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domingo, marzo 10, 2019

1979: cincuenta discos cuarentones (quinta y última parte)

Al fin llegamos a los diez últimos discos de la lista de cincuenta que conforman este repaso, de gusto personal, recuérdese, a lo que fue el panorama del pop en 1979, es decir, hace ya cuatro décadas. Si en principio podría parecer más interesante otro año (por ejemplo 1969) para conmemorar su aniversario, a la vista está que éste tiene sobrados motivos para ser considerado uno de los 365 días más impresionantes desde el nacimiento del rock hasta nuestros días. Y si no, miren lo que viene ahora...




10. Rust Never Sleeps, Neil Young & Crazy Horse (Reprise)Es inevitable acudir a la consabidísima frase acuñada en la canción que abre y cierra el disco: "es mejor quemarse que oxidarse". Neil Young sabía perfectamente eso. A diez años vista de Woodstock, el sueño hippie no era más que ceniza del pasado y vientos renovadores que soplaban tanto en Estados Unidos como en las calles de un Londres que ardía, propiciaban una excitación que el rock no había conocido desde sus orígenes. Algunos tardaron demasiado en enterarse, pero Neil, no: el punk y la nueva ola eran realidades refrescantes a las que uno debía adaptarse si no se quería oxidar. A eso se refería el canadiense en aquella canción, Hey Hey My My (subtitulada Out Of The Blue o Into The Black según se tratará de la versión acústica o la eléctrica), en la cual nombraba a Johnny Rotten y decía que el rock and roll no moriría nunca. Y no es que su carrera se hallara en dique seco, pero sí que es cierto que los dos discos que sucedieron al magistral Zuma, American Stars And Bars y Comes A Time, sin contar el recopilatorio Decade, lejísimos de ser mediocres, no alcanzaban la enjundia de sus predecesores, por lo que dada la inquietud artística de su autor, resultaba esencial un giro que volviera a colocarle en el podio de los referentes. Y vaya que lo dio: Rust Never Sleeps, que puede considerarse parte de una trilogía junto a la película del mismo título y el disco en directo Live Rust, es quizá el disco definitivo de Young, aquél que incluye sus múltiples personalidades reunidas de una forma más coherente. Para empezar, el vinilo diferenciaba claramente sus dos caras: la primera era acústica, prácticamente sin más instrumentación que el cantante y su guitarra, y especialmente melancólica; la segunda estaba integrada por cinco piezas eléctricas junto a sus Crazy Horse, a cada cual más fiera y desatada. Es en esta segunda tanda donde Neil y su pletórica banda dan rienda suelta a una influencia del punk que habían absorbido de la joven banda Devo, compañeros en la gira que sirvió para grabar las bases de la mayoría de estas canciones (un par se grabaron en estudio y la mayoría fueron grabadas en directo y post-producidas). Devo, además de transmitir su energía y particular visión del rock and roll, fueron quienes dieron a Young el famoso eslogan del “óxido nunca duerme”, que titularía el disco y que ellos mismos habían acuñado como publicistas de una campaña de líquido antioxidante. Tanto el estallido eléctrico saturado de distorsión que propinaban Sedan Delivery o Wellfare Mothers - a las que prácticamente toda la generación grunge debe su existencia-como la épica de la inmensa Powderfinger o de Into The Black, no desentonaban en absoluto con la desolación que traían Thraser y Pocahontas o la complejidad de Ride My Llama, que mostraban simplemente dos caras de una misma moneda, la de la reinvención de un músico genial que no sólo se negaba a anquilosarse, sino que mostraba el camino a seguir.

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09. The Beat, The (Paul Collins) Beat (Columbia): Me recuerdo perfectamente en una noche de acampada con amigos especialmente etílica escuchando toda la noche este disco. Fue cuando lo acabábamos de descubrir y realmente no dábamos crédito al hecho de que tanta, pero tanta, diversión pudiera estar concentrada en tan sólo un disco. Paul Collins realmente era batería y venía de tocar en los Nerves, banda formada en San Francisco junto a Jack Lee y Peter Case. Con ellos dio forma a un sonido que puede considerarse pionero en la recuperación de una visión pretérita del rock and roll con fuerte acento melódico y sensible aumento de velocidad, que los entendidos, en su afán clasificador, tuvieron a bien llamar Power Pop. La banda, como de muchos es sabido, dejó tan sólo un EP tras de sí, pero en el mismo se encontraban varias de las piedras filosofales de este subgénero, entre ellas la mítica Hangin' On The Telephone, que acabaría siendo un mega-hit a manos de los nuevaoleros Blondie. Tras la disolución de The Nerves, Collins emigró a Los Angeles y desde allí dio forma a The Beat, junto con otros músicos locales, como su fiel bajista y mano derecha Steven Huff, con los que empezó a moverse en el circuito de clubes, cuyo público parecía aceptar su sonido como algo nuevo y excitante. El mítico manager Bill Graham no tardó en firmar para ellos un contrato con Columbia Records, que fueron los que lanzaron a bombo y platillo la ópera prima de The Beat (que posteriormente se verían obligados a cambiar tal apelativo por The Paul Collins Beat, debido a problemas legales con la británica banda de ska de igual nombre). Su apuesta no era en balde, el disco era superlativo se mire por donde se mire. Es uno de esos álbumes en los que cualquier canción posee las características esenciales para ser radiada y por tanto, un hit. Rock And Roll Girl, Different Kind Of Girl, Let Me Into Your Life, I Don't Fit In, Walking Out On Love, You Won't Be Happy... la secuencia es deslumbrante. Pocos casos se han dado de tal eficiencia a la hora de aunar energía y melodía en dianas pop de semejante octanaje. Un disco absolutamente perfecto y sobre todo, un dechado de diversión sin límites que lo único que pide es ser bailado y pinchado una y otra vez. Y sin embargo... otros se llevaron los laureles. The Knack, banda de similares coordenadas también de L.A. sacaron el mismo año su Get The Knack y alcanzaron con él y con su My Sharona el ansiado número uno que a Collins y los suyos les fue negado, sumiéndoles en la desdicha del desdén del gran público. El tiempo, sin embargo, les ha revalidado. Su disco sigue siendo recuperado y alabado por un número de fans nada despreciable y Collins sigue reivindicando estas canciones, junto con otras que van apareciendo en sus últimos discos y que gozan del mismo estado de forma, en unos directos siempre festivos y llenos de actitud. Y es que alguien podría perfectamente pretender vivir de las rentas de estas 12 canciones. Son incandescentes, interminables, celestiales.

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08. Machine Gun Etiquette, The Damned (Chiswick) El punk, al final de todo, es diversión. La actitud hedonista e irreverente del rock and roll primigenio llevada al extremo de sus posibilidades. Si ha habido una banda en el mundo capaz de entender eso a la perfección, esos son The Damned. Banda aún en activo y que además, puede colgarse la medalla de haber sido la que primero llegó a editar, bajo el paradigma de ese movimiento, una referencia discográfica, en concreto el magnífico single New Rose, clásico que en gran parte define de por sí un género. Inicialmente integrados por el guitarrista Brian James, su paradigmático bajista Captain Sensible, el batería Rat Scabbies y el vampírico vocalista Dave Vanian, la banda editó dos trabajos antes de que James abandonara el barco, dejándoles además sin su principal compositor. El período de readaptaciones que sobrevino les tuvo sumidos en un silencio de más de un año (mucho tiempo, por aquél entonces), durante el cual barajaron la posibilidad, por problemas legales, de cambiar su nombre a The Doomed e incluso de que fuera Lemmy, de Motorhead, quien asumiera el rol del bajista, para que Sensible tomara la guitarra. Nada de eso hizo falta. The Damned volvieron a ser The Damned, pero eso sí, Sensible se pasó -y muy bien que hizo- definitivamente a la guitarra, pasando a tomar el rol de las cuatro cuerdas el nuevo integrante Algy Ward. Llegó el momento de grabar un nuevo disco y lo hicieron a las órdenes de Roger Armstrong en los mismos estudios y al mismo tiempo que los Clash grababan London Calling, de hecho Joe Strummer y Topper Headon aparecen a los coros (sin crédito) en Noise Noise Noise. El resultado de estas sesiones se tradujo en un escupitajo en la cara de todos aquellos que carecían de fe en la nueva formación, tras la marcha de su guitarrista original. Era una bomba atómica en plena explosión. Superior en mi opinión a su debut, considerado generalmente más clásico por su peso en la explosión punk, Machine Gun Etiquette es, desde su inicio, un despilfarro de energía y rabia. No hay más que escuchar la incial Love Song, uno de sus grandes clásicos, que presagia el futuro del punk en la forma del hardcore melódico que años más tarde capitalizarían Descendents o Bad Religion. Una serie de tópicos sentimentaloides lanzados a grito pelado y a una velocidad y volumen realmente perjudiciales. Liar, Noise Noise Noise, The Pope, la titular, o la versión del Looking At You de MC5 pasada de speed, siguen la misma línea, pero a diferencia de su debut, este trabajo se beneficia de una variedad de gustos, que incluían la psicodelia, el vaudeville o el pop, que es la que hace que aparezcan en su paleta inmensos clásicos como I Just Can't Be Happy Today, Plan 9 Channel 7 o el gran hit del disco, aquél Smash It Up dividido en dos partes, que se encargaba de cerrar esta obra maestra de un grupo que ha sido demasiado tomado a la ligera por la historia del rock. Se les ha recordado como una banda divertida y marrullera, pero me temo que la realidad es que la corona mugrienta del punk debería ser suya. Y en este disco está la prueba.

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07. The Wall, Pink Floyd (EMI):  En 1979 Pink Floyd habían alcanzado tal estatus que podían considerarse paralelos en cuanto a fama y fortuna a los ya largo tiempo desaparecidos Beatles. Ostentaban esa corona del rock tan deseada, pero sin embargo, distaban mucho de ser una banda. El carácter megalomaníaco de quien absorbiera el rol de liderato de la banda en tiempos de la partida de Syd Barrett, un Roger Waters cada vez más apartado de sus compañeros, había hecho aparición para impartir una dictadura que los demás terminaron por encontrar inaceptable. Durante la gira del anterior álbum de la banda, Animals, Waters, al discutir con alguien del público, le escupió en la cara. Harto de ese tipo de situaciones, el hecho le hizo reflexionar y comenzó a fantasear con la construcción de un muro que separara al artista y al escenario de su público. Pero ese sólo fue el germen de algo mucho más profundo: el desarrollo de la historia de un personaje, una especie de estrella del rock llamada Pink, que debido a diversos traumas como la carencia de una figura paterna, la estricta educación inglesa o las drogas cae en colapso y construye un muro en torno a sí que le acaba convirtiendo en un paranoico con aspiraciones fascistoides. No era sino una metáfora de sí mismo y de su estado en aquél momento, en el que su muro había afectado incluso a su relación con sus compañeros de banda. Así pues, el disco fue concebido casi en su integridad por el bajista, pese a que los demás intervinieron en la composición de arreglos y se ejecutó bajo las órdenes del productor Bob Ezrin, pero siguiendo las instrucciones de un Waters que consideraba a este disco como su criatura. El sonido es tan monumental como el colosal muro que se erigía en escena durante los escasos conciertos de presentación que tuvo el álbum. Ezrin aportó su toque especialmente grandilocuente a unas canciones más pop de lo que jamás habían sido las de Pink Floyd, con mucho gancho comercial, pese a que la idea que se plasmó es la de una secuencia que contara una historia. Es difícil escuchar las canciones fuera de su historia, de su contexto, pero aún así pudieron extraerse para la radio canciones más comerciales que nunca, como Another Brick In The Wall, Comfortably Numb, Run Like Hell o Young Lust, sin que se resintiera el colosal trabajo artístico que fue este doble álbum, tan cuidado en cuanto a producción como a estética, con preciosas ilustraciones de Gerald Scarffe que con daban forma al artwork. Sin duda uno de los mejores discos de la historia del rock, o al menos uno de los que mejor muestran lo desmedido que pudo llegar a ser el mismo. Es un disco que pese a su grandilocuencia no se deja fagocitar por la misma y, aunque se trata de una obra opresiva y de clima difícil, en ningún momento resulta autocomplaciente. Todo está perfectamente colocado en su sitio para que la experiencia resulte sobrecogedora. Y es que es lo más acertado que podemos decir de él: que escucharlo de cabo a rabo es toda una experiencia. Nos metemos en la cabeza, las obsesiones y las miserias de un hombre, que no lo olvidemos, podrían ser las de cualquiera. De ahí la valía atemporal de esta obra maestra, que actualmente, lejos de su carácter inicial de obra introspectiva, funciona como símbolo contra la opresión social, lo cual no deja de ser paradójico. Pero es lo que tienen las grandes obras de arte, sirven para muchas cosas.

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06. Unknown Pleasures, Joy Division (Factory) Si algo trajo el punk, fue una gran sensación de libertad. De ausencia de límites para la satisfacción creativa de una juventud con ganas de alejarse del constreñimiento de las caducas reglas del rock, tal como se entendía hasta entonces. Si alguien personificó esa nueva visión de las cosas fue Joy Division, la oscura banda de Manchester que con tan sólo dos discos y algún single, lo puso todo patas arriba . Y es que poco puede decirse de la procedencia de su sonido, resultante quizá de la obsesión de Ian Curtis, su vocalista y los demás miembros del grupo (los no menos célebres Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris, posteriormente también en New Order) por la solemnidad de The Doors, el terrorismo sonoro de The Velvet Underground o la experimentación constante de Bowie, que unida a una escasa pericia instrumental, al menos en sus inicios, resultó en una asimilación de influencias que sonaba ajena a las mismas y constituía algo totalmente nuevo. Igual que hicieran los Velvets en los sesenta, Joy Division representan un nuevo comienzo, una casilla de salida desde la que partiría gran parte de la música futura. Definirlos como precursores del rock gótico o “siniestro”, como nos empeñamos en llamarlo en España, es terriblemente simple y reduccionista. Ellos son mucho más y este disco es la primera pieza del puzzle. Ante todo hay que reconocer aquí y ahora la incalculable aportación de un quinto miembro del grupo que lo hizo todo posible: Martin Hanett les utilizó como campo de pruebas para todo lo que su alcoholizado cerebro había ido urdiendo con el tiempo en materia de producción. Las baterías a tope de reverb y demás efectos atmosféricos que él promovía, casaban a la perfección con las estructuras opresivas y saturadas de graves que traían los muchachos. La solemnidad de canciones como Disorder, Insight o Shadowplay, albergaba sin embargo un cautivador espíritu juvenil, que aún se alineaba con el espíritu punk en momentos de fiereza, como She’s Lost Control o Interzone. Para acabar, La sobradamente opresiva I Remember Nothing anticipaba el sonido del que sería su paso definitivo, el segundo Lp Closer, que aparecería justo después de que Curtis pusiera la guinda a este pastel con una de las muertes más trágicas de la historia del pop. Pero eso, como siempre decimos, es otra historia y merece capítulo aparte.

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05. Broken English, Marianne Faithfull (Island)La historia de Marianne Faithfull representa siempre un camino de ida y vuelta. Niña más que precoz, casada y madre a los 14, la prensa amarilla inglesa la destapa a los 19 como nueva novia del objeto de deseo de todas las quinceañeras británicas, un Mick Jagger que compuso su primera canción junto a su socio, Keith Richards, sólo para que ella la cantara. Aquella canción se llamaba As Tears Go By y abrió a Marianne la puerta a una carrera no sólo musical, si no también interpretativa, que le generaría una imagen de icono generacional, toda una princesa del Swingin' London. Entre aquella efervescencia y su figura de hoy en día, en que a sus 72 años se la venera como un referente de capacidad de reinvención y poder femenino, se encuentran un buen montón de años en blanco en que una espiral de drogas, sexo y asuntos turbios la sumieron en el anonimato y casi el olvido. Broken English fue el disco que representó el punto de arranque de una rehabilitación de imagen y credibilidad artística que llega hasta hoy gracias a unas canciones impresionantes que alcanzaban la condición de trascendentales tanto en contenido como en forma. Tras años perdida y en estado lamentable vagando por las calles de Londres, su voz se había tornado en una caricatura de la que era en sus tiernos años de hipster. Ella, sin embargo, la usó como símbolo de experiencia y poder interpretativo para un material que huía despavorido de la imagen cándida que propiciaban sus discos de los 60. Su alianza con el guitarrista, compositor y productor Barry Reynolds (Blodwyn Pig) dio como resultado canciones como Broken English y What D'ya Do It, crudas y explícitas, que en versión maqueta cayeron en las manos y oídos de Chris Blackwell, lo cual resultó en el inmediato fichaje de la antaño estrella para su sello, Island Records. El disco se grabó en los estudios Matrix de su Londres natal y por expreso deseo de la artista, su sonido fue orientado hacia la utilización de sintetizadores, los cuales ayudó a programar el mismísimo Steve Winwood, logrando un acento mucho más moderno y vanguardista de lo que se esperaba de ella. La canción que sirvió de presentación, The Ballad Of Lucy Jordan, fantástica composición de Shel Silverstein que retrataba sin tapujos la desesperación de un ama de casa frustrada, pilló por sorpresa al público, que la recordaba como un ángel candoroso y ye-yé. Su sonido atmosférico y electrónico se sumaba a la voz aguardentosa de Faithfull para contar una historia desgarradora que acabaría por convertirse en todo un himno de identidad femenina, que ha sido recuperado, por ejemplo, en numerosas bandas sonoras, como la de Thelma & Louise. El resto del disco andaba por los mismos derroteros, ofreciendo una mezcla de rock, blues, funk y hasta reggae, muy en consonancia con la época, pero con un resultado perdurable que aún hoy surte efecto, al contrario del caso de muchos productos que le eran coetáneos. En cuanto a temática, las canciones eran tan corrosivas como podían ser. A versiones como la de Silverstein o Working Class Hero, el alegato socialista escrito por John Lennon, se sumaban originales escritos para ella o con ella, que abordaban temas tan complejos como el terrorismo (la titular), el abuso de drogas (What's The Hurry) o la infidelidad, en el caso de la final Whay D'ya Do It, una canción que además fue prohibida en algunos sitios, por el especialmente sórdido uso del lenguaje explícito. Broken English no fue un éxito, aunque la crítica lo aclamó, pero ha perdurado hasta nuestros días como un símbolo de la capacidad de la mujer para mostrarse tal como es y hablar sin tapujos de las auténticas circunstancias que la rodean, sin preocuparse en absoluto de la imagen que los demás puedan tener de ella. Algo que debería ser lo normal, pero ni siquiera hoy en día parece claro dada la persistente situación de trato de inferioridad, artística o laboral, de muchas mujeres con respecto a los hombres. Faithfull representa esa figura de piedra a la que admirar cuando uno deja de creer en la esperanza. Ese referente al que miran todas y todos cuando quieren encontrar autenticidad, pues su carrera sigue viento en popa, ofreciendo obras de calado, siendo ella misma y sin callarse absolutamente nada. No en vano todo autor o autora que se precie (Nick Cave, Anna Calvi, Ed Harcourt, Roger Waters, Mark Lanegan...) quiere escribir canciones con o para ella. Es la mujer de todas las mujeres. Es la cantante de todos los cantantes.

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04. Overkill/Bomber, Motörhead (Bronze Records): No hay demasiadas bandas que sean tan rock and roll como Motörhead. Mejor dicho: nadie es tan rock and roll como Motörhead. Principalmente porque nadie tiene a Lemmy Killmister en sus filas. Ian "Lemmy" Killmister era el tipo feo, marrullero, de voz más áspera que una lija, repleto siempre de tachuelas, balas, cuero y parafernalia nazi, que con su enorme verruga, su bigote-barba decimonónico y su mirada enajenada, cantaba siempre mirando hacia arriba, en dirección a un micro demasiado elevado y haciendo sonar cual motosierra su enorme bajo Rickenbaker junto a sus muchachos. Ese era Lemmy. Y nadie más lo era, ni lo será. Nos dejaba hace no mucho, pero tras de sí deja también el legado de una apisonadora bajo la forma de banda que fue su criatura y que nació tras su expulsión, en 1975, de los progresivos Hawkwind. Él quiso llamarla Bastard (Cabrón), pero motivos obvios le obligaron a recular y usar el apelativo Motörhead, título de una canción que compuso y que hacía referencia al calificativo que recibe en jerga quien abusa de anfetaminas. No les iba mal el nombre: el power trío que formó junto al guitarrista "Fast" Eddie Clark y el batería Phil "Filthy Animal" Taylor era una máquina de hacer ruido infernal a base de aporrear instrumentos tan rápido como fuera humanamente posible. Y podían ser muy rápidos. Los salvajes golpes de batería, seguidos del bajo-turbo de Lemmy que inauguran Overkill, su segundo álbum y primero de los dos que sacarían en el 79, presagian la mayor bomba lapa que puede asirse al cerebro humano. 35 minutos de velocidad, mugre, palabras malsonantes y macarrismo, servidos sin tapujos, ni mensaje alguno. Puto rock and roll en tu cara. Prácticamente todas las canciones son clásicos, Overkill, No Class, I Won't Pay Your Price,
Capricorn, Stay Clean... a ver quién tumba eso. Nadie? Pues tranquilos, que ya lo hacen ellos. Con tan sólo 7 meses de diferencia y en el mismo ejercicio editan Bomber, su tercer disco. Y si el anterior ya había entrado en listas, aquí ya logran expandir considerablemente su palabra a una legión de fieles cada vez mayor, llegando al número 12 en las Islas Británicas. Si parecía que en el anterior habían echado el resto, en este suministran otra ración imbatible de clásicos (Stone Dead Forever, Bomber, Sweet Revenge, All The Aces...) que encumbran su sonido a marca de fábrica de una máquina que ya no puede parar y por eso es un trabajo que citan constantemente como pricipal influencia bandas tan importantes como Metallica. El año siguiente harían Ace Of Spades, quizá su mejor disco y al fin llegarían al número uno y, por tanto, su punto álgido de popularidad con el directo No Sleep 'Til Hammersmith. Fueron una banda longeva, que pese a algunos cambios se mantuvo fiel a su espíritu inicial, ya que al fin y al cabo éste venía marcado por la salvaje a la par que entrañable personalidad de Lemmy. Esto duró hasta que al muy bastardo le dio por morirse y se acabó definitivamente el rock and roll. Joder, tío, vuelve!

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03. Risqué, Chic (Atlantic): Ya hablamos sobre los orígenes de Chic y la alianza entre Bernie Edwards y Nile Rodgers en referencia a otro de los discos de esta misma lista (nº25, We Are Family, Sister Sledge), así que no vamos a repetirnos demasiado. Dos jóvenes del ghetto que a fuerza de talento se abren paso en las discográficas, estudios de grabación y sobre todo, discotecas, para generar uno de los sonidos más reconocibles de esta etapa de la historia de la música. Su marca fue apreciada por todos (manifiesta o secretamente) y durante un tiempo fueron los productores más deseados. Bowie, Madonna, Dianna Ross, Duran Duran o INXS requirieron de sus serviciois, por algo sería. Pero definitivamente, por lo que serán siempre recordados es por lo que ellos mismos generaron al frente de su banda, una banda en la que uno al bajo, el otro a la guitarra y ambos componiendo y produciendo, era su vehículo de expresión y su mayor éxito. El disco que nos ocupa, es el tercero, que llegaba tras grandes éxitos como Le Freak, y el que represento para ellos la cresta de la ola, no sólo por contener el hit masivo Good Times, si no por representar en conjunto quizás el cenit de calidad de la música disco, que ellos habían ayudado a crear. El álbum era un perfecto compendio de música bailable y disfrutable, pero también de todo lo aprendido a nivel de sonido. La labor como productores de Edwards y Rodgers alcanza aquí la perfección con una ambientación que juega con los ritmos, generados tanto por la percusión como por el peculiar toque de guitarra de uno y la maestría al bajo del otro, pero también con las orquestaciones y otros trucos que habían ido aprendiendo, que convierten al paquete en exuberante. Ni que decir tiene que Good Times, la canción que lo abre, es dueña de uno de los riffs de bajo más reconocibles de la historia, tremendamente influyente por haber sido el primer sampleo utilizado en una canción de hip-hop (Rapper's Delight, de The Sugarhill Gang). Los otros dos éxitos extraídos del álbum, My Forbidden Lover y My Feet Keep Dancin' quizá no fueran tan fulminantes, pero desde luego rezumaban calidad, perfección y esa capacidad infalible que tenían Chic para hacer mover el esqueleto al personal. El resto del disco, como pasa con todas las obras de gran calibre, no iba a la zaga: aprovechaban para experimentar con texturas diferentes y exóticas con A Warm Summer Night, coquetear con el rock en Can't Stand To Love You o dramatizar en Will You Cry (When You Hear This Song), para terminar de nuevo con un número endiabladamente bailable como What About Me. "Disco sucks", decían por entonces los rockeros de pro, que veían todo esto como una amenaza a su pretendida autenticidad. No podían estar más equivocados. El tiempo ha dado la razón a gran parte de los músicos y productores que generaron esta música, que supuso la evolución de unos cimientos que empezaban a tambalearse, pese a quien pese, para formar algo nuevo, que a la vista está, llega a nuestros días. Chic no tendrían mucho más tirón a partir de aquí, pero sus principales artífices siguen siendo laureados como los genios visionarios que son. Y así debe ser.

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02. Fear Of Music, Talking Heads (Sire): Tenía que ocurrir. El de Brian Eno y los muchachos más avispados de Nueva York era un encuentro anunciado. A partir de aquí, el cielo y sólo el cielo sería el límite para encontrar las aristas de un pop que ya se hallaba demasiado alejado de los planteamientos que le habían sido auspiciados en los años 50. La banda formada por David Byrne, Tina Weymouth, Chris Frantz y Jerry Harrison a mediados de los 1970's en la gran manzana había superado ya con creces su época amateur del CBGB'S y aspiraba a ser la gran esperanza renovadora de los planteamientos artísticos de la música juvenil. No era para menos, sus dos primeros discos habían dejado ya un poso importante en el acervo popular, de hecho, el segundo, More Songs About Buildings And Food, había supuesto su primera colaboración con el productor británico, que venía de colaborar con Bowie tras su paso por Roxy Music. Pero nada anticipaba el paso de gigante que iban a dar juntos. Fear Of Music, tercer álbum de los de NY, iba a suponer una vuelta de tuerca de no retorno a lo preconcebido hasta la fecha. Valía todo: dadaísmo, música africana, electrónica, funk, pop, punk, música concreta... lo que fuera para expandir horizontes y calmar las ansias creativas de un genio, David Byrne, que estaba en estado de gracia como compositor y al cual acompañaban muy bien todos sus colaboradores aportando todo tipo de ideas. De hecho, el disco se grabó aparcando una unidad móvil de los estudios Record Plant ante la ventana del loft que Tina y Chris ocupaban en la ciudad. Allí grabaron las pistas básicas para que después el productor y Byrne imaginaran todo tipo de situaciones que se plasmarían en unas canciones hiperbólicas, supremas, majestuosas, que representaban un no va más en la concepción de ese formato. Un disco total, con sabor a globalización desde su inicio, con un I Zimbra de tendencia africanista y con lo urbano, en general, por bandera: no en vano su portada era un relieve con el típico dibujo que cubría las alcantarillas de Manhattan. La espiral psicodélica de la superlativa Memories Can't Wait se las veía con un Heaven de lo más enternecedor; el ritmo endiabladamente funk del single Life During Wartime pugnaba con la amplitud de Air; el vanguardismo dadaísta de Electric Guitar deconstruía todos los fundamentos del pop para asesinarlos directamente con Drugs, y todo, todo, constituía un punto y a parte a años luz de cualquier otro planteamiento que se hubiera hecho hasta la fecha. La vanguardia se tornó comercial de una vez por todas y el disco, teniendo en cuenta sus cimientos artísticos, fue un tremendo éxito a ambos lados del Atlántico. Su gira de presentación también contribuyó a situar a la banda como la más cool del planeta, introduciendo ideas revolucionarias en su concepción escénica, que más tarde plasmarían de modo definitivo en la magnífica película de Jonathan Demne Stop Making Sense. Como todo tercer disco que se precie, este supuso la confirmación de esta como una de las mejores y más influyentes bandas de rock de todos los tiempos, una combinación peculiar de personalidades que además, puestas en contacto con un tipo tan visionario como Eno, suponían un cóctel Molotov nocivo para cualquier tendencia tradicionalista y fundamental, por tanto, para el progreso. 


01. London Calling, The Clash (CBS): Dejemos que hable la banda. Joe, 1979: "Ya no vamos por ahí con el pelo verde y pantalones llenos de cremalleras. Sólo queremos ser algo flash estos días. De momento tenemos el poder del rock'n'roll. Estamos entre las tierras del reggae y las del disco cortando los bordes con hachas. Estamos dándole al hacha muy fuerte porque tenemos toda esta fuerza del rock'n'roll para darle ¿sabes? Pensamos que era el momento de sentarnos y escribir un montón de nuevas canciones y tirar toda la basura por la ventana. Hacer algo nuevo". Normalmente, la idea del tercer disco es algo duro de afrontar para cualquier grupo que haya llegado al estrellato. En el primer disco se usan todos los viejos temas que la banda ha ido haciendo desde sus cimientos, en el segundo estallan todas las ideas generadas por la experiencia y el éxito y llegado el momento del tercero, normalmente la creatividad se seca, pero eso no le pasó a The Clash. Strummer, Headon, Jones y Simonon se decoloraron el pelo, se quitaron las tachuelas, empezaron a peinarse con tupé y a lucir estética teddy boy, mientras se dejaban seducir por todo lo que venía de sus adorados USA, ya fuera funk, ya fuera disco, ya fuera rockabilly, ya fuera punk. Todo valía en su paleta para confeccionar aquella batería de canciones que se encerrarían a grabar junto a un tipo peculiar, por decirlo suave, llamado Guy Stevens. Viejo conocido del swingin' london y borracho empedernido, su toque sería clave para el sonido de London Calling. Una vez más, Joe toma la palabra: "Estaba como una cabra. Mientras grabábamos los temas del disco, el tío cogía y nos tiraba botellas de cerveza a la cabeza porque decía que eso despertaría nuestra agresividad. Teníamos que tocar esquivando los botellazos. Jamás se sentó en la mesa de mezclas como cualquier otro productor, oh no, él no hacía eso. El no quería música. La música le importaba un bledo. El buscaba la emoción del grupo. Guy consiguió hacer saltar la energía de la banda y plasmarla en disco...llegó a verter cerveza en el piano, y no por conseguir ninguna clase de sonido, sino para desgraciárnoslo. No quería que usaramos piano en el disco". Así las cosas, nada podía salir mal. Contra todo lo establecido por la industria discográfica, The Clash se empeñaron en grabar un puñado de temas tremendamente heterogéneos con un productor loco y editarlos en disco doble a precio sencillo. Y triunfaron. Se trata del disco de todos los discos. Que sí, que esta Village Green, Pet Sounds, Ziggy Stardust, el doble blanco, lo que queráis... pero todos están en éste. Si alguien quiere iniciarse en el rock and roll de verdad, en saber con visión panorámica de qué va el rollo, yo le recomendaría que se metiera entre pecho y espalda estos dos discos, con su portada que presenta una foto del bajista Paul Simonon machacando su bajo contra el suelo en escena, enmarcada en un apropiacionista diseño que imita el del primer disco de Elvis. Desde los primeros acordes de la canción que abre el disco, se nos da entrada a una estación de radio que contiene toda la música del mundo: desde el pop de los Kinks a la combatividad de los rude boys de Kingston; del rockabilly de Gene Vincent a la disco music de Chic; del muro de sonido de Spector al soul de Otis Redding. Todo está aquí, en estas 19 canciones maestras. Cada una un mundo en sí misma que nos muestra el camino a algo maravilloso, el rock and roll. Destacar alguna es un crimen, pero en fin, Guns Of Brixton, Death Or Glory, Lost In The Supermarket, Spanish Bombs, Train In Vain... es imposible no rendirse ante la imponente majestuosidad de uno de los dos o tres mejores discos del rock, por no decir el mejor. El disco apareció en una fecha tan complicada como el 14 de diciembre, para la campaña de navidad y encima planteaba un ritmo musical muy diferente al que sus fans esperaban. Las reacciones fueron enfrentadas, muchos se lo llevarían a una isla desierta, pero otros muchos lo quemarían. Pasa siempre con las grandes obras y esta sin duda lo es. El tiempo, como siempre sucede, le atribuye el cetro: rara es la lista de mejores discos de la historia del rock que no lo tenga entre sus primeros puestos. Y es que The Clash fueron esa banda de cimiento clásico, pero desinhibida, que tuvo que asumir la difícil tarea de poner el broche de oro a una era, la del rock and roll, que estaba destinada a fenecer. Y el broche es este disco, que todxs -y quiero decir todxs- deberíais tener. 

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Eso es todo cuanto tengo que decir sobre 1979. Espero que os haya gustado este viaje en el tiempo, ahora os dejo con una playlist ilustrativa -y ampliativa- de todo lo dicho...

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