Rosendo + Hijos del Hambre. Teatro de la Axerquía. Córdoba, 4.7.15.
Cuántas veces la expresión “Mentira me parece” nos ha
servido para admirar, en uno u otro sentido, la realidad circundante, e incluso
para observarla, siempre desde nuestro y subjetivo punto de vista, con la
suficiente lucidez como para escribir, comentar o incluso gritar sobre ella. De
eso, de visiones personales basadas en la experiencia y en un amplísimo bagaje
vital y artístico, sabe muchísimo uno de los protagonistas del reciente
Festival de la Guitarra de Córdoba, sin el cual el cartel (y eso que tenía
durísima competencia) habría quedado innecesariamente incompleto. Le teníamos
ganas, en resumen, a la nueva gira del músico más auténtico jamás surgido de la
urbe de Carabanchel. Rimbombantes palabras para presentar en directo una vez
más al simpar Rosendo Mercado, a cuyo nombre a estas alturas ya habría que
anteponer el tratamiento de “ilustrísimo”. Efectivamente, mentira nos parecía.
Austero, como siempre, sin gomas ni anclajes para su canosa
cabellera, el gesto abstraído y profesional, la oreja adornada con el
sempiterno aro, el amplificador bien adaptado al recinto y, cómo no, la
audiencia previamente rendida a sus pies. Son solo tres hombres, pero a fe que
asemejan un ejército. La distancia es lo de menos cuando hay tanta eficiencia
en juego, da lo mismo escuchar a escasos metros que en la placidez de la grada,
si es que a alguien le resultaba plácido llegar a la medianoche bordeando los
treinta grados de temperatura. Sí, amigos, esto es el sur, y aquí hay que
sudar. Sudor, nada de sangre y pocas lágrimas para afrontar una ‘Mala vida’
solo apta para los fans de base, los que nunca han abandonado al madrileño en
sus últimos altibajos, superados con el reciente ‘Vergüenza torera’, en el que
sustenta buena parte de su repertorio actual, refrendado además con otro
directo marca de la casa, nunca mejor dicho, grabado en Las Ventas en
septiembre del pasado año. El autor lleva la impronta de cuatro décadas sobre
el escenario con señorío, sabiduría y perspicacia. Flanqueado por el bajo de
Rafa J. Vegas y la batería de Mariano Montero, no necesita dar la bienvenida para
ganarse el apoyo colectivo, a la par que el cariño de todos los que hemos
intentado entender la realidad que nos rodea con la mitad de éxito y el doble
de esfuerzo. La facilidad para soltar riffs
expertos, coreados por su banda, es evidente en ‘Atajo de cobayas’ y ‘Quincalla
o no’, lúcidos reflejos de un tiempo que a él, desde su atalaya atemporal,
también le ha tocado vivir. Las concesiones al pasado comienzan con una
pregunta a bocajarro: ‘¿De qué vas?’, y quedan ahí, en suspenso durante unos
minutos, para regresar al ruedo de las cuestiones actuales con ‘Cuando’ y
‘Quién le mece la hamaca’, para las que encontrar una respuesta se antoja tan difícil como dejar de
plantearlas. Algo que necesita, claro, de un portavoz inteligente y
cualificado, y mientras el señor Mercado conserve arrestos y neuronas para
seguir siéndolo, nuestro espíritu contestatario estará a salvo.
Aferrado al mástil y arrepintiéndose de haber “echado una
rebequita” en la maleta en su excursión al infierno térmico cordobés, se sucede
el recorrido por su última discografía, igual de certera y bastante más sabia
que la primigenia, y presenta una ajustada versión de ‘Amaina tempestad’ tras
la que ‘Muela la muela’, una de sus mejores letras, suena poco menos que a
gloria. Pero claro, a muchos de los asistentes no les vale con esos nuevos y
excepcionales valores, les resulta insuficiente irse a casa sin haber escuchado
la enésima revisión de ‘Flojos de pantalón’ o ‘Pan de higo’, así que el maestro
las intercala como puede en un contexto que no resulta tan desequilibrado como
pareciera. Así, todos contentos, él el primero. No en vano es el dueño de
algunas de las canciones más potentes hechas en el rock en español, y comandó
aquella nave de locos cuerdos llamada Leño, así que escuchar hoy ‘El tren’ o
‘Maneras de vivir’ se convierte poco menos que en una obligación. Todos los
allí presentes sabíamos que grabe los discos que grabe, reciba los premios que
reciba y gire con la frecuencia que gire, esos serían –y seguirán siendo- los
grandes momentos de la noche. Es la marca de quien ha marcado tanto y no puede
evitar seguir haciéndolo, y lo único que podemos hacer, al margen de escuchar y
disfrutar de nuevas viñetas de rock urbano como ‘Menú de la cuneta’ o ‘El
ganador’, es estarle eternamente ‘Agradecido’. ¿O es que alguien pensaba que
esta no la tocaría? Rosendo no está tan loco como para prescindir de los himnos
que le han hecho grande.
Así, en mitad de una gira marcada una vez más en ‘Masculino
singular’ y ‘Navegando’ entre el mito y la raza humana, ese señor de pelo largo
y vaqueros desgastados que se preocupa tan poco por su imagen, ni puñetera fala
que le hace, se detuvo a bañar de rock y poesía racial un recinto egregio, que
apenas cinco días después abriría sus puertas al dios Dylan. Como nunca hemos
sido habituales de otros altares que no sean los de un escenario y una barra
cercana, preferimos rezarle a los santos de la capilla del barrio, que siempre
han sido mucho más cercanos y hasta ahora han escuchado con atención nuestras
plegarias. Gracias por velar tan bien por nuestro futuro, San Rosendo, y que
Dios (o Bob) le bendiga.
P.D.: Rosendo no vino solo, le acompañaron en esta ocasión
los peleones miembros de Hijos del Hambre, banda cordobesa cercana a los
planteamientos de un rock desenfadado que encontraron la ocasión perfecta para
desenvolverse ante una gran audiencia presentando los temas de su reciente ‘Maldito
dinero’. Cercanía, implicación y muy buena materia prima para unos músicos
especialistas en decibelios aptos para caldear cualquier ambiente. ‘Verbeneros’,
‘En la cuerda floja’, ‘Amor de madre’ o ‘No te lleves más de mí’ describen a la
perfección el ambiente que buscan –y suelen encontrar- en un concierto de puro
y duro rock and roll.
ROSENDO
HIJOS DEL HAMBRE
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
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