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domingo, enero 17, 2021

La caída del muro (de sonido)



Fallece, a los 81 años de edad, uno de los iconos eternos del rock and roll, el productor por excelencia. Un hombre que más allá de toda su (enorme) leyenda negra contribuyó de una forma definitiva a la concepción que hoy tenemos del pop y por eso esta sección quedaría completamente coja si no le rindiéramos el más sincero de todos los muchos tributos que sin duda suscitará su desaparición.  


Escribo estas líneas a modo express en una tarde de domingo en que lo único que me apetecía realmente era perrear (en el sofá, no se imaginen ningún baile raro), pero es que la noticia del fallecimiento que las motiva ha movido mi cuerpo de su abatimiento a la mesa del ordenador como si un muelle invisible hubiera surgido de los mullidos almohadones del tresillo, propulsándome hacia aquí cual catapulta. No es para menos, el personaje del que hablamos es uno de esos cuya desaparición -aunque estuviera ya muchos años perdido para la causa- es un paso más en la certificación de que todo aquello que significó en su día el rock and roll está ahora más marchito que las flores del año pasado que se encuentra uno en el cementerio el día de todos los santos. 


Más allá de toda la leyenda negra, justificadamente descomunal, que rodea a Phil Spector, así como de la tragedia en que desembocó su camino vital, hay un personaje esencial para entender la música que hoy conocemos como pop. Él, sin duda, fue el cimiento esencial, el patrón que la definió hasta lo que hoy conocemos, a la par que creó un modo de hacer música, usando el estudio de grabación como un instrumento más, que fue absolutamente revolucionario, marcando un antes y un después a partir del que ya nadie se atrevería a no intentar sonar como aquél tipo bajito con cara de póquer y gafas oscuras hacía sonar las canciones, hasta convertirlas en himnos celestiales. 


Las salvajadas que hizo, musicalmente hablando, son sólo comparables a las que hizo en su foro íntimo, como persona, marido, profesional o amigo. Uno de esos genios que hacen honor totalmente a los tópicos que rodean al término, capaz de lo mejor y lo peor. Su muro de sonido, generado mediante el uso del eco de los estudios Gold Star de Los Ángeles, así como por la multiplicación y sobregrabación de un montonazo de instrumentos sonando al unísono, lo cual generaba una tormenta que ensalzaba hasta ámbitos divinos las melodías que él mismo o sus equipos de compositores ponían al servicio de artistas mayormente teledirigidos, es su gran aportación a la historia de la humanidad, pero también metáfora de cómo fue la persona nacida bajo el nombre de Harvey Phillip Spector un 26 de diciembre de 1939 en el neoyorquino distrito del Bronx. 


El padre de Phil se suicidó cuando éste tenía 9 años, hecho que marcó profundamente la infancia del muchacho y motivó que la familia se mudara al soleado Los Angeles, donde aprendió los rudimentos de la guitarra y comenzó a componer para la banda que formó con dos de sus compañeros de instituto, The Teddy Bears, alcanzando un totalmente inverosímil número uno a nivel nacional con "To know him is to love him", canción inspirada en su padre y la inscripción de su lápida. Con la reputación obtenida y la experiencia en el estudio, Spector descubrió cuál era su verdadera vocación, fabricar un éxito tras otro. 


Comenzó regresando al origen: la ciudad de Nueva York le recibió con los brazos abiertos y empezó a colaborar con el mítico dúo de productores y compositores Leiber & Stoller, con los que aprendió los rudimentos del oficio y compuso nada menos que "Spanish Harlem" para el cantante Ben E. King, otro inmenso éxito que hizo que afianzara su reputación y confianza tanto como para aliarse con el ejecutivo Lester Sill y juntos dar forma a Philles Records, la primera discográfica independiente con un presidente de 21 años conocida hasta la fecha. 


Corría 1961, el rock and roll tal como lo cinceló Elvis más de un lustro atrás estaba pasado y la gente joven pedía nuevas sensaciones. Era el momento de poner en práctica todo lo aprendido y él decidió además hacerlo a través de voces femeninas, preferentemente afroamericanas, que proporcionaban la imagen desenfadada y juvenil necesaria para llegar de inmediato al oyente potencial. 


Y es que sabía lo que quería y lo que debía hacer. Tal como aparece en el libro Yeah! Yeah! Yeah!, de Bob Stanley (Turner Noema, 2015), en una entrevista para Tom Wolfe aparecida en la revista Squire, dio una de las mejores definiciones del pop que se conocen: "Me irrita un poco que lo llamen música de pacotilla. Esta música tiene una espontaneidad que no existe en ningún otro estilo; lo que ves es lo que hay. Tiene sus limitaciones armónicas, y la gente no para de decir que las letras son banales, que por qué ya no se escriben letras como las de Cole Porter; pero es que tampoco tenemos presidentes como Abraham Lincoln. Es blues para todos los públicos"


Así pues, Philles Records ficha a un trio de muchachas negras llamado The Crystals y se pone manos a la obra: al relativo bluff de sus primeros singles -incluida la retirada de tiendas de "He hit me (and it felt like a kiss)", por su explícita temática masoquista- siguió el exitazo "He's a rebel", canción compuesta por Gene Pitney que barrió en las listas de éxitos y constató, definitivamente, que discográfica y productor iban a campar por sus respetos una buena temporada. Así fue: los éxitos comienzan a llover en las voces de las Crystals, Bob B. Soxx And The Blue Jeans, Darlene Love, o la banda que se convertiría en su estrella más rutilante: un trío de puertorriqueñas llamado The Ronettes, nombradas así en honor a su líder, Ronnie, de nombre real Veronica Ivette Bennett, mujer con gran trascendencia, musical y sentimental, en toda esta historia. 



Llegan así un aluvión de hits sepultados entre montañas de eco, percusiones, toneladas de instrumentos superpuestos y orquestaciones que sonaban como si los cielos se hubieran abierto cual puerta hacia la eternidad. Por sólo nombrar algunas de esas canciones, tenemos "Zip-a-dee-do-dah", "Da doo ron ron", "Wait till my baby gets home", "Then he kissed me", "Baby I love you", "(The best part of) breaking up", "You baby" o "Walking in the rain", pero sobre todas ellas resplandece "Be my baby", un monumento al concepto de canción que queda como marca imperecedera de su creador y también como plantilla sobre la que se ha basado gran parte de la música popular desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días. Esos golpes de batería que la inician son algo tan reconocible como el padre nuestro, la Coca-Cola o el sol que resplandece por las mañanas. Ha sido tan imitado que ya parece que siempre haya estado ahí, pero esto se lo inventó el pequeño Phil y sólo por eso ya merece su sitio en el Olimpo, aunque después fuera tan, tan, malo. 


La cosa se hacía tan grande que Spector se permitía cada vez más caprichos, como producir todo un álbum de canciones navideñas con su sonido marca de fábrica y toda la pléyade de artistas de su escudería. A Christmas Gift For You From Phil Spector queda así como su particular producto megalomaníaco y sobre todo, como paradigma de un tipo de disco que todo el mundo quiere hacer alguna vez, pero nadie hizo de modo tan concluyente como él, volviendo loco por el camino a todo su equipo de colaboradores, que incluía a gente tan importante como Jack Niztsche, Larry Levine o Leon Russell, con un afán por la perfección realmente exasperante. El compositor Jeff Barry, sin ir más lejos, que estuvo en las sesiones, contaba que pasaba días y días de pie, sin hacer nada más que tocar las maracas. Así se las gastaba, el amigo, que empezaba a ser un verdadero maníaco. 


A partir de 1965 la reputación que alcanza como productor se compara a nivel de estrellato perfectamente la de cualquier banda o cantante. De hecho, las bandas jóvenes más importantes como The Beatles, The Rolling Stones o sobre todo, The Beach Boys, con un Brian Wilson que se obsesiona con él, reconocen ampliamente la influencia de su sonido en la evolución que ellos proponen para la música joven. Él continúa produciendo éxitos, cada vez más monumentales, como "You've lost that loving feeling" o "Just once in my life", con The Righteous Brothers, "This could be the night", con The Modern Folk Quartet, pero sentía que no había producido aún su obra maestra. Quería hacer esa canción que dejara por siempre su marca, incluso por encima de los ya altos estándares que él mismo había establecido. Esa canción llegó al fin a su cabeza y sus manos, mediante la colaboración con el tándem Ellie Greenwich-Jeff Barry y recibía el título de "River deep, mountain high", un torbellino, un verdadero tour de force de casi cuatro minutos -algo muy largo para los estándares de la época- para cuya interpretación eligió nada menos que a Tina Turner, bajo tutela de su entonces esposo Ike, por supuesto, que se desgañitó a base de bien sobre toda aquella tormenta de violines, baterías superpuestas y coros celestiales.


Aquella obra de arte sin precedentes, aquella maravilla pre-psicodélica de trazas sobrehumanas, que es probablemente el mejor ejemplo que pueda escucharse del muro de sonido, grabada a todo tren en los estudios Gold Star de Los Ángeles, ciudad que se había convertido de nuevo en base de operaciones de Spector, y que absorbió una enorme cantidad de la capacidad física y mental de éste y de paso, todo su equipo de músicos y arreglistas, no alcanzó el éxito esperado. Mientras en el Reino Unido llegó casi a lo más alto de las listas, en los Estados Unidos se quedó en un catastrófico puesto 88 del Billboard, algo que nuestro protagonista no logró superar. Y el descenso a los infiernos fue lento, tortuoso y muy, muy pronunciado. 


Así, en 1967, Philles Records, su criatura, bajó la persiana. Phil no volvería a producir en dos años y su temperamento se volvió cada vez más errático, tiránico y abusivo. Lo supo bien su ya entonces esposa, Ronnie, la cantante de The Ronnettes, a la que sometió a una agonía lenta y profunda en un verdadero infierno de vida matrimonial en que el productor controlaba absolutamente todos y cada uno de sus movimiento y duraría hasta 1972, año en que, a duras penas, consiguió escapar de sus garras. 


Mientras tanto, a Phil lo reclamaban cada vez más desde Inglaterra. Nada menos que The Beatles decidieron contar con él, pasando, prácticamente, por encima del cadáver de Paul McCartney, para que hiciera algo por salvar las destartaladas sesiones de grabación de lo que luego sería Let It Be, su disco de despedida, que obtuvo un Grammy por "The long and winding road", canción que él arregló y produjo profusamente. Todos excepto Macca quedaron tan encantados que tanto George como John contaron con él para producir sus primeros -y clásicos- discos en solitario. Sólo con el trabajo que hizo en el triple All Things Must Pass, del primero, ya volvió a ganarse el título de mejor productor de la historia, algo que naturalmente, ya había demostrado ser, pero es que ahí rizó el rizo. 


Sus aportaciones propias al pop fueron prácticamente inexistentes a partir de los setenta y casi todo lo que hizo fue producir a otros artistas, como su colega del Bronx Dion DiMucci (maravilloso ese Born To Be With You), Leonard Cohen o incluso The Ramones. Todas esas grabaciones fueron testimonio del carácter imposible del productor, que sacaba a pasear sus pistolas por el estudio en cuanto tenía ocasión, encañonando más de una vez a algún músico si la cosa no iba a su gusto, o haciendo repetir un acorde durante horas a Johnny Ramone, que contaba que acabó tan harto que decidió largarse de allí y cuando el productor le encañonó le espetó "qué vas a hacer, Phil, dispararme?, me importa un carajo si me pegas un tiro o no, sólo quiero largarme". Menos mal que de vez en cuando se encontraba la horma de su zapato, porque desde luego poco pasó para todo lo que se cuenta de él. 



No obstante, era cuestión de tiempo que llegara la tragedia a su vida. Una vida de recluso cuya creciente leyenda negra comenzó a sepultar todos los éxitos pasados, quedando como un personaje bizarro de los años dorados del rock and roll al que no había que hacer demasiado caso si no se quería acabar escaldado. Allí en su mansión-castillo de estilo californiano hacía y deshacía viviendo de rentas y volviéndose cada vez más loco, hasta que el 3 de febrero de 2003 se encontró en su casa el cadáver de la actriz-camarera Lana Clarkson. La desdichada apareció desplomada en una silla con un tiro en la boca y aunque se alegó la muerte accidental, tras diversos juicios Spector fue a dar con sus huesos en la cárcel con una condena de 19 años por homicidio en segundo grado. Triste final que ahora queda definitivamente rubricado con su fallecimiento debido complicaciones relacionadas con COVID-19. Con él desparece una parte más -y muy importante- del ya casi inexistente puzzle del origen de la música que ha definido durante décadas el pulso de la juventud. Un creador genial cuyo ascenso meteórico al éxito fue tan bestial como su descenso al averno. No creo, desgraciadamente, que nadie escriba en su lápida aquello de "conocerle es amarle", pero descanse en paz, si puede. 

Algunas de sus obras maestras : 






















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