Salvemos al telonero (Let's save the supporting band)


Salvemos al telonero (Let's save the supporting band)

Sí, hay que hacerlo. Salvar al telonero, digo. Salvarlo de sus propios aires de grandeza, de los ataques de egolatría desmedida de los “cabezas de cartel” y del ostracismo al que se les puede llegar a someter en algunos medios de comunicación. El telonero está, como su propio nombre indica, para subir ese hipotético telón escénico de toda sala de conciertos, para calentar los motores de la noche, para despertar a veces al respetable y para ser invisibles para los “irrespetables”. El telonero es la carnaza que se lanza a los tiburones, a veces para alimentarles sí, pero sobre todo para abrirles el apetito y que sigan devorando una noche de música y de barra etílica. El telonero es, como bien resume su propia acepción inglesa, la banda de apoyo, esa "supporting band" que además soporta de todo...

El telonero es sacrificado, solícito y complaciente. Que hay que mutilar el repertorio, se mutila; que hay que empezar antes, sin problemas; que hay que tragarse los desplantes de promotores, salas, bandas… pues a tragar se ha dicho… Pero eso no quita que sean avispados y que comprendan que telonear a una banda de renombre, a ese solista indie que está de moda o a cualquier-cosa-que-suene-a-éxito, es una oportunidad de esas que no se pagan… aunque a fin de cuentas incluso tengan que pagar algo, y algunas veces, las más denunciables, pagan incluso con su dignidad

Ser telonero implica tener un superpoder propio de la Marvel, ese poder tan incomprendido como obligado a usar con el traje que debe vestir en cada show: la invisibilidad. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, le advertía el tío Ben a Peter Parker como anticipando lo que podría pasar… La mejor suerte es la de poder coincidir con una banda amiga en el escenario, decidir que quieren tocar con “tal” banda porque son colegas de siempre o hacerlo sin la presión de saberse casi a solas en su actuación. Al fin y al cabo, pasárselo bien y hacer que la diversión “fluya” entre la gente… Pocas bandas-solistas teloneras hemos visto con ese talante de “pasar” de todo para disfrutar y acabar transmitiendo todo ese buenrrollismo hasta el último desaprensivo de la sala que no deja de hablar a gritos con su compañero. Pero ojo, que también hemos visto lo contario… 

En conversación casi eterna con la también redactora de estas líneas María Carbonell, siempre acabamos indignándonos puño en alto y emblema ensalzado con el tratamiento que muchos medios dan a los teloneros. Hace solo unos días, ella misma abría el debate virtual en redes sociales con una frase que lo decía todo “… Otra crónica sin mención a la banda que abre la noche. Bravo!...”. Lo inquietante es que la frase comience con “otra”, algo que nos indica ya la magnitud y lo “guay” que es ignorar el trabajo de los teloneros. Está genial escribir, seas-el-medio-que-seas-en-el-formato-que-tengas, y labrarte un huequecito, quizás una trincherita, en la escena musical local. Pero… nenes, ¿os asusta trabajar o ké aséis?. Con más o menos elegancia, algunos compañeros inician sus crónicas incompletas reconociendo que no llegaron a tiempo al concierto. Son los menos, pero aún así, siguen demostrando su desprecio hacia el papel del telonero, que sigue siendo injustamente tratado… por compañeros y también por la prensa… El día que el telonero, en lugar de acercarse a nosotros para agradecernos que hayamos ido –sin saber él que le ignoraremos y no haremos mención alguna a su actuación esa noche-, nos parta la guitarra en la cara elegantemente, ese día a lo mejor despertamos y nos insufla un soplo de profesionalidad… Teloneros: os doy ideas… afilad las guitarras viejas y batear a redactores presuntuosos contra el vacío informativo de sus líneas (muchas veces gramáticamente confusas… pero ese es otro tema, amiguitos). 

También hay teloneros que llegan con la desgana propia de las malas divas. Esos que se creen alguien sin saber siquiera quiénes son. En ocasiones, hay suerte y resulta que saben tocar… en otras ni eso. Creen que la pose y el hipsterío es lo necesario para llegar a lo “más” y para eso, o tienes detrás una compañía de management de las gordacas, o nada, amigos. Solo los grandes fiascos de pose y desacorde llegan “arriba” con ayuda. Pero como adolecen de esas grandezas, no son capaces de sostener en pie sus propuestas. Es duro decirlo, pero los hay así, de verdad; no os espantéis. Los reconoceréis sobre todo cuando os aborden unas ganas incontrolables de bostezar en su show. En ocasiones se han dado casos extremos en los que el bostezo se ha convertido en arcada… pero no se demostró nunca que no fuera producto de una cena previa a toda prisa. Pero pese a todo, también se merecen pelearse, a su manera, en esto del devenir sonoro.

Tampoco puedo ser tan negativa cuando he asistido a conciertos en los que los teloneros han vapuleado y se han meado en la cara de esos cabezas de cartel. Todo metafóricamente hablando, claro. Les han arrollado, superado y han demostrado que la suerte, por mucho que pueda comprarse, tampoco está siempre de su parte. Y es que ser telonero no implica que tu producto sea “menor”, y ser cabeza de cartel no significa que lo hagas mejor… Aunque muchos así lo sigan comprendiendo. Es entonces cuando sales de la sala y sientes que has recuperado la fe en esa religión que no te importa profesar, la de la música en directo. “Alabado sea el señor”, grité al salir de un determinado concierto, en el que el telonero me ganó de calle y en el que la banda principal me hastió hasta el desánimo y las ganas de morir en ese mismo momento… 

Y qué me decís de los teloneros que además se desplazan a otra ciudad para abrir a una banda local… Se arriesgan… “Tío, sí… es una oportunidad de salir fuera y que nos conozcan”… Salen de casa con todo lo imprescindible y con 1000 artilugios más “por si acaso”. Alquilan el caparazón-casa que es esa furgoneta a la que se han acostumbrado en tantos bolos, y la emprenden con la carretera para tocar, a veces con suerte, ante un público más reducido que el que podrían tener en su propio salón de su casa, frente a sus parejas, familiares y mascotas. Pero lo intentan con toda la ilusión del mundo. Y es que, a ilusión no hay quien gane a un telonero. Siempre pensando que quizás un Carlos Hernández, un Raúl Pérez, un Suso Sáiz o un Sebastian Krys se hayan dejado caer por un garito que nadie sabe encontrar en el Google Maps, para ver a una banda que tampoco han escuchado antes… “Oye, que también puede ser que se acerquen”… se dicen unos a otros en la “furgotelonera”… 

Seguro que a vosotros, teloneros de pro o incluso expertos en el arte de recibir con respeto e igualdad al telonero de turno, se os ocurren otros muchos “tipos” en tantos y tantos conciertos a los que habéis asistido o en los que habéis tocado. Sea como sea, os propongo algo que a veces se nos olvida: salvemos al telonero. Salvémosle cuidándole y, ante todo, demostrándole el respeto que sin embargo parece que no nos duele dar cuando los “protagonistas” son los “otros” sobre el escenario. También, cuando escribimos, of course.

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