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miércoles, octubre 02, 2019

You Am I, Loco Club (Valencia). 26-09-2019

La veterana formación australiana dio una lección de actitud, disfrute y rock and roll a un público valenciano al que aún le pitan los oídos.

Foto: María Carbonell

"¿Dónde están los macarras?", dijo aquél personaje ataviado a modo de camisa con una imposible americana de grandes rayas negras y blancas, que dejaba entrever un pecho-lobo al que un medallón oscilante había hecho surco en los pocos pelos que cubrían su florido tattoo. Sin duda era una pregunta retórica, no tenía que buscar mucho. En sí mismo se encontraban el canallita de Rod Stewart, el marrullero de Steve Marriott o el juerguista de Bon Scott, todos en uno. Y también todos los que meneábamos con fuerza la cabeza (melenas...pocas ¡ay!) al son de los zarpazos que le propinaba a esa preciosidad de imitación de Rickembacker 330F. Todos macarras.

Y es que el macarrismo bien entendido a veces es más que necesario. Uno no deja de tratar de mantener la compostura toda la semana ante clientes, jefes, compañeros, vecinos o seres grises en general y todo lo que espera al llegar un jueves noche a su club favorito es precisamente ese grado justo de desmelene macarril (aunque melenas...pocas ¡ay!) que nos inyecte el grado justo de vitalidad juvenil para poder pasar otra semana en el grisáceo día a día de nuestra condena. Esto era fundamentalmente lo que prometía ese tipo, ataviado de esa guisa setentera, a toda la audiencia congregada en València el pasado jueves en el Loco Club.

Foto: María Carbonell
El tipo en cuestión se llama Tim Rodgers y lidera desde hace 30 años una de las formaciones más pétreas en cuanto a la defensa de eso que se llama por muchos "aussie rock". You Am I, que así se llamó al invento en 1989,  son claro ejemplo de esa marca de fábrica garante del uso efectivo del método infalible de hilvanar huracanes de electricidad con portentosos ganchos melódicos, de la que también son adalides gente como The Hoodoo Gurus o Dom Mariani (Stems, DM3, Datura 4). Curiosamente, todos los mentados, en lo que parece una confabulación para traer enteritas las antípodas a nuestro país en cosa de un mes, van a visitar, de una u otra manera, nuestros escenarios favoritos este otoño, para gran algarabía de los no pocos seguidores de esta rama geográfica del rock.

Pero no nos alejemos de lo que realmente importa: se puede garantizar desmelene, pero más bien se diría que el concepto de "no hacer prisioneros" parecía inventado para los de Rodgers, desde el preciso instante en que sacaron su importante cargamento de macarrismo a escena. A un volumen rayando lo atronador, sobre todo teniendo el tipo de club de aforo medio que pisaban, el entusiasmo y algarabía con que saludaron a ritmo de posesión satánica a sus seguidores valencianos dejó a todos, ya de entrada, con una cara entre el estupor y la velocidad, que no tardó mucho en tornarse en la expresión del auténtico placer.

Así lo dictaminó el poderoso riff monocorde de Junk, canción que abrió el concierto, al igual que abre su último ofrecimiento discográfico, un nervioso directo denominado All Onboard (Zenith Records, 2018), que era el principal motivo, junto a una reedición en vinilo de su octavo disco.  Convicts (EMI 2006), de su visita. Así que no cabía ninguna duda: habían salido a pasárselo en grande junto al respetable. Una actitud tan honorable y pertinente que, precisamente por eso, es difícil verla en todo su esplendor con frecuencia. Esta sería una de esas raras ocasiones. Y a fe que no decayó ni un minuto.
Foto: Susana Godoy

Y es que era hasta difícil seguir el ritmo de estos tipos. Que...¡caramba!, eran igual de mayores que muchos de la audiencia, pero hay que ver la vitalidad que tienen. ¿Será que el vinacho español que devoraban en el escenario les da superpoderes? Quién sabe, pero desde luego parecían poseerlos porque aquello no fue normal. Sin dar tregua, una sucesión de canciones dignas de toda esa energía se arrojaban, prácticamente sin respiro, desde un escenario que ellos tornaron en mucho más grande que el de un club, hacia un público cada vez más en estado de éxtasis. Clásicos como Minor Byrd, Friends Like You, Mr Milk, Thuggery, Rumble, Get Up, la fantásticamente sixtie Good Morning, It Ain't Funny How We Don't Talk Anymore o la magnífica Cathy's Clown, fueron disparados de manera inmisericorde hasta desembocar, por supuesto, en ese Berlin Chair de sonido tan noventero que fue el hit que puso en el mapa a estos tipos que, lo crean o no, fueron capaces de colocar tres discos consecutivos en el número uno de las listas de su país.

Foto: Susana Godoy
Tal vez esas glorias ya formen parte del pasado. Tal vez la gloria de todos nosotros forme parte del pasado. Pero no hay ninguna duda: ratos como éste, en que unos macarras nos hicieron sentir a todos tan macarras como ellos, auténticas estrellas del rock de las de antes, dan significado a TODO. Y no lo digo sólo por la música. Lo digo por algo mucho más importante: la comunión, el sentimiento de guardar un importante secreto entre todos, las caras desencajadas por la emoción. Da gusto, realmente, e independientemente de quién sea el que toque en cada ocasión, encontrarse en un lugar casi todas las semanas en el que las caras de los que te rodean y la tuya propia tienen ese gesto que parece sólo reservado a los jóvenes, pero que pervive en nosotros sin mácula gracias a que músicos, promotores, salas, técnicos, siguen empeñados en que perviva el sueño. Porque el sueño prometido por el rock and roll -y ya sé que parezco el puñetero Bruce Springsteen- era esto, ni más ni menos. Estos pedacitos de gloria macarra. Y que nunca nos los quiten.

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