Gastelo – El Volander. Valencia, 5
– 4 – 2014
La suerte quiso que este fin de semana
haya estado en dos conciertos, a priori tan distintos como el de Álex
Cooper en la Librería Bartleby (bueno, no fue exactamente
un concierto, sino una presentación de su nuevo libro, una
recopilación de textos, a cual menos interesante, ciertamente,
amenizada con algunas canciones en directo) y el de Gastelo
ayer en El Volander. Más allá de la semejanza, o así, de
que aterrizaran por una Valencia con (demasiado) buen tiempo y (demasiada) mala uva en la permisividad con la música en directo, un leonés y una cántabra, se me mezclan en la cabeza por una frase
que tuvo a bien decir Cooper durante su parrafada: no abro
comillas, porque seguro que no es muy literal, pero decía,
aproximadamente, que tenía que expresar sus quejas sobre esos
músicos que, ya bien pasados los cuarenta años, escriben canciones
sobre formas de ser y modos de pensar más propios de veinteañeros
recién pubertados. Y es que, ayer, en El Volander, pocos
veinteañeros fueron a ver a Gastelo: como mínimo superaban
la treintena.
Aunque Gastelo es mucho más
joven que el autoreconocido “mod” de León (que no se vea como
una maldad, pero bueno...), sí que parece que pertenece a esa
división de temas más adultos. Y es que, a pesar de que sus letras
no digan nada demasiado trascendente u original (tampoco nada
redundante ni nocivo, una cosa por otra), ayer me quedó totalmente
claro que enlazaban de alguna manera con el imaginario del tipo de
público al que van dirigidas, sobre todo de género femenino,
aunque, supongo, que llega a menos audiencia de la pretendida y
aspirada por la compositora cántabra, cuya música es marcadamente
comercial, aunque también relativa y agradecidamente tímida.
Tímida podría ser la palabra que
defina el concierto de ayer. No sólo por sus pocas palabras antes de
la actuación (durante el concierto se transformó un poco y engoló
algo más la voz, pero con la seguridad de la que sabe que el
auditorio está de su parte), ni por la poca promoción que tuvo
realmente el concierto, ni siquiera por su formato pequeño y
deliberadamente acústico (incluso tuvo que dejar de lado el piano,
que había traído consigo, pero no consiguió encajar en el
escenario, así que sólo sonaron dos guitarras: la suya y la de su
acompañante, David Escudero), sino también por el motivo
recurrente de sus canciones, un conjunto de reproches, desamores,
rupturas con amigos, sentimientos de soledad (ese “nadie se queda
cuando me pongo a llorar”)..., con los que los asistentes, ya lo
hemos dicho, empatizaban, cantando la letra en alto, emocionados
quizás por ver una cierta inocente e ingenua sinceridad cada vez que
Gastelo abría la boca para amenizar sus afinaciones,
confirmando una y otra vez que estamos ante alguien que ha dejado
atrás los dolores y desengaños de juventud, en favor de un
constante y reafirmante Yo, camino durante el cual el viento se le ha
puesto de cara. Tres años de andadura hasta su nuevo y reciente
álbum, financiado y producido íntegramente por ella, de lo que se
mostraba muy orgullosa.
Tímida pues. Música tímida pero
agradable en toda la extensión de la palabra, con desfallecimientos
ocasionales, pero con dulces arranques de vibración y llamamientos a
la superación individual. Quizás, escuchándola (de momento me
suena mejor en disco que en directo, pero también es cierto que ayer
vi una actuación suya por primera vez, y con la ausencia de
prácticamente toda su banda), le falta una mayor madurez (y es que
adulto no implica maduro), pero, con la excepción de alguna mediocre
balada suelta, es música de esa que no alcanzará brillo en tus
recuerdos, más que nada porque sus historias ni duelen ni se quedan
contigo para formar parte de ti, sino que más bien suele echar mano
de recursos y metáforas típicas y reconocibles, pero que sí
escucharás de repente algún día, en una cafetería, o leyendo en
una página web la noticia de un nuevo cd, y rememorarás aquella
simpática noche que compartiste con una cántabra apellidada
Gastelo.
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