Los Evangelistas - Festival Urbano VLC 2012. Teatro Olympia, Valencia 06-11-12

Los Evangelistas - Festival Urbano VLC 2012. Teatro Olympia, Valencia 06-11-12

Perdonad, de antemano, que no podamos ser objetivos en esta crónica. Perdonad alquimistas, amigos, fans… Que perdonen evangelios, lagartijas y constelaciones y que perdone, sobretodo el maestro. Porque la noche más descarnada llegaba al Festival Urbano VLC 2012, ataviado con la solera del Teatro Olympia y con la incertidumbre de sabernos partícipes de una experiencia sensorial y sobretodo emocional. J., Florent Muñoz, Eric Jiménez y Antonio Arias se convertían en Los Evangelistas que predicaban la palabra del mesías granaíno, Enrique Morente. Perdonad que no pueda dejar a un lado mi aprendizaje sonoro durante todos estos años porque en ese camino se cruzaron también, en diferentes tempos y con diferentes pizzicatos en el alma los protagonistas de esta profunda y sentida declaración de admiración. A medio camino entre Los Planetas, Lagartija Nick y Enrique Morente levitamos con un “Homenaje a Morente” sin necesidad de etiquetas o de explicaciones.

Había formas de enfrentarse a este concierto. Desde el fanatismo del indie más primigenio por el lado de J. y los suyos, desde la desazón rockera del legado de la banda de Arias y desde el puritanismo desmedido y extasiante de Morente. Pero nosotros decidimos llegar con la clara intención de dejarnos mancillar y de salir con las entrañas magulladas a golpe de palo flamenco y de quejío indie. Desnudos ante esa plegaria e inyectándonos en vena cada amasijo de sentimientos comenzaba el show con la seriedad de un “Gloria” que retumbaba y silenciaba los comentarios iniciales.

De Los Evangelistas poco podríamos añadir que no esperáramos. Esos “4 muleros” medio lorquianos medio morentianos (junto a JJ a los teclados) se han labrado su propia leyenda escénica. Envueltos en ese esoterismo luminoso que pobló el escenario (velas rojas y blancas), sobresalía la figura de un Antonio Arias con el nombre de Morente escrito a sus espaldas. Y no, esto no es un quiebro literario. Eric y Florent más discretos y un J. entregado en ocasiones a su shoegaze personal y emprendiéndola en ocasiones, como en “Soleá de la ciencia”, con un trance a medias entre su guitarra y el ampli. A 18 cuerdas eléctricas elevaron la palabra del mesías, pero no estaban solos.

Soleá Morente se convirtió en una evangelista más en el momento en que pisó el escenario del Teatro Olympia. “No me ibas a conocer”, “Yo poeta decadente” o “La Estrella” cobraron un matiz diferente, escalofriante en cuanto a intensidad solo ensombrecido por los errores de sonido de la sala (imperdonables en medio de una catarsis sensorial como la vivida). Y aquí es donde podríamos hablar y hablar sobre el maestro y sobre sus discípulas sanguíneas, del clasicismo de Estrella y de esa vertiente más vanguardista del flamenco que Soleá se ha encargado de ensalzar... pero no es el momento.

Y en la solemnidad de un concierto sobrio también se incluyeron temas que no entraron dentro de ese “Homenaje a Morente” editado como “Un pastorcito” (perteneciente al disco de Morente “Aunque es de noche”) o esa “Soleá de la ciencia” de “Morente sueña la Alambra”. También sonaron esas joyas-sorpresas que tanto Lagartija Nick como Los Planetas compartieron en alguna ocasión con el cantaor. Y sin olvidar hacer una parada en los fandangos “Ya no me asomo a la reja” que Los Planetas incluían en “La leyenda del espacio” más isleña. Pero faltó, eso sí, ese martinete "Delante de mi madre", aunque no cobrara vida en la voz de Carmen Linares.

Más de hora y media de la fábula de Morente que acababa con la “Ciudad sin sueño” que imaginó Lorca y que llenó de magia aquel “Omega” que lo iniciaba todo. Un final vitalista, lejos de los dramatismos que conllevan los homenajes, mirando hacia delante pero respetando un legado visionario como el del cantaor. Así, con ese mantra final con ese “no duerme nadie por el mundo, nadie, nadie”, llegaba el final en el que, como en las buenas historias, todo vuelve a comenzar y vuelve a tener sentido. El único sentido que Morente podía haber atesorado en su testamento artístico: sentir la vida en cada nota.

Perdonad, ahora que hemos reposado esta plegaria sonora y nos hemos liberado de las emociones contenidas, que digamos que este “Homenaje a Morente” ha sido uno de los conciertos más viscerales de la temporada. Una de esas (y perdonad la expresión) burradas escénicas que solo los genios que miran con admiración a otros genios son capaces de esbozar y salpicar sobre un público entregado a la catarsis sensorial de cada uno de los temas. Hipnotismo sanguíneo en una declaración de amor eterna y sincera por Morente y por Los Evangelistas. Porque ahora sí, ahora puedo decir en primera persona de un singular requiebro nocturno, que creo en los evangelios y en los postulados de esa doctrina granadina hija bastarda del flamenco, del rock y del indie.

Y si tenemos que poner el punto final a la égloga de una elegante noche, desde luego debe ser con las “Alegrías de Enrique”, con un “tirititán” que supo a lágrimas y a devoción y que, aún horas después de sonar sobre el escenario del Teatro Olympia, sigue erizando emociones en slow motion... “… a la botica niña, no vayas sola… tiritrán trán trán…”. Fue Antonio Arias, no podía ser otro, quien se despidiera de una audiencia postrada ante lo que había sucedido sobre el escenario con un emocionante “Enrique Morente está aquí”.