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martes, junio 19, 2018

Boss Hog. 15-06-2018. Sala 16 Toneladas (Valencia)

La banda liderada por Cristina Martínez y su marido Jon Spencer se sirve de la excusa de su disco "Brood X", aparecido el año pasado, para realizar una extensa gira por nuestro país que el pasado viernes recaló en Valencia. 


Viernes de mundial de fútbol. El empate a tres de la selección española con la del vecino país Portugal no trae la euforia esperada a un país agitado por vaivenes políticos y demás noticias bomba. A mi y a unos cuantos todo eso nos la trae al pairo y somos los que llenamos a medias un 16 Toneladas que espera la venida de una banda mítica del Nueva York de los años pre-grunge, unos Boss Hog con fama de peligrosos artilleros punk. Prometen ser lo que nosotros necesitamos para olvidar la mierda que nos rebasa. 

Y la verdad, cuando uno contempla la puesta en escena que despliegan los cinco miembros de la banda, bien distribuidos con ausencia de excesivos protagonismos por todo el amplio escenario del club valenciano que les acoge, es plausible un saber hacer de esos que sin duda hacen colmar las expectativas de un público exigente. Y sin embargo yo, mira tú por dónde, no consigo meterme en ello, empatizar con lo que me están queriendo contar.


De manera inverosímil, el oficio de esta veterana banda, cuyos miembros han peleado en mil batallas y conocen su espectáculo al dedillo, no consigue convencerme. Me pregunto si seré yo, pero comento con otros conocidos (siempre somos los mismos, al fin y al cabo) del público y parece algo más generalizado de lo que cabría esperar. Yo lo achacaba a mi tendencia cascarrabias de los últimos tiempos, pero veo que no estoy solo. Algo pasa. 

Y la verdad es que es increíble, porque la banda se esfuerza. Es visualmente potente: Cristina Martínez ya no es la diosa del sexo que era en los 90, pero sin duda es una mujer bella, misteriosa y sabe intimidar a cualquiera con la mirada enfurecida que ofrece a quienes la observan y sobre todo, la fotografían. Porque fue uno de esos conciertos muy de foto, como suele ser habitual últimamente. Jon Spencer, claro, también estaba por allí con sus "uuuh", sus "yeah", sus "baby" y sus espasmódicos movimientos tan bien aprendidos durante toda su exitosa etapa al frente de la Blues Explosion. Nada que objetar, señoría.


Sin embargo, hay algo de trámite en todo esto. Algo de pega que flota en el aire y que sin duda no es lo que se nos había prometido, dicho sea en sentido figurado, puesto que el contrato que firmamos al comprar la entrada no se vio incumplido en ningún momento. La banda no acaba de despegar, de ofrecer un espectáculo realmente punk y peligroso, tal como ha sabido desplegar, según dicen, en otras ocasiones. O tal vez sean víctimas de una fama desmedida que les precede, vete a saber. 

Daba la impresión de estar todo un poco demasiado guionizado, demasiado artificial como para cumplir con el objetivo visceral que se espera de un acto así. Tal vez sea ese el problema: la eterna confrontación entre expectativas y realidad, de la cual suele salir uno mal parado, sobre todo si tiene demasiado de lo primero. Aunque bueno, esto tampoco es un suspenso. Sino simplemente que se esperaba un sobresaliente y fue un tibio bien. 

Al final, la banda fue calentando motores y todos empezamos a sentir el calor de junio, el subidón de la cerveza, la certeza de que al día siguiente era sábado y la cosa empeció a fluir. El concierto tuvo dos (breves) pases. En el segundo, no sé si producto de una charla de la banda en camerinos o de alguna "ayudita" externa, adquirieron un brío que no habían conocido en el anterior. La cosa se puso más intensa, tiraron mejor de recursos: fue un placer ver a la batería Hollis Queens cantar en tonalidades blues mientras machacaba los parches, a Cristina bajarse al público e intentar intimidar a más de uno y a un Spencer, que al fin y al cabo era a quien había ido a ver el 80% de las almas que allí se congregaban, mucho más metido en su papel de Lux Interior con guitarra. 

Todo correcto al final, pues. El objetivo de ver a una formación legendaria se cumplió, el rock and roll sonó, la sociabilización ocurrió, todos contentos. Un concierto de una hora y veinte, la banda sudada baja al stand de merchan a hacerse fotos (siempre las fotos) con sus fans y la gente comienza a congregarse en la puerta de la sala para echar un cigarro, comentar o simplemente, irse. Veo rostros y escucho comentarios que muestran contento, pero a nadie enfervorizado. Pero bueno, eso es lo que ocurre cuando los acontecimientos, las experiencias inolvidables que uno debería llevarse a la tumba, se quedan en simples conciertos. Y eso fue lo que ocurrió. Vimos tocar a Boss Hog, misión cumplida. 





























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