Cada vez que nace un nuevo festival en Granada son muchas
las esperanzas que nacen de forma paralela al mismo y si, como era el caso,
apostaba por unir en un solo cartel un grupo novel granadino (Los Pantani), uno emergente también
local (Alondra Galopa) y un cabeza
de cartel como Havalina, la esperanza
aumenta proporcionalmente, como ha ocurrido con el Disonante Fest.
Lástima que, al final, los resultados no siempre son los esperados
y, el pasado sábado, Los Pantani se
encargaban de romper el fuego, con bastante puntualidad y en un ambiente que
podríamos definir como íntimo. Con un estilo que ellos definen como “Niños que
combinan el emocore gritón con bocanadas de rock urbano. Duele.” Y que a
nosotros nos sonó como un hardcore gamberro, en el grupo escuchamos a Jose Manuel
Rojas (voz), Enrique Arias (guitarra), Nino López (bajo) y Carlos Gimeno (batería),
con un repertorio que “pecaba” en ocasiones de letras políticamente incorrectas.
En el escenario dieron más juego del que habíamos esperado y
demostraron que no hay edad para hacer música como a uno le dé la gana y que hay
que apostar por lo que a uno de verdad le resulta interesante a la hora de
hacer música consiguiendo, así, un proyecto creíble que como mínimo les va a
dar buenos ratos sobre el escenario.
Tras ellos, sin apreciarse mejoría alguna en un sonido que
no terminó de ajustarse a las condiciones de la sala (aparentemente difícil de
sonorizar ya que, en la mayoría de conciertos que he podido escuchar allí el
sonido ha sido muy deficiente) y una iluminación que tampoco hacía ningún favor a los grupos en el
escenario, en el turno de Alondra Galopa
apreciábamos cómo iba llegando algo más de gente la Quilombo.
Presentando su “Ni fuimos, si somos, si seremos héroes”, un
álbum menos oscuro que el anterior en que empiezan a introducir otros matices
que hacen más experimental y atmosféricas unas composiciones en las que,
desafortunadamente, no pudimos disfrutar de la voz de Mónica Navarro en ningún
momento, tapada, en todo el concierto por el resto de instrumentos.
Junto a ella escuchamos a Juan A Salinas, Álvaro Blas y
Julio P. Rivas, una banda que ha apostado por la evolución en su último trabajo
y a la que, aunque el sonido no le hizo justicia el sábado, se le ven muchas
posibilidades de destacar en el panorama musical con este último trabajo. En lo
que se refiere a Granada lo apuntamos en tareas pendientes para intentar escucharlos
de nuevo en otra ubicación y poder valorar con más justicia el sonido del
grupo.
Cerrando cartel y noche, los madrileños Havalina salían a escena en el justo momento en el que la sala, por
fin, acogió un mayor número de asistentes que, obviamente, se habían decantado
por ir al festival a escuchar sólo a estos últimos. Lástima que, una vez más,
en esta ciudad cueste apostar por descubrir nuevos valores incluso cuando estos
van incluidos en el precio.
Con un técnico de sonido que debió de pensar, al igual que
el público, que el resultado no estaba siendo el adecuado y que se tomó su
tiempo para volver a sonorizar al grupo (tiempo que jugó luego contra el set
list, que no pudieron tocar por completo), lo cierto es que cuando Havalina subió al escenario había
cambiado radicalmente el sonido ganando en claridad y compensando adecuadamente
voz e instrumentos para que desde abajo pudiéramos apreciar cada uno de los
elementos de la mejor forma posible.
Levantando al público desde el primer tema, con ese guitarreo
espectacular del que hacen gala y unas composiciones con letras que dicen mucho
y fueron coreadas a voz en grito por los asistentes, comenzar con “Cristales
rotos sobre el asfalto mojado” fue ya de por sí una declaración de intenciones
con respecto a lo que quedaba por venir.
Un set list en el que no faltaron temas como “Viaje al sol”,
“Imperfección”, “Ulmo”, "Objetos pesonales" o “Dónde” y en el que, avisados de que había que cortar
el concierto (las dichosas doce de la noche que tantos conciertos fastidian en
esta ciudad) optaron por saltarse unos cuantos y pasar directamente a “Cementerio
de coches” cerrando con él un espectáculo que podía haber dado mucho más de sí
en el caso de que las condiciones ambientales lo hubieran permitido pero que, a
pesar de todo, dejó muy buen sabor de boca a un público convencido desde el
principio.
Está claro que el trío madrileño formado por Manuel Cabezalí
(guitarra, voz), Jaime Olmedo (bajo) y Javier Couceiro (batería), le ha cogido
el punto a su “Islas de cemento” y ha desarrollado la capacidad de llegar a un
amplio abanico de público gracias a un estilo que sólo podemos definir como inclasificable
donde guitarra y bajo establecen un diálogo que se completa con una batería
contundente para crear unos tema que no dejan a nadie indiferente.
Que nos supo a poco, sí. Estas cosas a veces terminan en el
mejor momento. Afortunadamente el final llegaba en un momento álgido en el que
el público, completamente entregado, sólo optó por protestar un poco por la
brevedad del concierto de los madrileños (algo menos de una hora) pero se machó
con buenas sensaciones y ese “Cementerio de coches” resonando aún en los oídos.
Esperemos que haya más “Disonantes” y que volvamos a disfrutar de esa variedad
que hace tanta falta en Granada.
Crónica: María Villa
Fotos: J.M. Grimaldi
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