Foto: MarÃa Carbonell |
"¿Dónde están los macarras?", dijo aquél personaje ataviado a modo de camisa con una imposible americana de grandes rayas negras y blancas, que dejaba entrever un pecho-lobo al que un medallón oscilante habÃa hecho surco en los pocos pelos que cubrÃan su florido tattoo. Sin duda era una pregunta retórica, no tenÃa que buscar mucho. En sà mismo se encontraban el canallita de Rod Stewart, el marrullero de Steve Marriott o el juerguista de Bon Scott, todos en uno. Y también todos los que meneábamos con fuerza la cabeza (melenas...pocas ¡ay!) al son de los zarpazos que le propinaba a esa preciosidad de imitación de Rickembacker 330F. Todos macarras.
Y es que el macarrismo bien entendido a veces es más que necesario. Uno no deja de tratar de mantener la compostura toda la semana ante clientes, jefes, compañeros, vecinos o seres grises en general y todo lo que espera al llegar un jueves noche a su club favorito es precisamente ese grado justo de desmelene macarril (aunque melenas...pocas ¡ay!) que nos inyecte el grado justo de vitalidad juvenil para poder pasar otra semana en el grisáceo dÃa a dÃa de nuestra condena. Esto era fundamentalmente lo que prometÃa ese tipo, ataviado de esa guisa setentera, a toda la audiencia congregada en València el pasado jueves en el Loco Club.
Foto: MarÃa Carbonell |
Pero no nos alejemos de lo que realmente importa: se puede garantizar desmelene, pero más bien se dirÃa que el concepto de "no hacer prisioneros" parecÃa inventado para los de Rodgers, desde el preciso instante en que sacaron su importante cargamento de macarrismo a escena. A un volumen rayando lo atronador, sobre todo teniendo el tipo de club de aforo medio que pisaban, el entusiasmo y algarabÃa con que saludaron a ritmo de posesión satánica a sus seguidores valencianos dejó a todos, ya de entrada, con una cara entre el estupor y la velocidad, que no tardó mucho en tornarse en la expresión del auténtico placer.
Asà lo dictaminó el poderoso riff monocorde de Junk, canción que abrió el concierto, al igual que abre su último ofrecimiento discográfico, un nervioso directo denominado All Onboard (Zenith Records, 2018), que era el principal motivo, junto a una reedición en vinilo de su octavo disco. Convicts (EMI 2006), de su visita. Asà que no cabÃa ninguna duda: habÃan salido a pasárselo en grande junto al respetable. Una actitud tan honorable y pertinente que, precisamente por eso, es difÃcil verla en todo su esplendor con frecuencia. Esta serÃa una de esas raras ocasiones. Y a fe que no decayó ni un minuto.
Foto: Susana Godoy |
Y es que era hasta difÃcil seguir el ritmo de estos tipos. Que...¡caramba!, eran igual de mayores que muchos de la audiencia, pero hay que ver la vitalidad que tienen. ¿Será que el vinacho español que devoraban en el escenario les da superpoderes? Quién sabe, pero desde luego parecÃan poseerlos porque aquello no fue normal. Sin dar tregua, una sucesión de canciones dignas de toda esa energÃa se arrojaban, prácticamente sin respiro, desde un escenario que ellos tornaron en mucho más grande que el de un club, hacia un público cada vez más en estado de éxtasis. Clásicos como Minor Byrd, Friends Like You, Mr Milk, Thuggery, Rumble, Get Up, la fantásticamente sixtie Good Morning, It Ain't Funny How We Don't Talk Anymore o la magnÃfica Cathy's Clown, fueron disparados de manera inmisericorde hasta desembocar, por supuesto, en ese Berlin Chair de sonido tan noventero que fue el hit que puso en el mapa a estos tipos que, lo crean o no, fueron capaces de colocar tres discos consecutivos en el número uno de las listas de su paÃs.
Foto: Susana Godoy |
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