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miércoles, abril 10, 2019

Disparo Revelador, Mendizabal (La Viejita Música, 2019)

El segundo disco del bilbaíno/valenciano Mendizábal es, como su título indica, revelador de un talento y una personalidad que le confirman como un artista que tras la compleja búsqueda de años y años haciendo música al fin se ha encontrado a sí mismo y nos regala una obra a todas luces emocionante. 



Tras escucharlas por enésima vez, trato de serenarme. Trato de resituarme a una distancia objetiva de estas canciones. Contener la emoción. No es fácil, joder: conozco a la persona que las canta, no mucho, pero la conozco. Hay que distanciarse, pero sin dudarlo el calificativo que me viene a la mente para calificar este compendio de música es el mismo que acude para describir a la persona. Humano. Ya desde el primer encuentro con este Disparo Revelador a través del single que sirvió de anticipo, caí cautivado y pensé "esto es tan humano".

Lo era abordar un tema como el que se trata en dicha canción, Pequeña Irene (la lucha por la vida del bebé recién nacido de unos amigos) de manera tan sencilla, sin caer en la sensiblería barata, en la cursilada. Eso nos da, de entrada, una dimensión tremendamente personal del músico que hay detrás, una de esas desnudeces tan difíciles de afrontar y de que salgan bien, que sólo por la valentía que supone ya merece el mayor de los aplausos. Es la gallardía propia de alguien que ha crecido como artista, que sabe que su mano al fin escribe los renglones con la rectitud exacta.

El primer tiento de Txema en solitario se saldó con un magnífico Golpe De Estado (La Viejita Música 2016), que puso de relieve a un músico brillante, situado demasiado tiempo a la sombra de otros y que merecía pasar al primer plano de las grandes ligas. No obstante, aunque dicho debut alcanzaba el notable, sus deudas eran quizá más patentes de lo que cabría esperar en alguien de su capacidad. El odioso, en mi opinión, sambenito "nuevo Quique González", que le persigue como el diablo sobre ruedas, empieza a ser cansino. Que sí, que a él le gusta mucho ese señor también, pero ya está bien, pasemos página.


Es que no es tan simple. O si no, al final todo aquél que cante en castellano canciones de inspiración norteamericana está condenado a ser el nuevo Quique González. Todo al mismo puñetero saco. Y no es justo, al menos en este caso. Es precisamente ése el polvo que se ha quitado del hombro Mendizábal con este segundo disco, apostando el todo por el todo. Disparo Revelador descubre al cien por cien la capacidad lírica de un compositor impresionante, que sabe poner el corazón a cada segundo de música de un trabajo prístino, honesto y hermoso como pocos lo serán este año.

Toda esa poderosa transparencia que albergan estas canciones, encuentra su inspiración en muchos lugares a la vez: tanto musicales (por ahí apreciamos cosas tan dispares como Elliott Smith, Caetano Veloso, Van Morrison o Los Secretos), como en unas vivencias que él sabe retratar de una manera humilde y agradecida con el recorrido que le ha puesto en el sitio en que está, que aparenta ser exactamente en el que quiere estar.

La cristalina luminosidad que desprende el disco permite mostrar a la vez la amargura, el entusiasmo y la pasión de un hombre para el que mostrar todo eso no constituye una manera de impostar, de  epatar. Todo lo contrario: para Txema hacer todo esto es, sencillamente, una cuestión de vida o muerte. Eso se nota, tanto en la elegante arquitectura del disco, urdida en los estudios Rio Bravo bajo la atenta mirada de dos musicazos como Cayo Bellveser y Xema Fuertes (Ciudadano, Maderita, Josh Rouse...), como en el cuidado trazo de estos temas, a cada cual más efectivamente revelador.

Desde un inicio con brío como es Partida, encontramos de todo: ejercicios de intensidad íntima como La Boca Del Lobo -quizá la mejor del lote- o Como Si No Tuviera Importancia, preciosidades de soul inmaculado como la citada Pequeña Irene, ejercicios monumentales de rock americano como Herederos, donde aprovecha para marcarse un dueto con su buen amigo Manolo Tarancón, o simplemente, cargas de profundidad como la impresionante Nuestros Versos, que en un mundo perfecto acabaría convertida en clásico, la medio-bossa Pasajes De Regreso o la directamente desarmante Buen Viaje, que cierra el disco. Entre todas -y digo todas- hacen de este un engranaje de reloj que funciona de cabo a rabo a las mil maravillas. Es más, si parece inicialmente que todos los ases se muestran prematuramente, es precisamente en el momento en que uno llega al final cuando degusta realmente el mensaje que nos quiere dar su autor y acaba encandilado por el cuadro completo. Un fresco inmenso.

Es ahí, en el visionado de la película entera, donde este disparo tan revelador, directo al corazón, causa su impacto más certero. Ya no son necesarias las comparaciones. Nos hemos encontrado de bruces con un artista cómplice, de esos que acaban convirtiéndose en amigos o incluso hermanos, tras la escucha de su obra. Como les dije al principio, intento distanciarme de todo esto lo suficiente como para encontrar objetividad y hablar de alguien de mi ciudad, a quien conozco, desde un prisma equilibrado. Pero es que cada vez que escucho este puñado de canciones no puedo evitar conocerle más. Ahora ya no es un simple conocido, es amigo, casi familia. No puedo evitarlo, siento afecto por la persona que me regala algo tan sincero, algo tan bonito, cuidado y delicado como es el contenido de este disco. No todos los cantautores consiguen un impacto tan fulminante con sus disparos y les aseguro que pasan por mis oídos muchas cosas. Esto se escapa del montón. Esto es real, palpable, humano. No se pierdan la experiencia.

Escucha el disco


Gira de presentación: entradas aquí




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