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martes, marzo 19, 2013

Maronda - La orfebrería según los místicos. Autoeditado, 2013


Maronda - La orfebrería según los místicos. Autoeditado, 2013.

Está claro que hay músicos que llegan al hit sin proponérselo, al estribillo perfecto en el que resumir su búsqueda y al punto de equilibrio exacto para que todas las reseñas sobre su trabajo repitan tres o cuatro palabras inevitables para describirlo. Maronda, un dúo compositivo formado por el extraordinario bajista de La Habitación Roja (y reciente productor de la última aventura chinarresca, Marc Greenwood) y un escritor de canciones discreto en intenciones e inmenso en aptitudes (otro barbudo para el pop español, Pablo Maronda), publica un álbum titulado ‘La orfebrería según los místicos’ bajo los dictados de la más fortuita independencia. Por las circunstancias y la dichosa crisis, claro, que les hace optimizar recursos y ganar en credibilidad, porque cribar doce temas con tanta limpieza y precisión melódica no es una tarea que se despache en unas horas, ni siquiera en unos días.

Se adivina un esfuerzo por centrar la temática, en este caso relativa al vagabundeo emocional que el desamor provoca en los (ex) amantes, explícito en el bombazo inicial de ‘Volverás’ y en la lectura entre líneas de ‘Vivimos en democracia’, extrapolando el asunto a un contexto político tan turbulento como el sentimental. Pero también hay cuidados arreglos de cuerda en ‘Las luces resplandecen’, puede que el tema más optimista de un disco agridulce, a cuyo ambiente festivo contribuye la voz de Jorge Pérez (Tórtel); la de Sandra Belda, en cambio, se contagia en ‘La recriminación’ de tanta ida y venida en los reproches, los malentendidos y la nostalgia que sucede a cualquier ruptura o tempestad similar. Todo muy melodramático a priori, pero envuelto en una melodía continua con aroma de décadas pasadas y sin duda mucho más felices. La de los sesenta, por ejemplo, que en ‘Los últimos días de Arcadia’ revive a lo largo de siete y ¿necesarios? minutos gran parte de sus esencias sonoras, o la de los ochenta, en el esqueleto de ‘El ruido eterno’. La esperanza en un mundo nuevo y no siempre mejor, remedo ampliado de otro anterior y ciertamente más dichoso. El supuesto drama es aliviado con optimismo en ‘Me fui antes de verte llegar’ y explosiones de guitarras en ‘El pájaro cuco y la muerte’, o con el perfil shoegaze, para que no se les tache de anacrónicos, de ‘He hablado con ella’, donde es fácil que se les colaran en el estudio los fantasma de Los Mitos, Los Ángeles o Los Sírex sin asustarles en absoluto y para hacer que todo fuera mucho más acogedor.

Con la valiosa ayuda de Jordi Montero y Alfonso Luna (Tachenko) a las cuerdas y la percusión, la cuestión de la artesanía queda afianzada. Ahora falta por dilucidar si a los orfebres, que son ellos mismos, les llegará el dinero y la paciencia para mantener su taller abierto durante el tiempo suficiente para que sigamos aumentando nuestra humilde colección de joyas. Aquí tienen a unos clientes fijos que intentan aprender día a día la mística de la maravillosa música pop. 

             

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