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martes, marzo 07, 2017

El Niño de Elche + Segunda Persona. Sala Wah Wah (Valencia) 03-03-2017

Muy a pesar de un público incongruente con la alta calidad de la doble propuesta que ofrecía la noche, sus dos protagonistas lograron ofrecer arte en estado puro para quien supiera apreciarlo. ¿Margaritas a los cerdos?


Esto ya empieza a ser una auténtica cruzada. Sólo que a diferencia de los caballeros del medievo, que se lanzaban a aniquilar sarracenos bajo el grito de "Dios lo quiere", el nuestro, el de la gente de Alquimia Sonora (entre otros), es "Callaos de una puta vez". 

Sí, tal como lo plasmó mi compañera Susana Godoy en un manifiesto aquí publicado, es más que patente la mala educación, la sordidez, la falta de respeto, con la que el espectador medio de conciertos en Valencia (y seguro que en otras ciudades) enfrenta la música que le ofrecen en directo artistas a los que se supone han ido a ver y escuchar. Gente presuntamente interesada en la cultura que paga entradas para dedicarse a berrearle a quien quiera que tenga al lado lo que hizo el finde pasado. Una auténtica lástima. 

Y que yo hable de esto aquí en lugar de acometer directamente la crónica de un concierto brillante, sorprendente, diferente, como lo fue el que nos ocupa, es culpa de esa gente. 


No, no se trata de generalizar. Además, curiosamente, en esta ocasión se rizó el rizo con la incongruencia de que los mismos que durante la actuación de Segunda Persona (alter ego acústico de José Guerrero) aúllaban en la barra demandando cuatro tercios para ellos y sus colegas, pedían callar a los demás durante la del Niño de Elche, con cara de indignados y siseando, por supuesto con tal fuerza que tampoco así dejaban escuchar lo que pasaba en el escenario. 

Recuerdo que más o menos durante la cuarta canción de la actuación de Segunda Persona, pensé: "vale, se ha acabado el concierto". Está claro que la gente va entrando, va saludando, pidiendo una cerveza, pero eso es un murmullo aceptable. El que está ahí arriba -y lo digo con conocimiento de causa- lo acepta como algo que entra dentro del guión. Pero cuando una sala repleta de gente se dedica a HABLAR A GRITOS, durante una actuación de una sola persona armada de su voz y una guitarra, está claro que no se puede hacer nada. José, en un momento dado llego a decir algo tan simple como "si no os calláis no lo vais a pasar bien ni vosotros ni yo". Totalmente certero y lógico, pero ni aún así: la gente siguió a la suya. 

Se les ofrecía un doble cartel, no un figura más un telonero. Yo al menos lo entendí así. Hablamos, al fin y al cabo, de dos de los potenciales creativos más fuertes que tiene el país en este momento. Guerrero al frente de Betunizer, Jupiter Lion, Cuello o ahora con este magnífico proyecto acústico ha demostrado ser uno de los talentos más versátiles e influyentes en cuanto a música rock de vanguardia se refiere, tanto en nuestro país, como en el resto de Europa, por la que no cesa de girar, constituyendo una de nuestras propuestas musicales más exportables. El Niño de Elche es un monstruo de la interpretación, que usa las formas del cante flamenco para juntarlas con otras disciplinas musicales y artísticas y poner patas arriba nuestra manera de entender estas cosas. Los modernos, creo, deberían informarse más. Igual así tenían algo de respeto. 

Constituyendo la primera presentación de su nuevo disco en la ciudad en que reside (la oficial será en Deluxe el 7 de abril), Segunda Persona ofreció un concierto brillante. Como tuve la suerte de llegar a tiempo de ver las primeras canciones, en las que todavía se podía entender lo que cantaba, me pareció que Guerrero sonaba exactamente como quería sonar. Su voz tiene una dimensión especial, es profunda y desgarradora. Su cante llena de sentimiento las melodías ásperas que arranca de su guitarra y hace despegar al auditorio (el que atiende) como muy pocos son capaces de hacerlo armados de una guitarra. Así lo demostraron las magníficas canciones de su disco "Torneo en mi casa" como "El propietario del cielo", "Premiando el temblor", o las curiosas sevillanas que lo cierran y que clausuraron también el concierto: "Que no sé leer". Una lección magistral, en definitiva, de cómo capear un temporal que le vino impuesto, pero ni aun así. 

Y claro, fue salir el supuesto protagonista de la noche y hacerse el silencio. Gran porción del público había pagado su entrada para ver una sola cosa y claro, el respeto por todo lo que no fuera eso no iba incluido en el precio. Así pues, todo eran siseos cuando Francisco Contreras, natural de Elche pero crecido en Sevilla, lo que le valió el apelativo por el que se le conoce artísticamente, apareció en el escenario rodeado por sus fieles Raúl Cantizano y Darío del Moral (Pony Bravo), junto a los que comenzó una densa introducción, larga e intensa, en la que ya dejó entrever lo que sería el espíritu imperante durante su actuación (no se si atreverme a utilizar un término tan simple como "concierto"), una hora y media durante la que la improvisación, el llevar las cosas al límite y experimentar con lo poco evidente iban a dejarnos con la boca abierta.


Y  es que lo de este hombre es absolutamente diferente a todo. No es punk, no es cante flamenco, no es electrónica, no es performance, no es poesía... es algo nuevo que juega con todo eso y hace temblar los cimientos. Además, cumple la sabia misión de despertar conciencias dormidas. Toda la lírica que encierra su disco "Voces del extremo" (2014), que venía a presentar de nuevo, gira en torno al retrato de una sociedad enferma y su plasmación en directo consigue trasladar aún más la sensación de desazón con que juegan esas canciones, como "El comunista" (a Don Santiago Carrillo), "Miénteme", "Mercados", "Informe a Costa Rica" o la esperada "Que os follen". Directas a las tripas, aunque por momentos consistieran un poco en darle al "play" del sonido pregrabado, pero ahí estaban Cantizano y Del Moral para darles brillo y brío. 

Y el Niño... no sé exactamente cómo calificar lo que vi. ¿Puro arte? ¿Sobrecogimiento? ¿Extremismo? Algunos verán a este ser hacer ruidos guturales con su boca y pensarán "vaya tomadura de pelo". Yo definitivamente, no. Y eso que no soy mucho de estas cosas, pero es que algo pasa. Algo pasa cuando canta, cuando recita, cuando grita y cuando susurra al micro. Hubo momentos en que se paró el mundo y ¡Oh maravilla!, se hizo el silencio. La sensación de estar ante algo revolucionario a estas alturas de la corrida es bastante escasa y yo la tuve el viernes pasado. Y la tuve tanto viendo al Niño como a Segunda Persona. Repito que era un doble cartel sensacional e irrepetible. Pero claro, otra vez será predicar en el desierto. Ay, cuánto arte tirado a la basura...






























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