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lunes, marzo 25, 2019

It's raining today

Nos deja Scott Walker, el hombre que supo pasar de ídolo de quinceañeras a genio visionario e inconformista cuya obra supera con creces el concepto de trascendentalidad para convertirse en uno de los compendios artísticos más intransferibles y rompedores de todas las eras de la música popular. Esta es nuestra forma de llorar su pérdida...




Lo reconozco, no soy fan de sus obras más incómodas, las que vienen desde Tilt hasta ese Soused que hiciera con Sunn O)). No son lo mío, pero me gustaba que incluso a su edad siguiera siendo tan iconoclasta , revolucionario e incómodo como lo había sido siempre. Cada una de esas obras -y también cualquiera de sus obras clásicas, las cuales sí tengo en un pedestal- supuso un momento de quiebro respecto a todo lo que venía de atrás. La forma que tenía de mostrar hasta dónde puede llegar un artista era y es ejemplar, hasta el punto de que ha dejado un camino largo por recorrer a cualquiera que se atreva a emprender su senda.

Ese es el tipo de artista al que nos toca llorar. Y ese tipo de artistas no deberían desaparecer jamás.

Noel Scott Engel nació en una familia acomodada del estado de Ohio, EEUU. Su padre trabajaba en el mundo del petróleo y la familia pasó viajando de un lado al otro gran parte de la infancia de Scott, hasta que él y su madre, tras el correspondiente divorcio, se trasladaron a vivir a Los Angeles. En esa ciudad fue donde floreció Scott, llegando a participar como actor en varias series de TV, haciendo sus pinitos como pop star y aprendiendo a tocar el bajo como un profesional. Un muchacho enamorado del jazz y el cine europeo que se desmarcaba de los jóvenes californianos que encontraba a su paso, pues prefería llevar traje negro que ir a hacer surf.

Pronto empezó a hacer sus pinitos musicales. Su amigo John Maus se hacía llamar John Walker para que le dejaran tocar en los clubes del Sunset Strip pese a ser menor de edad, por eso el dúo que formaron juntos se llamó The Walker Brothers y con la adición del batería Gary Leeds, dieron forma a la banda que acabaría viajando a Inglaterra a buscar fortuna.

Y vaya si la encontraron: la fama que alcanzaron estos tres efebos de aspecto angelical que con voces de barítonos le cantaban a los dramas del amor adolescente sólo fue superada por los Beatles mientras estuvieron en activo. En tan sólo el período comprendido entre finales de 1965 y la primavera de 1967 la manía que desataron fue fabulosa: canciones como The Sun Ain't Gonna Shine Anymore y Take It Easy On Yourself alcanzaron sin dificultades el número uno de los charts y la histeria colectiva que sembraban a su paso, sobre todo entre el público femenino, no tuvo parangón.

No obstante, a Scott, al que seducía más el existencialismo que el megaestrellato, todo aquello le traía sin cuidado. Absorbido cada vez más por un europeísmo exacerbado, había descubierto a Jacques Brel y todo lo que quería era emularle. De este modo, se separó de sus compañeros y se embarcó en una carrera en solitario que poco o nada tenía que ver, musical o conceptualmente, con la de la banda que le dio la fama. No obstante, sus tres primeros discos, titulados escuetamente Scott, Scott 2 y Scott 3, se encaramaron a lo más alto de las listas (siempre británicas) sin problemas, pese a que su contenido distaba mucho de ofrecer los ingredientes del éxito.
Las canciones, muchas de ellas versiones del maestro Brel, eran densas y las letras tremendamente cáusticas y existencialistas. Había una especie de halo gótico que lo cubría todo y fue con el cuarto de estos trabajos cuando alcanzó el cenit de su quimera personal, hasta el punto de negarse a lanzarlo bajo su nombre artístico y ponerlo en circulación bajo su nombre real, Noel Scott Engel. Quizá fuera este el motivo -aunque ya se ocupó su discográfica de que en posteriores ediciones se titulara Scott 4 en consonancia con sus predecesores- por el que el disco ni siquiera se asomara por las listas a decir hola.

Sin embargo, en Scott 4 (1969), encontramos al mejor Walker: por primera vez, todas las canciones eran del cantante y lo menos que podemos decir del disco es que es una verdadera obra maestra sin parangón en el mundo del pop. Haciendo gala de un barroquismo sobrecargado en la factura de las canciones y de letras que hablaban tanto del cine de Ingmar Bergman como del régimen neo-stalinista, lograba la hazaña de hacer por fin el disco que quería hacer, sin limitaciones y sin pensar en nada más que en el crecimiento artístico. Y era deslumbrante.

En la contraportada, una cita de Camus que sería la máxima de su vida: "a man's work is nothing but this slow trek to rediscover, through the detours of art, those two or three great and simple images in whose presence his heart first opened"(El trabajo de un hombre no es más que esta caminata lenta para redescubrir, a través de los desvíos del arte, las dos o tres imágenes grandiosas, en cuya presencia se abrió su corazón por primera vez). 

Engel siempre fue en busca desesperada de esas imágenes grandiosas. Lo más cercano que estuvo de obtenerlas fue en este cuarto disco en solitario. No obstante, le frustró que tras vaciarse tanto creándolo, no se le reconociera en su justa medida. Así, tras su edición, pasó años de actividad artística más acomodaticia con su figura de estrella, con lo que su público esperaba de él. Discos como Till The Band Comes In o The Moviegoer ofrecían una versión de Scott Walker romántica y diferente diametralmente al crecimiento impenitente de sus cuatro primeros discos.

The Walker Brothers se reunieron en 1975. Su disco No Regrets funcionó a las mil maravillas. Hicieron dos discos más antes de separarse definitivamente, pero lo realmente relevante es que en el tercero de ellos, Nite Flights (1978), la bestia interna de Scott Walker volvió a despertar. El álbum se componía de canciones de los tres componentes y las cuatro primeras, Shutout, Fat Mama Kick, Nite Flights y The Electrician constituían el primer material original del Scott desde 1970 y para ello contó con toda la libertad de que quiso disponer. El resultado estaba, por supuesto, muy lejos de lo aportado por sus compañeros y apuntaba en una nueva dirección difícil de imaginar, no sólo por ellos, sino por cualquier otro artista del panorama pop de la época.

Poco amante de los focos y mucho de la vida ermitaña, con la definitiva desaparición de la banda llegó un nuevo silencio, que rompió con Climate Of Hunter (1984), otro disco totalmente fuera de órbita, en el que la música de Walker, pese a no alejarse como haría en un futuro de los parámetros convencionales del formato canción, ya apuntaba hacia un tipo de vanguardia difícil de encuadrar dentro de la música popular.

Otro acierto artístico y un nuevo alarde de libertad, que cómo no, abrió una nueva etapa de silencio más larga que la anterior, la cual rompió ya en los noventa con Tilt (1995), un disco absolutamente rompedor, demoledor, fuera de este mundo, en que el artista efectuaba una búsqueda de los lugares más recónditos y oscuros de su alma para ofrecérnosla enlatada en una obra de una consistencia y un efecto abrumador, que al fin le valió el reconocimiento crítico que siempre había buscado. Al fin se le recibía como genio visionario, como influencia básica de tantos otros músicos, que como Bowie, Nick Cave o Jarvis Cocker le debían hasta el alma.

Otras obras de igual o superior calibre llegarían muy espaciadamente con los años. The Drift (2016), Bisch Bosch (2012), o Soused (2014, con Sunn O))) no hacían sino cavar aún más hondo en aras de esa búsqueda constante de la grandeza del arte, ese empecinamiento de un compositor que siempre se las arreglaba para viajar libre de condicionantes o ataduras absurdas que le impidieran hacer exactamente lo que quisiera. Si había que golpear hasta la extenuación un pedazo de 20 kilos de carne de cerdo para conseguir un determinado efecto de percusión, se hacía.

Su último trabajo es su participación en la banda sonora de Vox Lux (2018), un drama musical protagonizado por Natalie Portman al cual él contribuyó con varias canciones de su autoría.

Hoy nos sorprende la noticia, comunicada por 4AD, su discográfica, de su prematura muerte a los 76 años de edad, por causas de momento desconocidas. Deja pareja, hija y nieta y una tremenda orfandad hacia todos los que le han seguido como un faro perpetuo hacia la aventura y la experimentación. Fue una de las luces más brillantes a la hora de iluminar el camino hacia mundos diferentes a los que el pensamiento único se empeña en dirigirnos, un ejemplo de cómo no dejarse amedrentar por el poder del capital y avanzar siempre en aras de una voluntad segura de su destino. Su figura es inigualable, intrasferible. Ya no habrá otro Scott Walker. A partir de hoy, el mundo es mucho más oscuro.

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