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viernes, julio 12, 2019

Echo & The Bunnymen + Júlia. Jardines de Viveros (València). 10/07/2019

Los de Liverpool se subieron merecidamente al podio de héroes de los 80 en el que el público entusiasta de la nostalgia de València siempre les ha situado. Profesionalidad, cancionero infalible y momentos de auténtica intensidad rock les hicieron brillar por derecho propio en una de las noches inaugurales de la Fira de Juliol. 



Según los términos de la RAE la nostalgia es la "Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida". En València ese significado pierde su efectividad en pro de una visión del concepto más cercana a la religión. Aquí, la nostalgia, o más bien, el "remember", como suele denominarse a ese exacerbado amor por todo cuanto huela remotamente a una época, la que va de la segunda mitad de los ochenta a la primera de los noventa del siglo pasado, en la que aquí pasaba de todo, se escuchaba de todo y la vida era una fiesta constante, es entendida como un objeto de culto al que se rinde fanatismo ciego, como en todos los cultos.

Esa religión, también como todas, tiene su santoral y sus deidades. Y no lo duden: la banda que iba pisar el amplio escenario dispuesto para la vigente feria de julio en los Jardines de Viveros de la ciudad de las flores, la luz y el color, son dioses absolutos del remember. No en vano Echo & The Bunnymen pasaron por la mítica sala Pachá en 1984 para defender (y muy bien, según cuentan los mayores) su obra maestra, un Ocean Rain que por aquél entonces les tenía situados en lo alto de las listas de media Europa gracias a unos singles de pop orquestado absolutamente infalibles, de entre los cuales, por supuesto, resplandece la mítica Killing Moon, canción que cualquiera de los presentes en este evento podría canturrear de pe a pa, incluso no siendo experto en el idioma británico.

Paradógicamente y pese al llenazo que suele producirse en cualquier concierto de grupo de aquellos años dorados de los muchos que pasan por València (y bandas como Chameleons o Immaculate Fools lo hacen casi anualmente), este concierto no iba a presentar una entrada nutrida, aunque por supuesto, la abundante proliferación de invitaciones, hizo que hubiera un aforo lo suficientemente abundante como para que aquello pareciera un concierto mediano de cualquier festival de verano. Que hubiera calorcillo, para entendernos.

Las circunstancias de esta ausencia de afluencia de público a un evento tan señalado, de una banda tan adorada y que se ha prodigado tan poco en esta concreta ciudad, pueden ser varias. No las citaremos todas, pero pueden tener que ver con su presencia, no demasiado afortunada en el pasado, en varios festivales a los que seguramente el público valenciano ya ha acudido en tropel. También, tal como el que escribe pudo percibir por comentarios en redes sociales, porque la gente que vivió de primera mano aquél concierto de 1984 no quiere "empastrar", como dicen por aquí, el recuerdo de aquellos años juveniles con la visión de unos señores mayores tocando para un público tan mayor como ellos. O sencillamente, porque un miércoles de julio, una señora o señor de 50 años a las nueve de la noche está ya boqueando cual boquerón en su sofá para intentar aguantar el calor con una serie televisiva que no les pida discurrir demasiado. Vaya usted a saber, pero desde luego, es una pena, porque por una vez, la nostalgia tuvo su razón de ser.

Echo & The Bunnymen se llamaron así porque la banda, en su origen, estaba compuesta por una caja de ritmos (Echo) y dos amigos, Will Sergeant (guitarrista) e Ian McCulloch (vocalista), que componían unas canciones que traían el pop que sus conciudadanos de Liverpool, los cuatro fabulosos, acuñaron a lo largo de los 60, para maridarlo con los vientos post-punk que soplaban fuerte en la Inglaterra de la era Tatcher. Hoy día esos dos amigos ya no lo son: son dos señores sexagenarios que evitan tratarse y cuya relación se limita a lo estrictamente profesional, en aras de construirse una jubilación lo más digna de estrella del pop posible. Nada que alegar, señoría.


Como todo evento de estas características, el cabeza de cartel contaba con telonero. En esta ocasión, de postín. Las encargadas de abrir la velada eran nada menos que Júlia, agrupación de Alcoi formada por Estela Tormo y Lídia Vila que desde 2012 llevan seduciendo al público Levantino más moderno a base de un dream pop cantado en su lengua, e imaginado y plasmado de una manera tan seductora como personal. Constituidas para la ocasión en formato cuarteto, defendieron un repertorio basado en sus dos discos Nuvolàstic (Malatesta, 2015) y Pròxima B (Malatesta, 2017), así como alguna novedad, como el single Celeritats editado este año. Demostraron -al igual que lo hicieron recientemente en su triunfo absoluto en el Palau de la Música de València en compañía de Clara de Andrés- que lo suyo va mucho más allá de emular actos foráneos como The XX o Beach House y tiene trazas los suficientemente personales como para otorgarles un sonido propio, que reivindicaron además con intensidad y momentos de encabritamiento eléctrico y electrizante.

Tras esta apertura de lujo y sonando nada menos que Venus In Furs de The Velvet Underground por los altavoces, unos Echo & The Bunnymen versión 2019 hicieron su entrada en el escenario. Por supuesto, de los originales quedan los dos que empezaron la fiesta (y que no salen a escena precisamente cogidos de la mano). Sergeant ha ganado kilos, pero muestra aún con orgullo su flequillo de doncel y McCulloch no se quita ni un segundo ni sus gafas de sol ni su chupa de cuero, no en vano tiene a un roadie encargado de enfocarle, cada dos canciones más o menos, el ventilador que tiene delante. No sea que nos coja un soponcio, el señor rockero.

Pese a todo el patetismo que podría resultar de una banda de sexagenarios (y de la guisa que hemos descrito) que se mantiene viva por el dinero y su único motivo para salir de gira es un disco de versiones de canciones antiguas, los de Liverpool arrojan profesionalidad por los cuatro costados. Los tres músicos que les acompañan -guitarrista, bajo y batería- aportan una contundencia rítmica que gracias a la buena ecualización del sonido del recinto suena potente de graves y nítida en matices. Los de la banda, Sergeant y McCulloch, algo así este último como el tipo del que cogió Liam Gallagher todos sus tics de capullo integral, se mantienen impertérritos, firmes en sus posiciones, defendiendo sin demasiada energía pero con desparrame de experiencia y hasta actitud, un repertorio que saben infalible para que cualquier fan salga contento de su "noche remember".

Incluso se permiten recuperaciones poco obvias de sus primeros y más brillantes discos, como Going Up, que abría su ópera prima y también fue la encargada de abrir un setlist en el que también habría cobijo para las novedades. Como The Sonambulist, una de las dos originales que alberga The Stars, The Ocean And The Moon, disco que sirve de excusa al tour; o canciones de discos no tan clásicos como los de su tetralogía de oro, como Evergreen o What Are You Going To Do With Your Life, de los que rescataron Nothing Last Forever y un Rust repensado para la ocasión.

Pero lo que sin duda esperaba todo el mundo eran los clásicos de su repertorio, que ellos sirvieron en abundancia: empezando por un Rescue con ese riff de guitarra tan pegajoso, muestra del gran guitarrista infravalorado que es Sergeant; continuando por piezas de discos clásicos como Crocodiles (Villiers Terrace supo a gloria) o un Heaven Up Here que suele ser citado siempre por los más fans como su obra maestra, con el que confeccionaron, en mi opinión, el mejor tramo de la noche con dos atómicas versiones de All My Colours y Over The Wall que dieron muestra de toda la maestría de la que son capaces músicos tan curtidos como estos.

Y el resto, como suele decirse, es historia: Bedbugs And Ballyhoo, Seven Seas, Bring On The Dancing Horses, la imprescindible Killing Moon, la no menos esperada The Cutter, Lips Like Sugar, una enérgica Do It Clean que sirvió en el bis para llevar la cosa al límite de intensidad y para acabar una preciosa versión de la canción titular de uno de los mejores discos de los ochenta, Ocean Rain, con la que dieron carpetazo a un repertorio que quizá por repetirlo ellos de la misma manera y en la misma secuencia noche tras noche tienen más que medido y ejecutan como sabios profesionales, deslizando, de vez en cuando, incluso algún fragmento de clasicotes de James Brown, Doors o Lou Reed entre canción y canción. Quizá pueda achacárseles cierta ausencia de entusiasmo en su pose, pero creo que a unos señores con tanta mili hecha y que además ni siquiera se hablan, no se les puede pedir más en términos de ofrecer un espectáculo plenamente satisfactorio para unos seguidores que consiguieron exactamente lo que querían: su liturgia de nostalgia oficiada por sumos sacerdotes en plenitud de facultades. Y es que, de vez en cuando (muy de vez en cuando), eso del "remember the time" puede tener su aquél...


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