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miércoles, febrero 26, 2014

“La guitarra se queda viuda”

“La guitarra se queda viuda” 

Entrecomilladas comienzan estas líneas, ya que es la misma frase que esta mañana me decía mi madre al informarme vía telefónica de que Paco de Lucía había muerto. “¿Sabes que ha muerto Paco de Lucía?”, me preguntaba con el mismo tono que emplea cada vez que un familiar fallece… “¡Vaya!, si no era mayor, ¿no?” era lo único que acertaba a decirle, una de esas frases que no dicen nada y que en realidad se colocan por decir nada. Y recordé que mi madre no solo compartió con él profesión y pasión flamenca, sino que en alguna ocasión también noches de fiesta a muchos kilómetros de aquí. 

Por suerte o por desgracia, mis padres se dedicaron a eso del “artisteo cañí” dentro y fuera de Spain-two-points. “Por suerte” porque era su pasión, lo que ellos habían deseado desde siempre (y eso, admitámoslo, en aquella época, era saltarse las normas del decoro); y “por desgracia” porque esa misma pasión no fue lo suficientemente convincente como para que pudieran vivir en ella eternamente. Aunque esta es otra historia que quizás, alguna vez, me dedique a escribir… Así que sí, también dicotómicamente, mi aprendizaje temprano tenía mucho que ver con pasajes flamencos y la tradición de cantes, coplas y demás tópicos andaluces que verdaderamente nunca llegaron a conquistarme. Hasta que no tenemos cierta edad, no somos lo suficientemente críticos como para entender determinadas cosas, y en este caso, a mí me pasó con el flamenco, género en el que nunca quise militar por la “pesadez” de tenerlo a diario en casa y que muchos años después, redescubrí con dos nombres hoy recordados con admiración y lágrimas: Morente y de Lucía

Quizás de una forma que nunca llegas a comprender, el legado de la guitarra lo tuve siempre presente en casa. Ya fuera porque mi madre era guitarrista flamenca (ahora toca en casa, como Aznar hablaba catalán con sus amigos: en la intimidad) o porque era el primer acercamiento físico a la música que siempre tuve, me decanté por las 6 cuerdas desde pequeña. Mis hermanos creo que deben recordar aquel verano en el que me pasé horas y horas frente a la tele repitiendo los mismos falsetes una y otra vez… ¡como para no odiarme! Incluso creo que recuerdo perfectamente aquel interludio de unos fandangos de huelva que repetía sin parar y de forma mecánica. Lo mecánico frente a la sensibilidad que solo unos pocos pueden transmitir… mi sensibilidad sobre las 6 cuerdas siempre ha sido de una tosquedad hiriente, las cosas como sean. 

Pero dentro de aquel primer aprendizaje a salto de mata y vigilado de alguna forma por la sombra de mi madre, pasaban por delante de mí los discos de algunos guitarristas de esos de reverencia y admiración. Desde el “Tauromagia” de Manolo Sanlúcar (uno de los que comenzaba a innovar dentro de la concepción musical de la guitarra flamenca) al “Rosas del amor” de Tomatito, pasando por “La Leyenda del Tiempo” (de Camarón, sí, pero con el toque también de Tomatito, su último guitarrista), disco que además homenajearon Los Planetas en “La Leyenda del Espacio” y en el que también aparecía Enrique Morente (al que hace solo unos días se le rendía un homenaje en La Riviera de Madrid)… Como véis, entenderéis el por qué de mi apego ya tardío a todo este remolino de genialidad que atraviesa géneros y estilos… 

De Paco de Lucía era inevitable no toparse con aquel mítico “Entre dos aguas” de finales de los ’70, en el que no solo podían encontrarse palos como guajiras, el tradicional vito cordobés o colombianas, sino también relucía el azote de una época, los ’70, que en otras latitudes sonaba a funk o a punk. De aquel tema, que también daba título al disco recuerdo incluso la parodia en la que Millán Salcedo cambiaba una guitarra por una sartén y los punteados por un “guilin-guilin-guilin-guilin…” en un especial de Nochevieja de no recuerdo qué año. Y no, no era él el que tocaba en el tema instrumental “Por la cara” que Mecano incluía en “Descanso Dominical” (ese era Tomatito)… que siempre acabábamos enzarzados en esa disputa de “magia dactilar” mi amigo Jose y yo. Y sí, claro que es el que aparece en el “Have you ever really loved a wonan” que Bryan Adams colaba en la banda sonora de “Robin Hood”

Por casa recuerdo que mis padres tenían en vinilo, alguno de sus trabajos, que regalaron a amigos cuando se deshicieron de ellos… (la verdad, no podrían estar en mejores manos). Recuerdo la portada de “Almoraima”, de “Fuente y Caudal”, “El duende Flamenco”,… y los discos, creo que estos ya en cd, que cogía prestados de cuando en cuando de la torre de cds de mi madre en los que llevaba más allá la tradición flamenca en la guitarra: los que compartió con Al Di Meola y John McLaughlin… casualmente los que menos le gustaban a mi madre pero los que más me seducían a mí. En mi adolescencia, entre otras cosas, tuve un período “jazzie”, y allí cuadraba perfectamente esa modernidad en la que el de Algeciras siempre ha vagado sin rumbo y con la única guía de lo que el corazón le componía. 

“La guitarra se queda viuda”, apostillaba además mi madre al darme la noticia esta mañana. Y tanto. En las pocas, escasísimas, historias que mis padres me contaron de su largo periplo artístico, una de las que cayó de pasada por mis oídos fue la fiesta que dieron cerca de Londres y a la que también se apuntó Paco de Lucía. Por fechas sería a finales de los ’70 e imagino que antes de nacer yo. La Costa Brava era la sala de fiestas en la que trabajaban dentro de una compañía, en Charing Cross Road, en un Soho setentero que nada tiene que ver con el actual. Imagino que sería el típico local al que llevarían a artistas españoles, no solo como “cabezas de cartel” en ocasiones, sino también para disfrutar del “Spanish” ambiente lejos de casa. 

“Me fui con otro guitarrista al acabar el espectáculo, también de Algeciras, como Paco, a un pueblecito de Londres, a seguir la fiesta”, me recordaba esta mañana mi madre. “Tu padre no vino”, apostillaba para más inri. El día que dejó caer aquello, así de pasada, como si no fuera con ella el tema, puse la misma cara entre disimulo, incredulidad, alucine y admiración que cuando me contó que alojaron a Joaquín Sabina en su apartamento de Londres durante una temporada… “Sabina nunca me gustó, ni como persona ni como artista”, decía mi padre… 

Así que quizás entendáis ahora estas líneas, como recuerdo a uno de los artistas que más ha hecho por el flamenco dentro y fuera de nuestras fronteras, pero también como uno de esos personajes que, en esencia, siempre ha estado presente, en cierta medida, en algunos aspectos de mi aprendizaje personal. Y recuerdo algún que otro documental en el que aparece, ya sea siendo el protagonista o como referencia para el tema central del mismo… sereno, con ese aire mundano que solo se encuentra en los verdaderos genios, sin pretender nada, sin las ánsias de notoriedad intrínsecas a algunos “artistillas”, sin nada más que ese don trabajado durante años sobre escenarios humildes. 

Nada más que añadir y mi más sincera reverencia, os dejo con el concierto que dio en el Festival de Jazz de Montreux en 2012, y con lo que de él dijo Tomatito en una entrevista al ABC hace un año “a quien compite con Paco de Lucía le sale tendinitis en la cabeza”… y hoy, alguna que otra herida más en el corazón.

  
Paco de Lucía: “Live at Montreux Jazz Festival” (2012)

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