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jueves, enero 17, 2019

Elliott Murphy & Olivier Durand. Loco Club (Valencia) 16/01/2019

Lección magistral por parte de la última rockstar, o mejor, el último maldito del rock y de su guitar hero particular, en una liturgia que no se olvidará fácilmente en esta ciudad. 



Difícil expresar lo sentido anoche. He sido seguidor de este hombre de Long Island (NYC), pero europeo de espíritu y adopción, desde que un buen día allá por los noventa me compré totalmente a ciegas, por la portada y porque el nombre me sonaba, el disco "Change will come". Le he visto en varias ocasiones, con banda o en formato acústico. Pero lo de ayer noche no lo puedo explicar.

Bueno, va, lo intentaré...

Las expectativas siempre son grandes cuando uno ha visto en repetidas ocasiones a un determinado artista dar fantásticos conciertos. Seres con oficio que se entregan a muerte a cambio del precio de una entrada, porque sencillamente no lo hacen por dinero. Lo hacen porque creen desesperadamente en lo que hacen, porque es su vía de comunicación con un mundo esquivo y traicionero y necesitan de ello para respirar y seguir habitando en él. De esos, lamentablemente, quedan ya pocos.

Tal como decíamos en el artículo que sirvió de previa a este concierto (leer), en una de sus primeras canciones publicadas, "The last of the rockstars", Elliott Murphy decía que "el rock and roll ha llegado para quedarse, pero quién estará ahí para tocarlo?". ¿Heraldo del apocalípsis del rock? Puede ser, porque eso empieza a ser cierto. Comienzan a escasear los auténticos rockers, los poetas urbanos que han vivido en sus venas la época dorada, los que pueden hablar realmente con autoridad de todo lo que sucedió, a través de sus canciones. Elliott quizá sea uno de los últimos, ya sean rockstars (él no lo es ni por actitud ni por estatus) o popes del malditismo underground. Ya casi no quedan.

De alguna manera, uno siempre teme que este tipo de artistas experimenten el obligatorio bajón que dicta la edad. Hace nada menos que cuatro años desde que le vimos, tal como relatamos por aquí también, en la Sala 16 Toneladas de Valencia. Fue un concierto inolvidable, pero tras ese relativamente largo período de tiempo, me temía, no sé... que su voz ya no fuera igual, que hubiera perdido esa energía tan característica de sus actuaciones, que ya no tocara tan firmemente la guitarra. Pasa el tiempo, inexorable, y uno no puede evitar pensar que pasa hasta para los más grandes.

Pero no, ahora comprendo que Elliott Murphy nunca decepciona a su público. Antes se retirará que hacer eso. Lo da todo, lo comunica absolutamente todo. Con maestría, vigor, autoridad. Nada de medias tintas. Eso es para los que no saben lo que tienen. El conoce a su público, ya se dio cuenta en los ochenta que aquí en el sur de Europa era donde estaba su casa y aquí se ha quedado para siempre, sin echar la vista atrás. Su público es fiel, amoroso, anoche había gente llorando mientras coreaba sus canciones. Eso no hay muchos que puedan decirlo. Es plenamente consciente de ello y en consecuencia, paga lo que debe.

Un amigo me decía por las redes "Ojalá vuelva con banda". Craso error: le he visto con banda y sólo, con su fiel amigo Olivier Durand, es como me gusta más. El ejercicio de camaradería, de gitanismo musical, que despliegan ambos por un escenario que llenan sobradamente sin necesidad de nadie más, es algo, aunque suene tópico, totalmente fuera de lo común. Son dos tipos que se conocen a la perfección, que se las saben todas y que no tienen más que mirarse para saber qué viene después. Las dos veces que les he visto juntos, ésta y la anterior del 16 Toneladas, han sido de los conciertos que me llevaré a la tumba.

Ambos conocen también a la perfección a ese público que abarrotaba otra vez más (y eso es difícil a mitad de semana en Valencia) la sala en la que tocaban, en esta ocasión el Loco Club. Con los primeros acordes ya estábamos todos metidos en su bolsillo, algunos en el de Elliott, otros en el de Olivier. Porque además son perfectamente comparables. Durand no es para nada el escudero del cantautor, como suele decirse, es un compañero que guarda un peso específico en el escenario comparable al del autor de las canciones. Es un guitar hero como pocos pueden verse, que con muy pocos elementos monta un jaleo impresionante, arreglando las canciones que suenan desnudas en manos del otro hasta hacerlas sonar completas y estratosféricas.


Si además añadimos a la ecuación que comenzaron nada menos que con una secuencia como  "Drive all night", "Crepuscule", "Change will come" y "Take that devil out of me", pueden ustedes imaginarse que la cosa se caldeó lo suficiente como para importar poco que al día siguiente se madrugaba mucho. Murphy se acercaba al público, adoptaba poses con la guitarra que por más trilladas no dejan de ser efectivas, hablaba poco, pero hablaba bien, mezclaba versiones temáticas, como "These boots are made for walkin'", de Lee Hazlewood, con la propia "Chelsea boots" o simplemente, cantaba desde el corazón, que es lo que mejor sabe hacer, mientras Olivier generaba excelsas atmósferas con su guitarra, o desataba tormentas.

Un repertorio apabullante, que no requiere de clásicos para llegar al personal, aunque también los hubo, claro: no puede faltar "You never know what you're in for", ni "Last of the rockstars", pero también sonaron "Ophelia", "On Elvis Presley's birthday" o "Touch of kindness", porque sí, porque el hombre tiene una discografía con pocos altibajos, porque cualquiera de sus canciones, tocándolas como las tocan él y su compañero, hace soñar.

Por eso la ovación cuando ellos daban por finalizado el concierto tras una interpretación de otro clásico casi olvidado de 1977, "Rock ballad", les pilló por sorpresa. Pero ellos pueden improvisar, tocar cualquier cosa. Y lo hicieron: la maravillosa"Just a story from America" sonó hirviente junto a la coda con el "Twist and shout", de los hermanos Isley. Pero no fue suficiente, tuvieron que desenchufar sus instrumentos y hacer que el corazoncito de este que suscribe se arrugara como un papel al escuchar una versión tan carnosa, tan sentida, de una favorita. Un "Green river", que Txema Mendizábal, músico vasco afincado en Valencia que tenía justo al lado boquiabierto como yo, me chivó que está dedicada a su ciudad, Bilbao, dado que el americano posee una casa en el casco viejo. Y yo sin saberlo! "Nunca te acostarás sin saber una cosa más", decía mi padre. Sólo que yo anoche me acosté sabiendo muchas, muchas cosas más.


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