“Bueno, está bien el disco, tiene canciones chulas y tal… pero no es nada que no haya escuchado ya”… Silencio respetuoso, asentimiento y capitulación. Por ahora, la misma nula asertividad que el prójimo demuestra ante descubrimientos sonoros que no parecen calarle en la misma medida que a ti. Ya veremos si lo de pedir una segunda opinión ha sido tan buena idea como creÃa. De momento, lo de que hay pocos grupos que suenen asà lo sigo manteniendo, y no parece que sea la única contradicción. Lo de que son atÃpicos en planteamientos, letras y forma de afrontar las canciones también, aunque me desconcierten algunos arreglos y esas armonÃas sencillas, ancladas a unos estribillos a veces aún más simples, se enreden en sà mismas sin que sepas con seguridad a dónde te van a conducir. Ese es otro de sus encantos. Y, para qué nos vamos a engañar, tampoco es que vaya a pinchar este disco todos los dÃas ni intentar convencer a nadie más de que oculta virtudes que son inapreciables al oÃdo mal acostumbrado. Claro que la cuestión se reduce simple y llanamente a una cuestión de gustos. Como casi todo.
Que bordees –por arriba o por abajo, no cuenta- la mediana
edad y te siga entusiasmando ese pop falsamente juvenil como si aún pensaras
que el futuro es solo el humo que nos quieren vender para distraernos de los
verdaderos placeres de la existencia, solo debe convertirse en un sÃntoma para
que disfrutes de canciones sin letra pero llenas de contenido (‘Capitán, nos
hundimos’) o de la trompeterÃa festiva con que se llena gran parte de este
trabajo (‘A gogó’ está construida con esos agradecidos mimbres). Como un Cohete –me encantan los juegos de palabras, como se puede comprobar-, redondeando la
faena ya apuntada en su anterior entrega, los instrumentos cobran fuerza y
aceleran el tempo (‘Vampiro’ y ‘Menudo par’ se aferran a las guitarras), e
incluso se tiñen de color tropical (‘Un sabor diferente’) o bastante más
oscuro, hacia un tono más propio del blues
(‘A patadas’), y ahà es donde definitivamente piensas que sÃ, que no estás escuchando
un trabajo hecho a retales, y que hay muchÃsima más tela que cortar que la que
luce en el escaparate. El amplio muestrario llegarÃa incluso al country (‘Qué querrás decir’), para que
me vuelva a plantear qué es en realidad el pop y dónde puedo encontrar sus
verdaderas claves. Ni que decir tiene que me complace enormemente el hecho de
no encontrarlas.
Si se cuela un banjo por un canal (el de Pablo Cobollo da
consistencia a ‘Contando estrellas’) y una preciosa sección de vientos por el
otro (‘100 ciclistas’, ya grabada con anterioridad, los une a coros y cuerdas
para que conste que también están capacitados para ese palo) ya no deberÃa
sorprenderme. Ni tampoco que un twist
amable y saltarÃn (‘DÃa de playa’) me anticipe el verano y sus fugaces dÃas húmedos
sin que la sonrisa se me borre del rostro. Hasta tienen sentido del humor, y lo
usan en beneficio mutuo para enviar mensajes con mucha miga (‘Cumpleaños’)
disfrazados de intrascendencia. Es otra de las cosas que me gustan, que me
hagan retroceder unos cuantos años (‘Un niño más’) mientras escucho a una
pequeña orquestina que cambia el ritmo y la perspectiva según lo pida la
canción. En eso me recuerdan a otros benditos freaks cuyo cadáver aún visitamos de vez en cuando: El Niño Gusano.
¿A alguien más le pasa?
Pues eso, que una vez despreocupado, desprejuiciado y casi
desarmado por un grito de guerra como “¡Hurra!”, descuelgo el teléfono y marco
el número del inconmovible interlocutor de hace unos párrafos. Al adivinar su
voz, dejo que la música hable por mÃ, que eso siempre se me ha dado bien. Y
entonces alguien canta: “nunca he
disfrutado tanto”.
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