Erasé una vez, un chico muy gracioso y pizpireto que quería ser cantante. Para eso, se dejó unos greñotes que te pasas y dejó de alimentarse de bocadillos de Nocilla para cambiarlo por una dieta, digamos, más estricta, de alimentos más duros.

Sacó unos discos llenos de canciones y cosas de esas que le otorgaron fama y dinero y, un buen día, así como de punto, hizo una travesura en un avión que no agradó a las malas personas que estaban allí y lo castigaron 2 semanas sin salir con sus amigos y otras 2 sin jugar a la "play".

Entonces, como si fuera la noche y el día, dijo "¡Voy a hacerme un hombre nuevo!" y, lejos de cambiar de acera como muchos puedan pensar, sufrió una metamorfosis y maduró, y maduró, hasta que un álbum nuevo y con corte de peló sacó.

La crítica lo alababa
el público aplaudía
y el Melendi, que flipaba
más contento se ponía.

Y al año largo
de haberlo publicado
alguien de algo
cuenta se ha dado

¡Una canción oculta!
Decían a voz en grito
¡La tenía arrescondida,
vaya tío más cabrito!

Y lo peor no era eso,
que no lo hubiera avisado,
lo peor de verdad era
lo que allí había guardado.

Una canción de los Rolling
de los Rolling, los Stones,
era una versión de "Angie"
que tocaba los cojones.

¡Si la canta en castellano!
aunque eso es un decir,
que este tío cantar no canta
y que hasta los peces espanta
cuando sale de su garganta
esos trinitos al fin.

Y por eso señores míos,
despedimos este articúlo
diciendo, Melendi, chato
anda y que te den por...