Hay veces en las que la música se convierte en una
experiencia sublime y un concierto va mucho más allá de la propia música para
convertirse casi en un acto de culto y, como en otros actos de culto, la
presencia de un órgano, Hammond en este caso, en el escenario de Planta Baja, hace presagiar que algo
grande se está cociendo en la sala. Nos esperaba una noche muy especial con Julián Maeso y su banda, en la que
escuchamos a Pere Mallén (guitarra y coros), Paco Cerezo (bajo y coros) y Mario
Carrión (batería) como protagonistas.
No se trata de un artista cualquiera, sino de alguien que ya
ocupó un lugar significativo con “The Sunday Drivers” y que ha formado parte de
bandas tan importantes como la de M-Clan o Quique González. Imponía, al llegar, encontrar tan tremendo
instrumento acompañado de su Leslie correspondiente (amplificador con unas “bocinas”
que giran lentamente, y que, al hacerlo girar a más velocidad produce un efecto
de trémolo que caracteriza el sonido de estos órganos), algo que ya no se ve
normalmente por los escenarios. Así es Julián Maeso, espectacular incluso antes
de empezar su actuación.
Nada más comenzar Maeso se dirige directamente al Hammond,
que, aunque esa noche se negó a funcionar y tuvo que tocar sólo con el teclado,
le daba mucha entidad al escenario. Eso sí, al teclado de sacó mucho partido en
su versión sonido órgano con momentos de máxima delicadeza y otros en los que
demuestra la bestia escénica que lleva dentro, dándole mucha caña.
No hubo más que escuchar las primeras notas para darse
cuenta de que estábamos ante uno de los mejores artistas nacionales.
Carismático y virtuoso a partes iguales, multi-instrumentista -en algunos temas
llegó a tocar guitarra y órgano a la vez- y con una voz que deja escapar a
ratos toda su “alma negra” pero que a la vez demuestra que en nuestro país
(toledano nada menos es él) también hay voces fuera de lo común y mucho que expresar
musicalmente hablando. Vamos, que le escuchas con los ojos cerrados y dudas de
si es español o norte americano.
Con un disco, el segundo en su haber de esta etapa en
solitario, “One way ticket to Saturn” con el que no nos lleva directamente al
planeta sino que nos hace un tour turístico por las profundidades de la música,
se mueve con la misma soltura entre el funk, el soul, el blues, el jazz, golpel
o el rock setentero sin saltos ni brusquedades, integrando sonidos, fusionando
y depurando según le conviene en cada uno de esos nueve trallazos musicales que
componen el que, en mi opinión, es su mejor trabajo hasta la fecha.
Con una puesta en escena impresionante en la que el artista
demostró sobradamente por qué es uno de los cantantes mejor considerados en la
actualidad y haciendo gala de buen humor y muchas tablas, acompañado de una
banda de lujo con la que se le ve completado y compenetrado y con una capacidad
de hacerse con el público rápidamente que sólo puede apreciarse en gente con
tantas tablas como él.
Una sala con algo más de la mitad de su aforo en la que el
público llegaba ya plenamente convencido de que iban a presenciar un concierto
único porque Julián Maeso consigue,
con la solvencia que le caracteriza, hacer de cada una de sus actuaciones una
suma de momentos especiales que muchos decidieron compartir en pareja en un día
tan propicio para ello.
Temazos como “I must have been dreaming” que abre el disco
con fuerza y se contraponen a la suavidad de otros más jazzísticos, como “Get
ready, get strong” dan una idea de la variedad de sonidos en las que se mueve
el artista con este trabajo tan completo. Momento de complicidad
público-artista cuando tocan una versión
de “Wild Horses” de los Rolling Stones en la que, tras las primeras notas,
pregunta “Esta sabéis cual es, ¿no?” y a la que le dan un sonido reggae muy
particular. Como ocurre con muchos directos, cada tema gana puntos cuando lo
interpreta sobre el escenario y tras el comienzo movidito, una distribución
ideal de su setlist con momentos más tranquilos que daban paso a otro crescendo
musical para terminar nuevamente como empezó, dando caña.
Eso sí, en los bises enfrentó la parte final de un concierto
de casi dos horas en el que el sonido, la iluminación y el ambiente general
contribuyeron a crear esa atmósfera “litúrgica” que llenó el espacio toda la
noche, y no tuvo más remedio que colgarse la acústica de caja tipo archtop con
la que nos puso los pelos como escarpias, para volver finalmente al Hammond y
terminar de darlo todo, literalmente volcado sobre el mismo y demostrando que Julián Maeso tiene más que merecido un
sitio en el circuito musical nacional y que aún tiene mucho que decir y aportar
a la música.
Crónica y fotos: María Villa
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