Un verdadero superviviente del rock que supo rodearse de grandes músicos para desplegar maestría en un inicio de gira por España de infarto.
Nadie tiene que explicarle a Alejandro Escovedo lo que es pasarlas canutas. Ha gastado todas las vidas del gato varias veces y aún así, sigue en pie, vivito y coleando. Un pasado en convivencia con el alcohol y drogas que derivó en una hepatitis C, la cual, de no haber sido por la ayuda de algunos colegas músicos, le habría enviado al hoyo; el suicidio de su primera esposa tras una tormentosa relación o el huracán que le sorprendió estando de luna de miel en México hace pocos años, no han sido suficiente para terminar con él. Sigue en perfecto estado de conservación, grabando discos mayúsculos y presentándolos en conciertos emotivos y extremadamente intensos.
No fue una excepción el que ofreció el miércoles pasado en una capital valenciana sumida ya en el caos de las fallas. Un buen sitio al que escapar, cómo no, era sin duda el Loco Club, reducto a prueba de bombas y petardos, sobre todo cuando ni siquiera en unas fechas tan difíciles para la programación cultural (cualquiera compite con las verbenas), se permitió bajar un ápice su listón, ofreciendo nada menos en cartel que a uno de los singer-songwriters más certeros, auténticos y brillantes que haya ofrecido jamás el rock and roll americano. Miembro de una nutrida familia de músicos y dueño de una capacidad innata para maridar raíces americanas (tanto latinas como gringas) y música rock, su carrera está tan llena de aciertos y discos impresionantes, que deja con la boca abierta a cualquiera que se aproxime a sus trabajos.
No es de extrañar que pese a hallarnos en una ciudad tan poco aficionada, en general, a la música de estas características y en un momento tan poco proclive, aún así la taquilla respondiera de una forma amable (superábamos la centena) a la llamada de el gran Escovedo. Una lástima que un auténtico acontecimiento como era éste no recibiera mucha más expectación, pero es lo que hay y dentro de ello, se cumplió con lo esperado.
Además, la banda elegida por el tejano tanto para abrir su show como para servirle de acompañamiento, lejos de ser una mera comparsa, resultó una explosiva formación instrumental que llevaba a su terreno todo lo que tocaba. Don Antonio es el nombre bajo el que actúa dicha agrupación de músicos italianos , integrada entre otros por un par de miembros de la más conocida Sacri Cuori, con la que ya tenían experiencia haciendo de backing band de gente como Dan Stuart, Robyn Hitchcock o Hugo Race. Con esta nueva encarnación, su rock instrumental tiznado de sonidos mediterráneos ha dado forma a un primer álbum, cuyas variadas canciones sirvieron de calentamiento al público de Mr. Escovedo, que disfrutó con su pericia y sinceridad a la hora de afrontar la música.
Inteligente maniobra la de contar con Don Antonio por parte del protagonista de la noche, que supo integrarse perfectamente con ellos al subir al escenario. Y es que parecía ciertamente que llevaran años tocando juntos. Escovedo no tuvo problemas en cederles protagonismo cuando la canción lo pedía y fue para bien. Los desarrollos instrumentales a que sometieron gran parte del repertorio del americano sirvieron para proporcionar calidez y un punto "extra" a un cancionero de por sí ya infalible. Sin duda, ésto no es lo que Don Alejandro hace en los USA, girando con su banda formada por estrellas como Scott McAugley o Peter Buck, con los que realiza una lectura bastante más fiel de su obra, sino que es algo bastante diferente y que sólo podemos disfrutar el afortunado público europeo.
Los italianos contagiaron a Escovedo todo el entusiasmo del que habían hecho gala durante su actuación a modo de teloneros y juntos bordaron un concierto de esos que permanecen alojados en la memoria durante mucho tiempo. A pesar de que el set de canciones estuvo basado fundamentalmente en los últimos trabajos del cantante (obviando algunas de las joyas que hay en sus primeros discos), la no excesivamente larga lista de temas era sobradamente solvente como para poder permitirse desarrollos en los que la sinergia entre los músicos y un Escovedo perfectamente compenetrado con ellos quedó patente. Como de si Neil Young junto a Crazy Horse se tratara, las largas lecturas que ofrecieron de títulos como "Can't make me run", "Beauty of your smile", "Sister lost soul", "Horizontal", "Allways a friend" o la enorme (y en esta ocasión doblemente grande) "Sally was a cop" resultaron intensas, electrizantes y trascendentes.
Ver a músicos de esta categoría y veteranía darlo absolutamente todo es siempre una experiencia de las que vuelan la cabeza. Escovedo cuenta con la experiencia necesaria como para no dar ni un sólo paso en falso, pero lejos de resultar calculado, su acto en directo es pura pasión. Una explosión en toda regla que no conoció ni un sólo segundo de mediocridad, todo lo contrario: fue al alza. El colofón, la guinda del pastel, lo puso una tremebunda versión de "A thousand kisses deep", a modo de homenaje a su recientemente fallecido autor, Leonard Cohen, tan inesperada como sobrecogedora, en la que Alejandro tomó el micro como si fuera la última vez que iba a cantar y nos emocionó a todos. Categoría y elegancia a capazos.
Ahora que el rock and roll es algo que muchos consideramos como algo no muerto, pero sí agonizante, ahora que prácticamente casi nadie compra música, muy pocos se acercan a ver conciertos al margen del circuito mainstream de estadios y festivales, ahora que la música en medios públicos se reduce a espectáculos tan deleznables como "La voz" y similares, que ni el tato sabe quiénes eran los Small Faces, Eddie Cochran o Johnny Thunders (no se me ofendan las excepciones que confirman la regla), ahora que el respeto por la música y los músicos parece pasado de moda, de repente uno ve esto y joder, el mundo vuelve a girar.
Ver a músicos de esta categoría y veteranía darlo absolutamente todo es siempre una experiencia de las que vuelan la cabeza. Escovedo cuenta con la experiencia necesaria como para no dar ni un sólo paso en falso, pero lejos de resultar calculado, su acto en directo es pura pasión. Una explosión en toda regla que no conoció ni un sólo segundo de mediocridad, todo lo contrario: fue al alza. El colofón, la guinda del pastel, lo puso una tremebunda versión de "A thousand kisses deep", a modo de homenaje a su recientemente fallecido autor, Leonard Cohen, tan inesperada como sobrecogedora, en la que Alejandro tomó el micro como si fuera la última vez que iba a cantar y nos emocionó a todos. Categoría y elegancia a capazos.
Ahora que el rock and roll es algo que muchos consideramos como algo no muerto, pero sí agonizante, ahora que prácticamente casi nadie compra música, muy pocos se acercan a ver conciertos al margen del circuito mainstream de estadios y festivales, ahora que la música en medios públicos se reduce a espectáculos tan deleznables como "La voz" y similares, que ni el tato sabe quiénes eran los Small Faces, Eddie Cochran o Johnny Thunders (no se me ofendan las excepciones que confirman la regla), ahora que el respeto por la música y los músicos parece pasado de moda, de repente uno ve esto y joder, el mundo vuelve a girar.
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