Robert Forster, la mitad aún viva de la banda australiana The Go-Betweens, está de vuelta tras siete años de silencio con "Songs to play". Recordemos su pasado y hablemos de su presente.
Recuerdo doloroso nº 1: Es por la tarde y estoy sentado en el baño leyendo una revista musical muy famosa en este país, que acabo de comprar. De repente, me detengo en la sección "Conciertos del mes" y para mi más absoluto horror caigo en la cuenta de que The Go-Betweens, posiblemente junto a The Smiths y The Kinks, mi banda favorita de todos los tiempos, ha tocado la noche anterior en mi ciudad y yo no me he enterado. Sí, amigos, la peor pesadilla de un enfermo de la música pop como el que suscribe hecha realidad. No sé si fue a causa de mi melonismo, de que en aquella época yo no tenía ordenador ni internet o yo qué sé pero el caso es que se me quitaron las ganas de hacer lo que había ido a hacer allí, cogí el teléfono y llamé a mi amigo David, para preguntarle si sabía algo de esto. Para su desgracia, él tampoco se había enterado. A ambos nos entraron unas profundas ganas de saltar por el balcón y algún que otro sollozo debió escaparse a través del auricular. Vaya par.
Recuerdo doloroso nº 2: Exactamente seis meses después de los hechos que relato arriba, me entero de la repentina muerte de Grant McLennan en su casa de Brisbane. Es mayo de 2006 y jamás veré a mi grupo favorito tocar sobre un escenario, jamás habrán nuevos discos, jamás habrán canciones tan rabiosamente luminosas como las que firmaron juntos Robert y él. Vuelvo a coger el teléfono para llamar a David, esta vez los sollozos se oyen claramente. Es el fin.
Y lo es porque no ha habido sobre la tierra banda tan poderosamente sabia, tan inocentemente honesta, tan dolorosamente entusiasta, tan perfecta y tan sublime, como los Go-Betweens. Nadie como ellos, con la única excepción quizá de los ya mencionados Smiths, supo transformar la luminosidad de la melancolía en canción pop de tres minutos. Todo eso se acabó con la muerte de Grant. La mesa se quedó coja, el dulce sueño acabó, Robert se quedó solo y nosotros, más solos aún. O por lo menos, eso pareció.
Brisbane es una bonita gran ciudad (la tercera más grande el país de los canguros), capital del estado de Queensland y un importante centro cultural y turístico. Precisamente en la Universidad de Queensland, ubicada en la misma, cuando ambos cursaban su primer año y para más señas, en clase de arte dramático, Grant y Robert se conocieron. Ahí empezó todo.
Ambos eran apasionados fans de algo: Gran McLennan (12 de enero de 1958- 6 de mayo de 2006) era cinéfilo, con aspiraciones a crítico de cine o, con un poco de suerte, incluso director y Robert Derwent Garth Forster (29 de julio de 1957), era otro chico de 19 años que estaba loco por The Velvet Underground, el Dylan de los años 60, Television y Patti Smith. Robert tenía una banda con otros dos tipos, pero no estaba llegando a ningún lado con ello. Aunque eso sí, la noche que Grant fue a verles tocar se quedó pasmado con la canción con que terminaron: "Karen". Una sencilla pero contundente pieza que hizo pensar a McLennan que definitivamente debería hacer algo serio con ese tipo. Robert prefería unir esfuerzos con alguien similar a él, aunque ese alguien no supiera tocar nada, como era el caso, así que convenció a Grant de que aprendiera a tocar el bajo y algo de guitarra y empezaron a componer canciones juntos.
Ambos eran apasionados fans de algo: Gran McLennan (12 de enero de 1958- 6 de mayo de 2006) era cinéfilo, con aspiraciones a crítico de cine o, con un poco de suerte, incluso director y Robert Derwent Garth Forster (29 de julio de 1957), era otro chico de 19 años que estaba loco por The Velvet Underground, el Dylan de los años 60, Television y Patti Smith. Robert tenía una banda con otros dos tipos, pero no estaba llegando a ningún lado con ello. Aunque eso sí, la noche que Grant fue a verles tocar se quedó pasmado con la canción con que terminaron: "Karen". Una sencilla pero contundente pieza que hizo pensar a McLennan que definitivamente debería hacer algo serio con ese tipo. Robert prefería unir esfuerzos con alguien similar a él, aunque ese alguien no supiera tocar nada, como era el caso, así que convenció a Grant de que aprendiera a tocar el bajo y algo de guitarra y empezaron a componer canciones juntos.
En palabras del propio Forster "Nos convertimos en Godard y Truffaut. Brisbane no lo sabía en ese momento, pero había dos chavales de 19 años conduciendo por ahí en un coche que creían que eran directores de cine franceses". Robert enseñó a Grant a apreciar a Dylan, Tom Verlaine, Lou Reed y, a su vez éste, le mostró las bondades del cine de la nouvelle vague. No podía ser de otra forma: el primer single de la banda estaba dedicado a una preciosa actriz de cine."Lee Remick" es una canción pop sumamente naïve, propia de los imberbes amateurs que eran, pero a su vez, tan segura de su sencillez que se escuche cuando se escuche siempre funciona.
La química empezaba a estar ahí y lo sabían. Por eso, tras otro single ("People say"), toman la decisión de viajar a Inglaterra para intentar contactar con alguna discográfica y si la cosa se torcía, al menos pasar unas vacaciones. Para su sorpresa, la (hoy en día mítica) disquera Postcard Records se interesa por ellos y les invita a Glasgow a grabar, en compañía del batería de Orange Juice, un single. Así se edita "I need two heads", que no trasciende demasiado, pero les anima a seguir con su empeño.
La química empezaba a estar ahí y lo sabían. Por eso, tras otro single ("People say"), toman la decisión de viajar a Inglaterra para intentar contactar con alguna discográfica y si la cosa se torcía, al menos pasar unas vacaciones. Para su sorpresa, la (hoy en día mítica) disquera Postcard Records se interesa por ellos y les invita a Glasgow a grabar, en compañía del batería de Orange Juice, un single. Así se edita "I need two heads", que no trasciende demasiado, pero les anima a seguir con su empeño.
La vuelta a Brisbane no puede ser más fructífera. Ya en 1980, tras probar con varios baterías, contactan con Lindy Morrison, contundente instrumentista seis años mayor que Grant y Robert (del que se hace inseparable), que completa la formación y ayuda a consolidar un sonido basado sobre todo en los ecos del punk y la no-wave neoyorquina. De todo ello afloran ya buenas canciones, que el dúo va firmando sin cesar y que hacen resaltar una personalidad ajena a toda comparación. Es en este momento cuando graban su primer Lp "Sen me a Lullaby" (Missing Link, 1981). Un disco áspero, distanciado de los que vendrían después en cuanto a ausencia de melodías amables (aunque también las hay) y al que Grant denominaba "un prototipo en 1981 de los Pixies" y no iba del todo desencaminado, debo decir.
La entonces incipiente discográfica inglesa Rough Trade contacta con ellos y les ofrece no sólo editar el disco en el Reino Unido sino también grabar otro de material nuevo. Por tanto, de nuevo a hacer las maletas, esta vez para más tiempo. "Before Hollywood" (1982) será recordado siempre por contener la que quizá es la canción más memorable de la banda: "Cattle and cane", un retrato de la infancia de McLennan teñido de esa agridulce melancolía que caracterizó siempre su forma de componer (por cierto, dice la leyenda que la compuso con una guitarra acústica propiedad de Nick Cave). Una de esas canciones que validan la adquisición de cualquier disco que las contenga, pero es que en éste además las que la acompañan no van a la zaga. Su primera diana y todo un éxito en las listas indies británicas, aunque no sin embargo en las comerciales, lo cual, desgraciadamente sería la tónica de toda su carrera.
Según un artículo de la revista británica Select de 1996 "el único problema que tiene escuchar hoy a los Go-Betweens es que te recuerdan lo mierdosos que fueron los 80. Un ejemplo? Los Go-Betweens crearon discos brillantes y no llegaron a ningún lado y mientras tanto, Sting cantaba sobre una jodida tortuga y se hacía millonario". Así fue: durante su estancia en el Reino Unido, Lindy, Grant y Robert malviven en pisos cochambrosos y comen cuando pueden. Añaden a un nuevo miembro a la banda, Robert Vickers, que se hace cargo del bajo para que Grant coja la guitarra. Con él, facturan dos discos impresionantes: "Spring Hill Fair" (Sire,1984) (que contiene otra imprescindible canción de pop majestuoso, "Bachellor kisses") y "Liberty Belle and the black diamond express" (Beggars Banquet,1986), ambos candidatos a engrosar una lista de mejores lp's de los 80. El segundo de ellos, en concreto, es una obra mayor, que podríamos tomar como definitoria del sonido de sus álbumes (parco, cristalino y perfeccionista) y que contiene piezas tan mayúsculas como "Bow Down", "Spring rain" o "Head full of steam", con las que al fin encuentran el equilibrio perfecto entre la excentricidad poética y la base underground de las canciones de Forster y la búsqueda de la perfección pop de McLennan.
Por supuesto, ninguno de estos trabajos les aporta nada más que prestigio de cara a la prensa especializada y una creciente pero escasa legión de fieles. Parece que ese éxito que haga que merezca la pena todo el esfuerzo no acaba nunca de llegar, pese a que lo merecen. La moral, consecuentemente, está baja, pero aún así siguen los cambios en la banda: la adición de Amanda Brown, que aporta coros, violín, oboe y teclados y cuenta con una formación musical clásica, aporta elegancia y complejidad a los arreglos matemáticos de los australianos. Su próximo disco "Tallulah" (Beggars Banquet, 1987), aunque un tanto por detrás del anterior en cuanto a composiciones, representa una sofisticación de su sonido, una apertura a los grandes mercados sin quitar personalidad. Esto es aún más patente en el siguiente disco, "16 Lovers Lane" (Beggars Banquet, 1988), que viene acompañado de la sustitución de Vickers por John Wilsteed al bajo.
Este disco, representa sobre todo la cima en la búsqueda de The Go-Betweens por encontrar "ese sonido desnudo y soleado", como ellos mismos lo definían. La crítica es prácticamente unánime al considerarlo su mejor trabajo y lo cierto es que es uno de los discos de pop más perfectos de los 80 (y si me permitís la licencia personal, de todos los tiempos). Una obra que maneja a la perfección todos los recursos de producción que pudieron permitirse en su día en función de unas canciones que son incluso más perfectas que las que poblaban sus anteriores álbumes (y eso que aquéllas tampoco eran mancas). Echaron el resto: singles como "Streets of our town", un hit por derecho propio, un sonido perfectamente radiable, una promoción más agresiva por parte de la discográfica.
¿Qué sucedió, entonces? Pues quizá que no está hecha la miel para los labios del cerdo o que sencillamente, la mala suerte se cebó con ellos. Nunca podrá entenderse la falta de éxito y reconocimiento masivo de una banda tan sublime, pero el hecho es que el hastío pudo con ellos. Y eso no fue todo: además tenemos el "efecto ABBA/Fleetwood Mac". Cuatro de los miembros de la banda estaban liados o lo habían estado: Robert y Lindy llevaban más de 7 años de relación y acababan de romperla y Grant y Amanda empezaban a salir juntos. Un polvorín, vamos.
Tras volver de gira en 1989, Robert y Grant deciden romper la banda. El plan es seguir ellos dos como un dúo acústico, pero de repente McLennan toma la decisión de encontrar su camino como artista en solitario. Forster se muda a Berlín. Durante años, su relación se enfría por la distancia, aunque no acaba. De alguna manera, siempre han sentido la necesidad de saber lo que piensa el otro, de colaborar en algo juntos. La cosa no puede quedarse ahí...
Sin embargo, ambos se tiran nada menos que 12 años sacando discos en solitario y colaborando con otra gente. Algunos trabajos dignos de mención como "Watershed" (1991) , o el doble "Horsebreaker star" (1994), de Mclennan (que también formó la banda Jack Frost junto a Steve Kilbey, de The Church), así como "Danger in the past" (1990) o "Warm nights" (1996), dan paso a otros que dejan patente lo necesario que era el equilibrio entre uno y otro compositor a la hora de construir la brillantez de la banda que compartieron. Se necesitaban el uno al otro para ser grandes.
Las cosas sucedieron poco a poco: primero un guión para un film del que siempre hablaron les volvió a reunir (también tuvo que ver el hecho de que Robert volviera a Brisbane) y a partir de entonces la relación revivió, hasta el punto de que por sorpresa en el año 2000 nos encontramos un nuevo trabajo a nombre de Go-Betweens, con ellos como únicos miembros originales. "The friends of Rachel Worth" (Jetset, 2000) es un disco superlativo que representa además uno de los retornos más honestos, brillantes y majestuosos jamás perpetrados por una banda de pop. Aquí había honestidad: dos tipos que siguen siendo amigos y necesitan hacer música juntos, eso es todo. Nada que ver con Pixies o Jesus and Mary Chain, por traer dos ejemplos de reuniones en base al efecto "we're only in it for the money". El dinero aquí no importaba. No lo hicieron en los 80 y tampoco lo iban a hacer ahora. Sólo encontraron el reconocimiento y respeto de sus fans de siempre y algunos nuevos que fueron cayendo al baile, pero eso fue todo.
Tanto "Bright yellow, bright orange" (Jetset, 2003) como el maravilloso "Oceans appart" (Yep Rock, 2005) son dos escalones más hacia la cima de lo sublime. Sobre todo "Oceans..." -por desgracia, su último trabajo- podemos afirmar que hace que valgan la pena todos los sinsabores vividos en años difíciles. Es una condensación de todo el aprendizaje realizado a través de 8 excelsos álbumes. Su plasmación en un disco perfecto que sólo porque "16 lovers lane" llegó primero no accede al hipotético podium de su mejor disco.
Lamentablemente, la mala suerte les visitó de nuevo y esta vez, de forma definitiva. La tarde del 6 de mayo de 2006 el corazón de Grant McLennan, creador de canciones de una belleza incalculable, dejó de latir. Fue durante la preparación de la fiesta de inauguración de su nueva casa en Brisbane, se sintió indispuesto y de repente se apagó la luz, eso fue todo. Robert le describiría en un artículo "in memoriam" para la revista australiana The Monthly: "Su refugio era el arte y tenía una naturaleza romántica que le hacía adorable, incluso cuando la llevaba a niveles ridículos. Era un hombre que, en 2006, no conducía; no poseía billetera ni reloj, ni ordenador. Hubiera regalado su móvil y tarjeta bancaria con tal de dar un salto atrás en el tiempo hacia el parís iluminado de gas de 1875, su hogar natural. Yo admiraba muchísimo este lado de él y pasó a ser parte de la dinámica de nuestra colaboración. El me llamaba "el estratega", mientras que él era "el soñador". Los dos nos dimos cuenta, y llegamos a disfrutar, de la perversidad del hecho de que en realidad éramos una inversión exacta de la percepción que la gente tenía de nosotros como artistas y personalidades de la banda -que yo era el hombre extravagante fuera de tiempo y Grant la roca sensible. En realidad, lo cierto era lo contrario".
Grant McLennan, el bohemio de mirada tímida y cara de niño que tenía la medida del pop, dejaba un vacío inmenso e imposible de llenar. Sin su presencia, las canciones de Robert Forster nunca serán lo mismo, para bien o para mal, porque necesitaban el uno del otro para hacer lo que hacían juntos. Y por supuesto, tampoco habrán más de esos caramelos de limón que sólo él sabía componer. No más "Quiet heart", "Boundary rider", "Right here", "Going blind" o "Poison in the walls". Una verdadera pena, porque sin duda eran uno de esos raros casos de bandas longevas que aún tenían innumerables cosas por decir. De hecho, parte del proyecto de disco que ya tenían entre manos los dos, pasó a formar parte de "The Evangelist" (2008), disco que a modo de tributo a su compañero desaparecido le dedicó Robert en solitario. Un trabajo sencillamente soberbio que efectivamente, contenía alguna de las piezas que ya habían empezado a ensayar juntos para un hipotético nuevo disco de los Go-Betweens, con la magnífica "Demon days", como buque insignia.
Quedaba así demostrado que había vida para Robert Forster más allá de los Go-Betweens. Que su creatividad era válida por sí misma, aunque por supuesto no llenara los vacíos que dejaba su compañero. Sin embargo, a lo largo de los años siguientes se apartó, aparentemente, casi por completo de la música (quitando alguna aparición ocasional en directo) y dedicó su tiempo a producir algunos discos y sobre todo a escribir profesionalmente como columnista para periódicos. Muchos de esos escritos han sido compilados en el fantástico libro "The ten rules of rock and roll" (2010), que sería sublime que algún editor nacional se animara a traducir y poner a la venta en nuestro país.
Así pues, parecía que le daba un poco igual ya eso de componer canciones y salir de gira. Sin embargo, tras la grata noticia que supuso a principios de este año la edición de la caja "G stands for Go-Betweens" (en la que Forster ha estado más que involucrado), con los cuatro primeros discos del grupo en vinilo, acompañados por suculentas compilaciones de singles y rarezas nunca editadas, la gran sorpresa fue el anuncio de un nuevo disco del dandy de Brisbane. Este mes de septiembre, Robert ha roto un silencio de nada menos que 7 años para publicar el que constituye su sexto disco en solitario, bajo el certero título de "Songs to play" (Tapete, 2015). Una nueva colección de canciones con la filosofía de siempre: arreglos parcos, pulcros, casi matemáticos y claros como el agua, pero de belleza certera y llenos de pragmatismo para que las canciones ENORMES que nuestro querido Robert ha estado cocinando lentamente durante tanto tiempo reciban el mejor de los envoltorios: el que queda plasmado en este lp de preciosa portada y mejor contenido. Si alguien pensó alguna vez que Forster estaba acabado, queda aquí patente que está más que equivocado. Pildorazos de hermosura infinita como "Let me imagine you", "I'm so happy for you" o la sambita otoñal "Love is where it is", así lo dejan claro. Que al sistema respiratorio de The Go-Betweens le quitaron un pulmón es algo muy cierto, pero el que queda, amigos, que nadie dude que funciona a pleno rendimiento.
Este disco, representa sobre todo la cima en la búsqueda de The Go-Betweens por encontrar "ese sonido desnudo y soleado", como ellos mismos lo definían. La crítica es prácticamente unánime al considerarlo su mejor trabajo y lo cierto es que es uno de los discos de pop más perfectos de los 80 (y si me permitís la licencia personal, de todos los tiempos). Una obra que maneja a la perfección todos los recursos de producción que pudieron permitirse en su día en función de unas canciones que son incluso más perfectas que las que poblaban sus anteriores álbumes (y eso que aquéllas tampoco eran mancas). Echaron el resto: singles como "Streets of our town", un hit por derecho propio, un sonido perfectamente radiable, una promoción más agresiva por parte de la discográfica.
¿Qué sucedió, entonces? Pues quizá que no está hecha la miel para los labios del cerdo o que sencillamente, la mala suerte se cebó con ellos. Nunca podrá entenderse la falta de éxito y reconocimiento masivo de una banda tan sublime, pero el hecho es que el hastío pudo con ellos. Y eso no fue todo: además tenemos el "efecto ABBA/Fleetwood Mac". Cuatro de los miembros de la banda estaban liados o lo habían estado: Robert y Lindy llevaban más de 7 años de relación y acababan de romperla y Grant y Amanda empezaban a salir juntos. Un polvorín, vamos.
Tras volver de gira en 1989, Robert y Grant deciden romper la banda. El plan es seguir ellos dos como un dúo acústico, pero de repente McLennan toma la decisión de encontrar su camino como artista en solitario. Forster se muda a Berlín. Durante años, su relación se enfría por la distancia, aunque no acaba. De alguna manera, siempre han sentido la necesidad de saber lo que piensa el otro, de colaborar en algo juntos. La cosa no puede quedarse ahí...
Sin embargo, ambos se tiran nada menos que 12 años sacando discos en solitario y colaborando con otra gente. Algunos trabajos dignos de mención como "Watershed" (1991) , o el doble "Horsebreaker star" (1994), de Mclennan (que también formó la banda Jack Frost junto a Steve Kilbey, de The Church), así como "Danger in the past" (1990) o "Warm nights" (1996), dan paso a otros que dejan patente lo necesario que era el equilibrio entre uno y otro compositor a la hora de construir la brillantez de la banda que compartieron. Se necesitaban el uno al otro para ser grandes.
Las cosas sucedieron poco a poco: primero un guión para un film del que siempre hablaron les volvió a reunir (también tuvo que ver el hecho de que Robert volviera a Brisbane) y a partir de entonces la relación revivió, hasta el punto de que por sorpresa en el año 2000 nos encontramos un nuevo trabajo a nombre de Go-Betweens, con ellos como únicos miembros originales. "The friends of Rachel Worth" (Jetset, 2000) es un disco superlativo que representa además uno de los retornos más honestos, brillantes y majestuosos jamás perpetrados por una banda de pop. Aquí había honestidad: dos tipos que siguen siendo amigos y necesitan hacer música juntos, eso es todo. Nada que ver con Pixies o Jesus and Mary Chain, por traer dos ejemplos de reuniones en base al efecto "we're only in it for the money". El dinero aquí no importaba. No lo hicieron en los 80 y tampoco lo iban a hacer ahora. Sólo encontraron el reconocimiento y respeto de sus fans de siempre y algunos nuevos que fueron cayendo al baile, pero eso fue todo.
Tanto "Bright yellow, bright orange" (Jetset, 2003) como el maravilloso "Oceans appart" (Yep Rock, 2005) son dos escalones más hacia la cima de lo sublime. Sobre todo "Oceans..." -por desgracia, su último trabajo- podemos afirmar que hace que valgan la pena todos los sinsabores vividos en años difíciles. Es una condensación de todo el aprendizaje realizado a través de 8 excelsos álbumes. Su plasmación en un disco perfecto que sólo porque "16 lovers lane" llegó primero no accede al hipotético podium de su mejor disco.
Lamentablemente, la mala suerte les visitó de nuevo y esta vez, de forma definitiva. La tarde del 6 de mayo de 2006 el corazón de Grant McLennan, creador de canciones de una belleza incalculable, dejó de latir. Fue durante la preparación de la fiesta de inauguración de su nueva casa en Brisbane, se sintió indispuesto y de repente se apagó la luz, eso fue todo. Robert le describiría en un artículo "in memoriam" para la revista australiana The Monthly: "Su refugio era el arte y tenía una naturaleza romántica que le hacía adorable, incluso cuando la llevaba a niveles ridículos. Era un hombre que, en 2006, no conducía; no poseía billetera ni reloj, ni ordenador. Hubiera regalado su móvil y tarjeta bancaria con tal de dar un salto atrás en el tiempo hacia el parís iluminado de gas de 1875, su hogar natural. Yo admiraba muchísimo este lado de él y pasó a ser parte de la dinámica de nuestra colaboración. El me llamaba "el estratega", mientras que él era "el soñador". Los dos nos dimos cuenta, y llegamos a disfrutar, de la perversidad del hecho de que en realidad éramos una inversión exacta de la percepción que la gente tenía de nosotros como artistas y personalidades de la banda -que yo era el hombre extravagante fuera de tiempo y Grant la roca sensible. En realidad, lo cierto era lo contrario".
Grant McLennan, el bohemio de mirada tímida y cara de niño que tenía la medida del pop, dejaba un vacío inmenso e imposible de llenar. Sin su presencia, las canciones de Robert Forster nunca serán lo mismo, para bien o para mal, porque necesitaban el uno del otro para hacer lo que hacían juntos. Y por supuesto, tampoco habrán más de esos caramelos de limón que sólo él sabía componer. No más "Quiet heart", "Boundary rider", "Right here", "Going blind" o "Poison in the walls". Una verdadera pena, porque sin duda eran uno de esos raros casos de bandas longevas que aún tenían innumerables cosas por decir. De hecho, parte del proyecto de disco que ya tenían entre manos los dos, pasó a formar parte de "The Evangelist" (2008), disco que a modo de tributo a su compañero desaparecido le dedicó Robert en solitario. Un trabajo sencillamente soberbio que efectivamente, contenía alguna de las piezas que ya habían empezado a ensayar juntos para un hipotético nuevo disco de los Go-Betweens, con la magnífica "Demon days", como buque insignia.
Quedaba así demostrado que había vida para Robert Forster más allá de los Go-Betweens. Que su creatividad era válida por sí misma, aunque por supuesto no llenara los vacíos que dejaba su compañero. Sin embargo, a lo largo de los años siguientes se apartó, aparentemente, casi por completo de la música (quitando alguna aparición ocasional en directo) y dedicó su tiempo a producir algunos discos y sobre todo a escribir profesionalmente como columnista para periódicos. Muchos de esos escritos han sido compilados en el fantástico libro "The ten rules of rock and roll" (2010), que sería sublime que algún editor nacional se animara a traducir y poner a la venta en nuestro país.
Así pues, parecía que le daba un poco igual ya eso de componer canciones y salir de gira. Sin embargo, tras la grata noticia que supuso a principios de este año la edición de la caja "G stands for Go-Betweens" (en la que Forster ha estado más que involucrado), con los cuatro primeros discos del grupo en vinilo, acompañados por suculentas compilaciones de singles y rarezas nunca editadas, la gran sorpresa fue el anuncio de un nuevo disco del dandy de Brisbane. Este mes de septiembre, Robert ha roto un silencio de nada menos que 7 años para publicar el que constituye su sexto disco en solitario, bajo el certero título de "Songs to play" (Tapete, 2015). Una nueva colección de canciones con la filosofía de siempre: arreglos parcos, pulcros, casi matemáticos y claros como el agua, pero de belleza certera y llenos de pragmatismo para que las canciones ENORMES que nuestro querido Robert ha estado cocinando lentamente durante tanto tiempo reciban el mejor de los envoltorios: el que queda plasmado en este lp de preciosa portada y mejor contenido. Si alguien pensó alguna vez que Forster estaba acabado, queda aquí patente que está más que equivocado. Pildorazos de hermosura infinita como "Let me imagine you", "I'm so happy for you" o la sambita otoñal "Love is where it is", así lo dejan claro. Que al sistema respiratorio de The Go-Betweens le quitaron un pulmón es algo muy cierto, pero el que queda, amigos, que nadie dude que funciona a pleno rendimiento.
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