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domingo, octubre 23, 2016

The Rad Trads. Loco Club (Valencia) 20/10/2016

Difíciles de disipar los restos del incendio provocado por estos jóvenes músicos neoyorquinos en un Loco Club que jamás olvidará uno de los directos más impresionantes que han pasado por sus tablas. 


Mi crónica debería ser la siguiente: "Os lo dije". Y punto final.

Por supuesto, no va a ser tan breve, pero desde luego entono orgulloso esa frase tan pepitogrillesca puesto que advertí con antelación que iba a ser un concierto incendiario que unos pocos elegidos contarían a sus nietos y por una vez, puedo decir que tuve más razón que un santo. 

La del Loco era una de las dos únicas fechas en España de este combo de New York de corta existencia y un sólo disco -poco coreado- en su haber, que ha decidido liarse la manta a la cabeza y patearse los escenarios europeos a la búsqueda de acólitos. Fueron ellos mismos los que contactaron con la gente del club valenciano para ir a tocar allí y los susodichos, como siempre, aceptaron gustosos el reto de traer a unos perfectos desconocidos y poner a prueba una vez más el buen gusto y la fidelidad del público de esta ciudad. Tanto a unos como a otros les tengo que dar unas grandes, grandes, GRACIAS. 

Porque si unos no hubieran decidido aventurarse a tierras lejanas y otros no tuvieran la valentía de apostar por lo poco seguro, los "espabilados" que acudimos al concierto no hubiéramos presenciado lo que presenciamos, que no fue sino uno de los mejores conciertos del año, por lo menos respecto a lo que los ojos del que esto escribe han visto. Pocas veces un despliegue musical tan entusiasta, festivo, efervescente y encima, preciso y de suprema calidad, ha sido visto en una ciudad que últimamente goza de una variadísima oferta. Si me apuran, yo sólo citaría a Fleshtones o Young Fresh Fellows (aunque estilísticamente no tengan demasiado que ver con los que nos ocupan) como autores de conciertos comparables. 

Y eso que estos muchachos el "Trad" del nombre se lo han puesto a conciencia. Más tradicionales no pueden ser: aglutinan en sí toda la tradición de la música de su país. La propia de su ciudad natal, con el jazz a la cabeza, el bluegrass del sur, las noches de New Orleans, el soul de Memphis, las lecciones de Dylan y su banda, el rock de pub, el blues, todo lo que en teoría debería parecer a un chaval de tierna edad antiguo y viejuno, pero que ellos saben llevar al terreno patrimonial, de acervo cultural preservable, que se merece. Y con toda la frescura que su edad les sugiere, debo decir.

Porque si algo fue la noche que vivimos este jueves los presentes allí, es refrescante. Y además, demostrativa de que no es necesario inventar nada para hacer música sugerente y vigente. Esta música que The Rad Trads traen consigo es música que nunca debe morir, siempre debe haber alguien que la guarde, de generación en generación y si se hace tan bien como lo hicieron ellos, podemos estar seguros y agradecidos de que, efectivamente, nunca morirá, porque nadie, nadie, puede resistirse a ella cuando se toca con  verdadero corazón. 

Corazón y ganas de comerse el mundo entero, eso es lo que falta a muchos de los músicos que pueblan escenarios y que sólo unos pocos, como éstos, parecen tener en la cantidad adecuada. El entusiasmo, la firme intención de dar espectáculo, de hacerlo tan bien como humanamente sea posible, son conceptos que no todos interiorizan. Los Trads lo tienen más que claro: un concierto es una fiesta. Desde el minuto uno. 

Puedo asegurarles que fue así y que no decayó ni un segundo: desde que los seis músicos pisaron el escenario fue patente que lo que se iba a vivir no iba a ser lo habitual. Una sección de vientos (trombon, trompeta y saxo) de una perfección impresionante, así como una base rítmica de bajo y batería más que engrasada, coronado todo ello por un guitarrista que ni rompiendo varias cuerdas dejaba de ser absolutamente estratosférico, dieron una exhibición musical de esas que en la ciudad de los rascacielos pueden ser más o menos habituales, pero aquí no tenemos tan a mano. Músicos de una talla gigante, curtidos en mil clubes, que se sentían cómodos en cualquier género que acometían y encima se repartían labores vocales todos ellos como si nada. Nadie destacaba más que los otros y todos lo hacían de una manera que me es muy difícil explicar (estas cosas hay que verlas). Sólo diré que nunca había visto una conjunción entre músicos semejante. Su acto olía a muchas noches de juerga, a camaradería, a horas y horas de ensayo y conciertos. Y fue impresionante. 

Tanto las canciones de su debut discográfico "Must we call them The Rad Trads" (Dala Records, 2016), buen tratado de americana remozada con soul, como las muchas versiones con las que nos -por decirlo de manera suave- amenizaron, sonaron como deben: con precisión, pero plenas de espíritu, con la plaza justa para un virtuosismo de talla alta que sabía encontrar su lugar dentro del entretenimiento. Aunque las canciones, que debo decir que las tienen muy buenas, ahí están "Delilah", "At ease boys", "Keith Richards and I" o "Since you've been gone" para demostrarlo, realmente dan lo mismo. Tocaran lo que tocaran hubieran estado igualmente sublimes.


Lo importante era un espectáculo que como digo, no tuvo ni un segundo de bajón. Todos cantaban, la banda sonaba como un cañón, los tres vientos soplaban fuerte y con precisión milimétrica, cada uno tuvo su momentos de protagonismo en forma de solos que dejaban los ojos muy abiertos, nada aburridos ni planos, e incluso se permitieron emular a Peter Zaremba y compañía saltando más de una vez al foso del público a tocar a pelo y montar la juerga. Canciones propias y bonitas versiones (de extremado buen gusto, debo decir)  como el clásico soul "You don't miss your water" de William Bell, el tradicional gospel "Up above my head" (una interpretación orgásmica por parte del saxofonista) y la final "Bring it on home to me", un tributo más que pasional al gran Sam Cooke. 


Tradición, calidad musical, virtuosismo del que da gusto ver, fiesta, buen rollo y uno de esos conciertos que sólo los que no tienen miedo a salir de casa para ver algo diferente, aunque no lo conozcan ni hayan escuchado prácticamente hablar de ello, pueden disfrutar y vanagloriarse posteriormente de haber sido partícipes de algo especial, que contaran a cuantos puedan, para eterno escarnio y envidia de los que no fueron lo suficientemente avispados como para unirse a la fiesta. A esos -se siente- la próxima vez que vengan los GRANDIOSOS Rad Trads, les tocará hacer cola para verles e igual hasta se quedan fuera. 


Galería fotográfica: 















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