El de Ramón RodrÃguez
es un proyecto de esos en los que se intuye que todo está muy pensado para
que el resultado sea óptimo. Perfeccionista y singular, si bien comenzó con
sonidos más pop (ayer mismo decÃa que “cuando haces pop, sà hay stop”), The New Raemon fue girando hacia un
sonido más personal, que él mismo contaba, al principio no gustó y ahora gusta
mucho.
Más relajado que en otras ocasiones que ha pasado por
nuestra ciudad, anoche Ramón RodrÃguez mostró
una faz especialmente simpática, bromeando sobre distintos temas y acogiendo de
buen grado las broma, a veces pesadas, de alguna gente del público (lo de
pedirle la gorra repetidas veces por parte de un fan fue cansino) y contestando
con gracia a quienes decidieron interactuar con él desde abajo.
No significa eso que no callase al público, supongo que esa
es una de las cosas que uno sabe que va a pasar en sus conciertos, ya empieza a
ocurrir también con otros artistas y los que vamos a los conciertos a disfrutar
de la música lo agradecemos mucho, ¿por qué no decirlo?
Ahora, diez años después de dejar atrás Madee y el resto de
proyectos que supusieron sus primeras incursiones musicales, The New Raemon llegó anoche para quemar
la memoria, que es también una forma de repasar, revisar y darle una vuelta de
tuerca a todos sus álbumes anteriores.
De prácticamente todos ellos escuchamos anoche temas, unos
pocos (tres, según él mismo) alegres y otros cargados de esa melancolÃa tan personal
de la que están hechos la mayorÃa de sus temas. Aunque, realmente, los temas no
son tan tristes como él afirma. O quizás, desde fuera, todo el despliegue
musical nos hace sentir alegres hasta los temas más tristones. Y es que ayer, a
esa banda virtuosa y discreta que le acompaña con Pep Masiques (bajo), Pablo
Garrido (guitarra), Salvador D'Horta (baterÃa) y Marc Prats (teclado) se unió
un impactante percusionista que forma parte de la banda en esta gira, el
grandÃsimo Marc Clos, un músico que consiguió hacerse con la atención del
público, especialmente de las primeras filas.
Le aporta Marc Clos todos los matices que se pueden
conseguir con un músico capaz de tocar prácticamente a la vez xilófono, caja,
platillos, todo tipo de percusiones de mano (se me escapa el nombre de toda la
variedad que sacó a escena), una suerte de uñero hecho a base de semillas de
gran tamaño, panderetas e incluso un riq turco y todo ello sin interferir en la
base rÃtmica de un siempre certero y contundente Salvador D’Horta que también
destacó por su maestrÃa en la baterÃa.
MaestrÃa también, discreta y “silenciosa” la de Marc Prats a
los teclados, una pieza imprescindible para conseguir el empaque y la compleja
sonoridad que pudimos disfrutar anoche en un concierto en el que, naturalmente,
la protagonista era la voz y la solvencia musical de Ramón RodrÃguez.
No faltaron entre sus temas prácticamente ninguno de los que
los fans piden en los conciertos, como “Oh, rompehielos”, “La cafetera”, “Sucedáneos”,
“Reina del Amazonas”, “Lo bello y lo bestia”, “El fin de la resistencia” y
otros muchos que forman parte de su historia musical. Y, aunque avisó con
tiempo que no habrÃa bises, sà dedicó una parte del concierto, él solo, con la
acústica y tras volver a pedir silencio para poder escuchar esos temas que iban
sin banda, a tocar su versión “Te debo
un baile”, de Nueva Vulcano, de la que bromeó diciendo que, la canción por la
que más se le conoce no es suya, aunque tiene cientos de canciones que sà lo
son y una versión de McEnroe, antes de dar paso de nuevo a la banda y
despedirse con un apoteósico “Tú Garfunkel” con el que cerraron un concierto de
esos de los que te marchas con la sensación de haber disfrutado de verdad de
buena música.
Crónica y fotos: MarÃa Villa
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