza en forma de cara b de los tiempos de "Mainstream"), la esperadísima "My bag" en una versión más country que la original o la igualmente celebrada "Jennifer she said", que cerró este set, se mezclaron con elecciones arriesgadas de su época en solitario como "Pay for it" (lástima que fuera la única referencia al que considero quizá su mejor disco "Don't get weird on me baby"), "Love ruins everything", "loveless" o "So you'd like to save the world". Mención especial para una de las grandes sorpresas de la noche: un "Sometimes it snows in april", de la mano del llorado Prince, cuya revisión aterciopelada por parte de Cole personalmente me puso los pelos de punta. No sería la última referencia a Prince de la noche.

Tras esta primera parte, un parón de descanso que podría haber sido algo más corto (amenizado también con música del genio de Minneapolis), le llegó el turno al segundo acto. "No sabéis lo que me ha costado encontrar a alguien que sea como yo cuando era joven y que además toque la guitarra, nada menos que 23 años", bromeaba el cantante, en referencia a la presencia en el escenario de su hijo William, que le acompañaba a los arreglos. No podía tener más razón. Su retoño es su viva imagen en tiempos de juventud, sólo que más tirando en cuanto a look a Johnny Marr o John Squire.

Juntos desplegaron una selección, esta vez bastante más convencional, del repertorio clásico del cabeza de familia, que fue toda una lección de buen gusto. La obsesión casi enfermiza de Cole por que todo esté perfecto es más que evidente: se preocupa de afinar tras cada canción, no hay errores de ejecución y todo está en su sitio con precisión relojera. Normal que a su chaval se le viera nervioso y bastante afrontado ante su responsabilidad de adornar un pedazo de historia del pop, a la sombra de su siempre circunspecto padre. Pero supo dar en el clavo, haciendo gala tanto de técnica como de talento e imaginación para dar cobertura instrumental más que sobrada a lo que tocaron juntos, que ahora sí, fue clásico tras clásico: "Don't look back", "Mr. Malcontent", "Like lovers do" (aderezada al final con un cachito de "I coul never take the place of your man", otra vez Prince), "Are you ready to be heartbroken", "Perfect skin", "No blue skies", "Hey Rusty", "Brand new friend" (con "Sorrow" de los Merseys a la cola, vía Bowie, imagino) y el apoteósico bis con "Lost weekend" y "Forest fire"

Muchos son los motivos por los que habría -valga el tópico- que enmarcar esta tarde de domingo, pero más allá de los sentidos homenajes a músicos desaparecidos, de las canciones inmensas o del público inusualmente respetuoso, que lo crea o no Mr. Cole, sí que volvió a casa algo más joven a la par que feliz, está un músico puro, un tipo esculpido en piedra que demuestra que revivir hoy un pasado que nació de su juventud (no dejó de bromear acerca de su edad y sus dificultades para interpretar algunas canciones) no tiene porqué significar claudicar, abandonar principios ni auto parodiarse. 

El despliegue de elegancia que presenciamos ayer no puede llevarlo a cabo cualquiera. Está claro que esta revisión fue algo alimenticio, pero la forma en que lo ha afrontado lo convierte en totalmente necesario. Esto va mucho más allá de la nostalgia. Demostró que no se necesita mimetizar un sonido para que vuelva a hacer sentir escalofríos. Las canciones están para recuperarlas, sí, pero haciendo que vuelvan a cobrar vigencia. Y eso es lo que pasó ayer, que quedó patente que Lloyd Cole es tan vigente como viejo, que su música no tiene edad. Y que es muy, muy grande.











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