No sé por qué varios amigos reales o virtuales, conocidos, satélites e incluso familiares reniegan constantemente del verano, esa estación perfecta para echar al olvido todo lo que nos hará falta el resto del año y pegarse un chapuzón de expectativas que no serán renovadas hasta la mítica noche de fin de año. En el horizonte, cual nubes que anuncian el aguacero sin el cual no sabríamos que agosto reina en el calendario, la palabra mágica, añorada por muchos –entre los que me cuento- y temida por otros tantos: septiembre. Al final de este párrafo soy yo el que no sabe por qué suele esperar con tanta ilusión la llegada del equinoccio otoñal. O sí, porque ahora que lo pienso, hay varias razones para ello, de las cuales aquí solo desarrollaré una, que es la que parece concernirnos: se publican varios discos que me apetece escuchar, e incluso algunos de ellos ya he tenido el placer de hacerlo en primicia, sin que siquiera se haya decidido la portada ni enviado las copias correspondientes para promoción y entrevistas. De estos, claro, también me apetece escribir, sobre todo si suenan tan bien como este. Lean y descubran de quiénes hablo antes de decidir si merece la pena dar el siguiente paso, ese que parece tan difícil para quienes acostumbran a hacer lecturas apresuradas de estas reseñas y acercamientos tibios a los discos que solemos recomendar: escucharlos con atención.

Se llaman Burning Condors, son cuatro músicos residentes en el corazón del imperio británico que llevan pateándose garitos desde 2009, y su sonido padece de la misma inflamación ardiente de su nombre. Contundencia, inmediatez, provocación y buenas fuentes de las que beber. El chorro de agua templada con el que comienza este inminente pelotazo se titula ‘Dirty girl blues’ (en el vídeo de abajo se puede comprobar su eficacia) y, efectivamente, hermana la música negra por excelencia con los guitarrazos desnudos del punk, un movimiento del que se confiesan devotos. Pero también encuentran inspiración en las raíces americanas del country, algo que supo adivinar el legendario Dave Roe, contrabajista de los Tennessee Three (¿que quiénes son estos tipos? ¿a alguien le suena un tal Johnny Cash…? pues se trata de la banda que lo acompañaba en directo) cuando les convenció para llevárselos a grabar a Nashville y de paso apuntarse el tanto de meter unas cuerdas en el tema de presentación, una amenazadora falsa balada titulada ‘Honey trap’ en la que también colabora el coronel JD Wilkes, otro gran desconocido cuya banda titular, los Legendary Shack Shakers, siguen rompiendo moldes en el reducido campo del rockabilly contemporáneo. Con estas credenciales y unas amistades tan recomendables, no sería justo ni conveniente dejar de dedicarles unas líneas, y más cuando te cuentan que poco antes de entrar en el estudio para comenzar la grabación, el cantante, Marcus ‘Tommy’ Thompson, tuvo que ser operado de urgencia en Londres tras sufrir un neumotórax en pleno escenario. Fue en el transcurso de otra de sus incendiarias actuaciones en el mítico 12 Bar Club, y los testigos aseguran que el afectado solo aceptó ser trasladado al hospital tras terminar el show. Ver para creer.

La música para Burning Condors no es solo una devoción, sino una profesión con ramificaciones a otras artes que intentan incorporar a su oferta. Benjamin Murphy, un famoso artista gráfico londinense –su reciente trabajo con bandas como The Kills le auguran un espléndido futuro-, se ha encargado del diseño de la portada de single (‘Love on the rocks’, de edición limitada) y álbum, de título ‘Round our way’.  Será editado por Shakehand Records y la mejor noticia es que los traerá a España en 2014 como parte de una gira europea que llenará muchas agendas de promotores con su nombre. O eso sería lo lógico si la sordera colectiva que nos rodea no sigue agudizándose. Ojo: en algunos blogs, webs y fanzines del gremio los comparan con The Clash, Kings of Leon, Libertines, Jon Spencer Blues Explosion y hasta Queens of the Stone Age… ¿A que ya suena mejor lo de dedicarles un ratito?