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miércoles, agosto 14, 2019

YACHT ROCK! Música para embarcaciones de recreo.

¿Que qué es el Yacht Rock? Pues es un poco difícil definirlo, pero lo que sí es seguro es que tras esa apariencia de frivolidad, de vida disipada y de horterez que aparentemente ofrecía gran parte de la música dominante en la FM, sobre todo Americana, entre la segunda mitad de los 70 y la primera de los 80 del siglo pasado, hay obras tan destacables como las de cualquier otra época, pese a que la historia, debido a su éxito pasajero, se haya empeñado en negarles su lugar en el podio. De todo eso hablamos aquí, con una selección de discos que entendemos mayúsculos y una lista de reproducción para ilustrarlos. Suban a bordo! 


Nace todo esto de un pequeño-gran proyecto veraniego que he ido anticipando por redes sociales bajo el título de #yachtrockessentials y que viene a cuenta de que llevo un tiempo escuchando diversas cosas encuadradas en lo que se ha dado en llamar Yacht rock, término acuñado en 2005 por el actor y guionista J.D. Ryznar, que emprendió bajo ese término la realización de una serie de pequeños episodios online, bajo el formato del falso documental ("mockumentary") en lo que viene a ser una versión Spinal Tap de andar por casa de lo que en los 70 y 80 del siglo pasado se dio en llamar Soft Rock o AOR y los artistas que lo fomentaron. Así, podríamos decir que esta música es un compendio de sonidos, entre el disco, el smooth jazz, el rock FM y el soul, que practicaron bandas y cantantes a ambos lados del Atlántico y gozó de gran predicación entre los yuppies y demás gente acomodada de aquellos años (de ahí lo de "yacht"). Pero lo curioso es que desde aquella serie, cada vez hay más y más gente interesada en escarbar en todo lo que aquello supuso en términos estrictamente musicales. Así, cada vez más dj's de los que se denominan "diggers" (algo así como buscadores de tesoros) lo incluyen en sus sesiones e incluso ha comenzado a influenciar la música actual (ver Young Gun Silver Fox o Joel Sarakula). Mi intención aquí es recuperar una serie de discos, que por considerarse comerciales en su época y en general no han sido demasiado tenidos en cuenta por la crítica (aunque habrán excepciones) y creo que guardan en sí bastantes más virtudes de las aparentes.



10. Double Fun, Robert Palmer (Island, 1978):
 Empezaremos por el cuarto disco de Robert Palmer, un bon vivant que representa con su persona bastante bien el espíritu hedonista de esta música. Aquí se incluye el mega-hit Every Kind Of People, que le puso en el mapa como monstruo de la FM tanto europea como americana. Es un disco fuertemente influenciado por su vida en un lugar por entonces tan disipado como Las Bahamas, la música caribeña y el pop de aires californianos de bandas como Doobie Brothers o Loggins & Messina (prácticamente el Olimpo del Yacht). Así, da forma a un álbum que podemos considerar paradigmático de este pequeño universo, con pequeñas joyas refrescantes y pinchables como Best Of Both Worlds, el Night People de Allen Toussaint o una curiosa revisión de You Really Got Me de los Kinks. El viejo Robert en su yo más entrañable, antes de que saliera haciendo el machirulo con legiones de señoritas en bañador. 



09. Private Eyes, Daryl Hall & John Oates (RCA, 1981):
La verdad es que Hall & Oates constituyen uno de esos casos de artista estereotipado al que casi nadie conoce en profundidad, salvo por sus dos o tres canciones de éxito masivo que han quedado colgadas de la últimamente tan sobada nostalgia ochentera. Son, sin embargo, una banda excelente de blue eyed soul que desde principio de los años 70 del siglo XX hasta mediada la década de los ochenta sembraron de discos y canciones sobresalientes los charts americanos. Su época dorada en cuanto a éxito masivo coincide con el inicio de esa década considerada ahora tan prodigiosa. En el trienio 1980-1982 aparecieron a su nombre tres lps que dejaron una huella profunda en el devenir del pop aquellos años. Su combinación de Philly soul (al fin y al cabo eran de Filadelfia), Motown, pop californiano, algo de glam y los modernos brillos que propiciaba la nueva ola llegada de Gran Bretaña, definió el sonido de lo que iba a ser la FM de aquellos años. Blockbusters como el disco Voices, que traía consigo el bombazo Everytime You Go Away (que se hizo muy popular en boca de Paul Young) o H2O con su Maneater fueron hitos y trazaron el camino a seguir para muchos que llegarían después al asalto de las listas, pero yo de todos ellos me quedo con este Private Eyes, que además de suministrar dos números uno como la canción titular o esa maravilla llamada I Can't Go For That (No Can Do), también contenía bombazos como Did It In A Minute, la rockera Mano A Mano, servida por Oates, o Unguarded Minute. Sonidos desenfadados, pelos crepados, producción rutilante y mucho, mucho, hedonismo bien entendido para que la máquina de éxito siguiera en marcha. Quizá tengan otros discos más merecedores de reseña sesuda, como por ejemplo Abandoned Luncheonette, pero desde luego este Private Eyes responde a la perfección al perfil de Yacht Rock que estamos buscando, de hecho podría decirse que es plenamente definitivo del género. Yo me lo pondría en mi yate -si tuviera-"on repeat", vamos.


08. CSN, Crosby, Stills & Nash (Atlantic, 1977): 
Obviamente, las grandes obras maestras de la superbanda más arquetípica de todos los tiempos son sus dos primeros discos, pero este tercero que al fin pudieron completar (sin Neil Young en sus filas), tras muchas idas y venidas, una compleja gira que acabó como el rosario de la aurora y toneladas, toneladas y más toneladas de merca, supo adaptarse a los tiempos y sonar diferente, alejado al fin de la generación Woodstock, sin mermar con ello en absoluto la habitual calidad de las composiciones de los tres grandes autores aquí reunidos. CSN no fue número uno porque una apisonadora como Rumours de Fleetwood Mac le quitó tal honor, pero se vendió como rosquillas gracias a la puesta en solfa de las habituales armonías vocales del trío con las tonalidades del soft rock californiano que empezaba a reinar en la radio. Crosby, Stills y Nash aparecen en portada, cómo no, pasándolo bien en una embarcación de recreo en una actitud "muy yacht" y se reparten, en desigual medida (se lleva la palma Stills), unas composiciones que tuvieron sus puntos álgidos en los dos singles escogidos para promocionar el álbum, la ligera Just A Song Before I Go, de Nash y la más latina Fair Game, un toque que venía a ser habitual en Stills. Más allá, tiernas piezas de quietud atmosférica como Anything At All o Cathedral, más soft rock a cargo de Crosby con la magnífica Run From Tears y algo más rítmico para finalizar el disco con I Give You Give Blind, un magnífico rock de Stills que da el cierre a un magnifico trabajo que no por ser el hermano pequeño de sus dos predecesores merece por ello ser pasado por alto dentro de la discografía de la mayor reunión de egos de la historia del pop. Era esencial que ellos estuvieran en esta selección.


07. Silk Degrees, Boz Scaggs (Columbia, 1976):
Es más que probable que el motivo de que esté haciendo todo esto sea este disco. Lo compré hace algunos años en una tienda ya desaparecida de València y desde entonces ha pasado a formar parte de mi acervo personal de tal manera que ha determinado en gran manera mi forma de escuchar música en los últimos tiempos. El porqué un disco tan exitoso en su época -y tan, tan bueno- se me había escapado durante tanto tiempo tiene difícil explicación. Quizá se deba a que no fue uno de esos blockbusters americanos que tuvieron reflejo en su día en nuestras listas, o quizá simplemente porque no viví aquellos años (tenía 2 cuando salió) y uno no puede estar al tanto de todo. En cualquier caso, Silk Degrees se ha convertido en un disco fetiche y Boz Scaggs en un artista en el que me está encantando escarbar cada vez más, pese a que no tiene en su discografía ningún otro disco tan rutilante como éste, que principalmente es el continente de la canción Lowdown, una joya blue eyed soul en la que la sensualidad del sonido Philly Soul y el incipiente disco anida con el sonido típico del soft rock californiano formando un todo absolutamente sugerente e irresistible, que fue lo que catapultó a este artista a lo alto del hit parede, pero es que nada en el decimoprimer disco del de Ohio es ni remotamente mediocre. Desde la apertura soul con What Can I Say, se suceden las piezas irresistibles de una manera apabullante: el uptempo Georgia, la cadencia New Orleans de What Do You Want The Girl To Do o la incitación irrenunciable al baile que suponen It's Over o Lido Shuffle, se trenzan con la melancolía atmosférica de Harbor Lights y el final con un We're All Alone que directamente quita la respiración, a base de una de esas baladas que incluso rozando la sensiblería constituyen tal dechado de romanticismo, que uno se ve obligado a rendirse a ellas. Algunos, claro, llamarían a todo esto horterada setentera. Yo, sencillamente, lo llamo obra maestra.


06. Hard Candy, Ned Doheny (Columbia, 1976):
Es más que probable que muchos de los que leáis esto no tengáis ni idea de quién es Ned Doheny, ni de la existencia de este gran disco, que para mi es uno de los más importantes en materia de esto del Yacht Rock que intento explicaros aquí. Ned Doheny es un guitarrista, compositor y productor de Los Angeles que llegado el momento de la edición de este su segundo disco ya había rodado en colaboración con gente tan famosísima como Don Henley, Glenn Frey, J.D. Souther, Linda Ronstadt o Jackson Browne, con los que curtió una reputación tanto como músico de sesión, como en materia de composición. Dave Mason grabó alguna de sus canciones y eso hizo que consiguiera ser el primer artista fichado por la discográfica que David Geffen fletó a principio de los 70. Un primer disco pasó sin pena ni gloria, pero tras algún tiempo, Ned conoció a Hamish Stuart, de la Average White Band, con el que compuso A Love Of Your Own, que sería un éxito a manos de dicha banda. Esto llamó la atención del gran Steve Cropper (Stax, Booker T & The MG's), que acabó produciendo sus dos siguientes álbumes, el primero de los cuales, este Hard Candy, de espléndida portada, por cierto, representa para muchos hoy día uno de los mejores ejemplos de blue eyed soul de esta etapa de la música pop. En él, además de encontrar la versión de Doheny de A Love Of Your Own, encontramos la maravillosa Get It Up For Love, que abre el disco con esa especial atmósfera tan sensual que la hace irresistible. A partir de ahí, todo son aciertos: el uptown soul de Each Time You Pray, magníficos medios tiempos repletos de negritud como When Love Hangs In The Balance o el proto-disco de On The Swing Shift configuran un disco sofisticado, brillante, sencillamente perfecto. Una recuperación necesaria para cualquiera interesado en los sonidos con groove, que acabará a buen seguro pasando a ser una debilidad.


05. El Mirage, Jimmy Webb (Atlantic, 1977):
Y llegó el momento del bajón. Hay que reconocer que Jimmy Webb es uno de los grandes compositores de su generación. Pese a no ser demasiado conocido por estos lares, es autor de un cancionero que puede medirse con el de Brian Wilson, Bacharach-David o Carole King, lo cual os dará una idea del tamaño del gigante de que hablamos. Exitazos como Up, Up And Away, By The Time I Get To Phoenix, Wichita Lineman o McArthur Park hablan por sí solos, pero el caso es que el maestro llevaba años, exactamente desde 1968, intentando hacerse oír con su propia voz y, como tantos otros songwriters, no lo consiguió con facilidad. Tras varios intentos que, si bien no del todo fallidos, no estaban a la altura de las circunstancias, tuvo que llegar este El Mirage, en el que puso toda la carne en el asador, con producción de Sir George Martin, el quinto Beatle, así como la colaboración de varios de los músicos más reputados de California (Jim Gordon, Kenny Loggins, Lowell George), para que la verdadera brillantez de sus creaciones se manifestara de una manera personal, intrasferible para otro cantante. Reservó para ello varias de las mejores piezas de su cancionero, como son The Highwayman (posteriormente un éxito a manos de The Highwaymen, es decir, la ultra-super-banda formada por Johnny Cash, Waylon Jennings, Kris Kristofferson y Willie Nelson), If You See Me Getting Smaller I'm Leaving, PF Sloan o The Moon Is A Harsh Mistress, piezas todas ellas que hacían honores a esa rara capacidad de su creador para entrelazar épica con melancolía en epopeyas sónicas de tres minutos. Quizá algo alejado del hedonismo habitual en todos los discos que estamos reseñando -de ahí lo del bajón- aquí con motivo de eso del Yacht Rock y aunque su elección es una opción personal, sí que creo que representa bien esta tendencia gracias a el sabor típicamente californiano que Webb sabía imprimir a todo lo que sus manos tocaban. Brian Wilson era su principal inspirador y eso se nota en cada nota de este disco, una obra de orfebrería soft rock de una calidad a prueba de bombas. Pocos productos de la época podrían vanagloriarse de semejante sutilidad y perfección. Todo está dispuesto de una manera tan delicada, tan sensible, que es imposible no rendirse a la evidencia: este es uno de los discos definitivos del universo singer-songwritter. Y sin embargo casi nadie lo sabe. Pongámosle remedio escuchándolo a la hora del crepúsculo en nuestro yate.


04. Christopher Cross (Warner Bros, 1979):
No se lleven todavía las manos a la cabeza! Esto puede parecer la horterada que sus padres guardaban como un tesoro en la vitrina de la guaserie, pero en realidad es uno de los hitos del soft rock, que además de despachar 5 millones de copias y recibir nada menos que 5 Grammys (entre ellos el de mejor álbum del año, que arrebató a The Wall), contiene el verdadero himno nacional del Yacht Rock, ese Sailing que también recibió Grammy a la mejor canción. No está mal para ser el primer disco para un novel guitarrista tejano con pinta de angelito regordete. Por si fuera poco, esta su ópera prima, que además fue uno de los primeros discos grabados en formato digital, contiene dos de esas canciones que si no conoces es que no estás en el mundo: ese Ride Like The Wind que es imposible escuchar sin sentirse conduciendo un Porsche descapotable por una autopista sin fin y la declaración de amor incondicional derritecorazones que guarda Never Be The Same. Pero es que además este derroche de lujo compositivo y de producción (contó con los mejores músicos disponibles en el firmamento, por ejemplo Michael McDonald a los coros) incluye maravillas como la beatleniana Poor Shirley -una maravilla pop- o la samba ligera de The Light Is On. Que sí, que me podréis decir que ese sonido pulido, esa sensiblería y esa búsqueda de la comercialidad exacerbada no son dignos de calificarse con la palabra rock, pero dejando aparte que a mí todo eso me da igual, os reto a que os atreváis a sacar pegas a estas canciones. Me parece un conjunto sólido, que aguanta el paso del tiempo como una roca y que escuchado hoy día conforma un rato de disfrute como pocos discos pueden ofrecer, así que cantad conmigo “sailiiing, takes me away to where I've always heard it could be”.


03. Andrew Gold (Asylum, 1975):
Este primer disco del californiano Andrew Gold es sin duda el gran descubrimiento que he hecho con todo este buceo en el mundo del Yacht Rock. Y es que el tío tenía un talento fuera de lo común para la melodía. Aunque es quizá más conocido por su canción Thank You For Being A Friend, que todos escuchamos hasta la saciedad como cabecera de la serie Las Chicas De Oro y por su colaboración con Graham Gouldman en el exitoso dúo Wax, es en esta su ópera prima, a la que accedería gracias a haber sido el guitarrista y arreglista de la banda de Linda Ronstadt en su blockbuster Heart Like A Wheel, donde ofrece todo su potencial como heredero de Lennon y McCartney a la hora de componer unas canciones, que si bien saben capturar ese sonido West Coast que las hace tan Yacht, ofrece unas guitarras y unas armonías que no le distancian demasiado de lo que grandes tótems del pop como Dwight Twilley o Raspberries hacían, aunque con algo menos de distorsión en las guitarras. No hay más que escuchar maravillas como Heartaches In Heartaches, A Note From You, Resting In Your Arms o Hang My Picture Straight, para convencerse de que aquí, una vez más, hay mucho más de lo que aparenta.


02. Takin’ It To The Streets, The Doobie Brothers (Warner Bros., 1976):
Claro, estáis en lo cierto. La elección más lógica para esta selección habría sido Minute By Minute, el disco que tuvo a los Doobies cinco semanas en el número uno gracias a What A Fool Believes, quizá la canción más totémica de esto que se ha dado en llamar Yacht Rock, compuesta además a pachas por los dos grandes popes del género, Michael McDonald y Kenny Loggins. Sin embargo, yo prefiero decantarme por este que que fue el primer disco en el que un McDonald procedente de Steely Dan, aportó su disciplina de soul blanco y jazz sofisticado a una banda eminentemente de rock como eran los californianos. Así, Taking It To The Streets podríamos decir que supone el acta fundacional de ese sonido mezcla de elegancia negroide y rock urbano tan característico de esta música de yate. Las aportaciones de McDonald, sobre todo It Keeps You Running y la titular, supusieron un soplo de aire fresco para la banda, con La característica voz de barítono de éste tomando el timón en gran parte del disco. No obstante, los Doobies no pierden su pulso rockero -Tom Johnston aún no había abandonado el barco- y así lo demuestran en la apertura con Wheels Of Fortune y su tremendo riff heredado de su clásico Long Train Running, que ellos dejan adentrarse en las aguas profundas del funk. Trazan así un camino de no retorno que supondría su etapa de mayor éxito y reconocimiento internacional. Una banda con varias etapas, que no por ser diferentes entre sí son menos merecedoras de sumergirse en las obras que las alumbraron, como este fantástico y últimamente olvidado disco.


01. Aja, Steely Dan (ABC, 1977):
Esto no podía acabar de otra forma. Al menos en mi cabeza. Donald Fagen y Walter Becker eran dos neoyorquinos emigrados a LA gracias a la insistencia de su mentor, productor y tercer Steely Dan, Gary Katz. Tras varios discos sin fisura decidieron dar el todo por el todo y traducir todo lo aprendido en una obra definitiva. El resultado se llama Aja (pronunciar "asia") y es, al menos en mi modesta opinión -y me consta que en la de unos cuantos más-, uno de esas grandes obras maestras a colocar en la sala de honor del museo pop. Y con ello, sí, quiero decir que lo colocaría a la altura de un Pet Sounds, un Revolver o un What's Going On. Quizá la frivolidad, la presunta horterez de todos estos discos que hemos señalado como enmarcados en este pequeño concepto del Yacht Rock, haya quien piense que desentone con la magnitud de un tesoro como es este disco, pero yo no estoy de acuerdo, al margen de que quizá no haya en esta lista ningún disco que se le iguale, la sofisticación de Aja, con su maridaje global entre el mundo west coast-east coast, es decir, el jazz de la gran manzana y el pop californiano, pasando todo por algo de condimentación a cargo del funk de Nueva Orleans, hace de esta obra monumental envuelta en la maravillosa portada que compone la fotografía de la modelo Sayoko Yamaguchi a cargo de Hideki Fugii, el compendio definitivo de los sonidos que andamos buscando. Sus protagonistas emplearon 6 meses de grabación, en diversas localizaciones y más de 30 de los mejores músicos disponibles en el mundo del rock y el jazz, algunos realmente gigantes, como Wayne Shorter, Michael McDonald, Jim Keltner, Larry Carlton o Paul Humphrey, para llevar a cabo su objetivo. Su dedicación al sonido y las texturas que querían conseguir fue tan obsesiva, que aún hoy sigue considerándose este disco como uno de los perfectos para probar la fidelidad de unos buenos altavoces o auriculares. Lejos de haber perdido con el paso del tiempo, su calidad no ha disminuido un ápice, es más: ha subido muchos enteros, como los buenos vinos. Si se trata de uno de esos pocos casos en que las altas cotas artísticas casaron a la perfección con los deseos del público mayoritario (más de 5 millones de copias despachadas) y los dictados del stablishment (grammy al disco con mejor ingeniería de sonido, inducción al Grammy Hall Of Fame, inclusión en el registro nacional de grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los EEUU...), será precisamente porque es una de esas obras que justifican plenamente que la música pop pueda ser incluida como categoría artística en los libros de historia. La delicadeza con la que tejieron las complejas composiciones que el dúo preparó para la ocasión, con mil puentes, acordes disminuidos, letras altamente poéticas, tendentes al surrealismo y, en general, gran querencia por el jazz más sofisticado puesto en solfa con la actualidad pop del momento sin necesariamente caer en lo comercial (aquí no ha nada de disco music), es lo que ha dado a este trabajo su resistencia al test de los años. Una obra poliédrica que cuanto más se escucha, más recodos y triquiñuelas ofrece al oyente atento. Su contenido guarda una riqueza y unas enseñanzas fuera de órbita en aquella y en cualquier época. Es una marcianada, pero una marcianada que funciona a las mil maravillas como producto de entretenimiento constituyendo, como decíamos, uno de esos raros casos en que el simple goce y el estudio sesudo pueden darse la mano, pues cada canción es una joya a descubrir: desde la ligeramente jovial Black Cow, hasta los mil rincones en que se cifra la edificación de la compleja canción titular, los quiebros estructurales de Peg o por supuesto, el monumento definitivo, la cima creativa que supone Deacon Blues. “Learn to work the saxophone, I play just what I feel, drink Scotch whiskey all night long And die behind the wheel”, dice su letra y quizá nos sirva para resumir todo lo que es este disco: una especie de cuadro impresionista altamente seductor y lleno de misterio. Una de esas grandes obras de arte, así, en términos generales, que nos ha dejado la música pop como legado. Y digna de escuchar margarita en mano en la cubierta de nuestro yate hasta hacer sangrar los altavoces, por supuesto.


Y hasta aquí nuestro repaso. Os dejo una playlist bastante ilustrativa de su contenido. Espero que la disfrutéis. Feliz verano! 




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1 comentario :

  1. Muy buena selección de álbumes de un estilo, como dices, injustamente olvidado. Me permito, no obstante, recomendarte otros que igualmente podrían haber engrosado tu lista: Careless (ABC, 1976), de Stephen Bishop, álbum de una sofisticación y una delicadeza solamente equiparables a los que lanzaba Michael Franks por aquellos años. De éste último también podrías haber incluido The Art of Tea (Reprise, 1975) o mi favorito, One Bad Habit (Warner, 1980), ambos estupendamente producidos por Tommy LiPuma, y que contaban con un plantel de músicos de sesión alucinante (Joe Sample, Larry Carlton, Rick Marotta, etc.). En fin, espero que los disfrutes tanto como yo he disfrutado con la escucha de Andrew Gold y Jimmy Webb, a los cuales solo conocía de oídas. Nada más. Un saludo y enhorabuena por la entrada.

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