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domingo, enero 04, 2015

El Hijo. Electropura. Valencia, 3 – 1 – 2015


El Hijo. Electropura. Valencia, 3 – 1 – 2015

“La voz de Abel Hernández, alias de El Hijo, a veces escondida tras su pelo, que le cubría completamente la cara, surgía ciegamente con un leve pero profundo eco cavernoso, que colocaba sus palabras, sus tremendas hazañas en el mundo de la soledad, más allá de nosotros, junto a aquellas imágenes de una naturaleza física y espiritual que se proyectaban en la pared detrás de Abel, el cual se convertía en un intermediario entre la imagen, la música y nosotros, los receptores, como una presencia perdida, un pensamiento tan torturado y tendente a la depresión como iluminado. La atmósfera era tan densa y espesa (...) que Abel se tenía que posar suavemente, de manera angelical, sobre los hombros de los oyentes del lugar, que perdían la posibilidad de verse en la tesitura de decidir si el concierto les gustaba o no: directamente era imposible no salir totalmente enamorado de aquella titánica nebulosa. Mientras la voz de El Hijo soltaba las letras de sus canciones, el eco, en definitiva, aislado y penetrante, nos repetía: “tranquilos, no estáis solos, no esta noche”.

Esto escribía hace dos años y tres meses sobre el anterior concierto de El Hijo en Electropura (desde entonces ha venido un par de veces, pero en fechas en las que no he podido asistir). Por eso, cuando en estos días largamente festivos pre-Reyes se anunció que El Hijo tocaría de nuevo en el mismo local, era de esperar que acudiera raudo, esperando volver a disfrutar esas sensaciones, en una especie de feliz reencuentro con esa tristeza y soledad que llegas a conocer tan profundamente que empiezan a desaparecer, junto a sus dañinas consecuencias, en la neblina.

Al llegar, no fue raro volver a encontrar a Jorge Pérez, alias Tortel, a los controles, como aquella vez, pero sí fue una sorpresa encontrar a un Abel Hernández más suelto, más participativo, más bromista con las chiquillas que visitaban el lugar, menos crispado y “oscurecido” que en aquel octubre de 2012. Lo que no cambiaron fueron sus habituales historias de bosques vagabundos, azotados por oníricas fuerzas de la naturaleza. Las de El Hijo son canciones que han dejado de sonar (porque las canciones que suenan bien, suenan bien) en la habitación, golpeando las paredes para extenderse en un éxtasis de melancolía, para convertirse en una parte de nuestra memoria, en un regazo fantasmal sobre el que aposentar nuestra cabeza y recordar todo aquello que nos hacía vivir y amar.

El Hijo ya se ha librado de la obligación de presentar paso a paso su último disco, Los movimientos, y se dedicó a ofrecernos un, emotivo en su desnudez, maravilloso en la voz de Abel, recorrido por amores heridos, que sacuden como huracanes, con su mismo salvajismo, nuestra curiosidad, la del cazador sin armas y sin deseos de matar en tierra extraña. Nos trata como lo que somos, seres quebradizos, que disparamos, transparentes, invisibles, contra el hielo del lago helado que cruzamos. Y esos sentimientos son los que nos hacen grandes, épicos, vivos.

Hace dos años, elegí aquel concierto en el Electropura como el mejor del año para Alquimia Sonora. Era octubre, quizás no recordaba otros, pero me pareció cercano a lo mágico. 2015, en cambio, acaba de empezar, es mi primer concierto de este año, de hecho. Pero dudo que muchos puedan superar, a pesar de que quizás la longitud del concierto (casi hora y cuarto) pudo ser excesiva por momentos, la expresión de felicidad que sólo los maestros, poetas y músicos, como El Hijo pueden lograr. Maestros porque van más allá de la poesía, mucho más allá de la música: pertenecen al terreno de la esperanza.

Más info:






                                                               El Hijo - Los naranjos
                                                              El Hijo - Balada baladí
                                                       El Hijo - Conmigo a tu vera

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