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martes, marzo 12, 2019

The Parson Red Heads. Ciclo Melody Makers, Loco Club (Valencia). 07/03/2019

Su presentación como cabezas de cartel en Valencia dentro del Ciclo Melody Makers no podía suponer más que un triunfo de la melodía, de las canciones y la honestidad. Y así fue: un concierto para mantener siempre vivo en el recuerdo.



Los momentos de felicidad, fuera de lo que uno pueda experimentar en el amor o la familia, se cuentan con los dedos de la mano. Hablo de ese tipo de felicidad extática, que uno puede retener para si en un frasquito mental para poderla recuperar cuando aparezca el mal rollo.

Uno de esos momentos, en mi caso, lo constituye un paseo por la montaña escuchando la música de los Parsons. En concreto, su disco Blurred Harmony. Una pequeña maravilla de belleza cristalina que supo darme la serenidad que justo necesitaba en aquel momento de comunión con la naturaleza. Nunca lo olvidaré, porque vuelvo mentalmente a él cada vez que lo necesito.

Pudo parecer en su día exagerado que destacara ese disco, un disco tan humilde, como mi favorito de aquel año en la lista que elaboré, como siempre, en mi sección Del Pop de esta misma web a finales de 2017. En mi opinión, no era para menos: habría otros discos más originales, trascendentales o marcadores de tendencias, pero como a mi eso no me interesa demasiado, me quedo con la honestidad, la belleza, la luminosidad de esas canciones. Y con todas las de esta banda de pelirrojos de Portland. Una banda familiar, de amigos, sin mayores pretensiones, que si no fuera por los esfuerzos del gran Pedro Vizcaíno por darles a conocer a través de su sello You Are The Cosmos, en España a buen seguro no conoceríamos.

Comprenderán mi excitación llegada la cita en el Loco Club. El jueves entré en el recinto con los ojos como platos, feliz como un chaval. Y es que nunca les había visto en directo, me los perdí en la anterior ocasión que pisaron este escenario en que los íbamos a ver (ver crónica de mi compañera Susana Godoy), junto a Doug Paisley. Y aunque estuve el año pasado a punto de ir a Zaragoza a verles, al final tampoco pudo ser.

Tras ver y saludar las caras habituales -qué vamos a hacer, siempre los mismos- y sobre todo, estrechar la mano de mi adorado Pedro, que tras su stand suministraba felicidad a través de sus vinilos con su simpatía habitual, nos posicionamos para ver salir a la banda, que se presentó puntual y sin aspavientos. Son tan modestos como aparentan. Evan Way, líder y cantante, es un ser tranquilo, amable y reposado, al igual que su esposa, Brette Marie Way y el resto de sus compañeros (con ausencia, para la ocasión, de Sam Fowles).

Sin más empezaron los acordes de Every Mile, pequeño gran himno incluido en su Orb Weaver y volvió a mi esa felicidad extática, esa placidez, que experimento siempre con su música. Mi miedo era que eso no se transmitiera de la misma manera en directo que en disco, pero para nada. Son una banda que disfruta tocando, de los que respiran música y así lo comunican. Se le ponen a uno los ojos brillantes con estas cosas. Melodías luminosas, tocadas con mimo, con trenzados de guitarras que suenan a Paisley Underground, a Byrds, a Big Star. A todo lo que nos gusta.

No faltan clásicos como Peace In The Valley, la fantástica Punctual As Usual o Seven Years Ago, ni por supuesto una amplia representación de Blurred Harmony:  Time After Time, Coming Down, Pleas Come Save Me, Terrible Lie o Today Is The Day  van directas, como flechas, al maltrecho corazoncito del que suscribe y de todos los presentes, que cuando uno gira la vista tienen todos cara de "oh qué bonito". Cara de felicidad.

¿Bonito? Nada comparable a los temas que Evan Way presenta de su nuevo disco en solitario, un Long Distance que bajo el apelativo Evan Thomas Way And The Phasers, representa la gran novedad en la familia. Suenan la preciosa apertura del disco, un Don't Surprise Me que por momentos recuerda al mejor Lloyd Cole, y también suenan Gone o Long Distance.

Es un disco algo diferente a los de los Parsons, comprensible que no lo hayan sacado bajo su marca, pero la cuestión es que sus canciones no sólo no desentonan, sino que suponen un gran enriquecimiento del set, sobre todo cuando el tema se pone en plan íntimo y Evan y Brette salen solos a interpretar, entrelazando sus voces como dos ángeles pelirrojos, un par de temas, como Maybe Tomorrow y también uno antiguo, Knew A Young Girl.

Cuando llega el final, con la incendiaria In A Dream, uno tiene la sensación de que su título es plenamente representativo de lo que ha sido el espectáculo. Nos hemos sumido en un sueño. Un sueño magnífico del que nunca se debería despertar. Lamentablemente, el retorno a la cruda realidad va a ser inevitable y nos vemos obligados a encapsular ese sueño, ese estático momento de felicidad, para mantenerlo disponible por si acaso hace falta. Al menos, hasta que podamos sustituirlo por otro.

Galería fotográfica:










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