La asombrosa epopeya de un músico que tras editar dos discos a principios de los 70, considerados hoy verdaderos tesoros, cayó en el olvido, abandonando la música durante 41 años. En 2012 asombró al mundo con un mayúsculo álbum de regreso, hoy lo vuelve hacer con "Who is the sender?". ¿Quién es Bill Fay?
La historia de Bill Fay es completamente asimilable a esta, aunque de circunstancias no tan espectaculares: igualmente, se trata de alguien que en su día facturó dos discos mayúsculos, aunque bastante ajenos a las tendencias imperantes en el pop de la época. Por supuesto, ni vendieron nada ni su discográfica perdió tiempo en promocionarlos, con lo que se hundieron en el mismo olvido que abrazó a su autor, que dejó de jugar a ser músico y comenzó a vivir una vida real, desempeñando trabajos de todo tipo (jardinero, jornalero, empleado de una empresa de limpieza), que le permitieran ganar el sustento aunque eso sí, la necesidad de hacer música siguió ahí y continuó componiendo y grabando, por supuesto por mero divertimento personal, sin intención alguna de volver al ruedo. De la noche a la mañana, sus discos fueron reeditados y comenzaron a ser reivindicados por artistas de alto poder mediático (Jeff Tweedy, Nick Cave...) que generaron el suficiente revuelo como para que volviera a grabar y esta vez, sí, obtener el reconocimiento merecido a una música totalmente genuina, incomparable con nada salvo quizá otras referencias tan igualmente inclasificables. Fay tiene esa rara capacidad cristalina para la melodía quebradiza, igual que la tenían John Martyn, Nick Drake o Vashti Bunyan, con la diferencia de que él ha sabido sobrevivir al pozo del fracaso y no sólo eso: resucitar como si realmente el tiempo no hubiera transcurrido.
Fay nació en el norte de Londres y aprendió en su adolescencia a tocar el piano, comenzando a escribir canciones mientras cursaba estudios de electrónica a principios de los sesenta en la universidad de Bangor (Gales). A su regreso a la capital, comienza a grabar demos de estas canciones en un estudio local y entra en contacto con Terry Noon, mánager de la banda Honeybus, que se las apaña para que en DECCA escuchen sus canciones y se atrevan a publicarle un single -"Some good advice"/"Screams in the ears"- que aparece en 1967 y, pese a su excepcional calidad artística, pasa prácticamente desapercibido, lo cual obliga a su autor a sobrevivir desempeñando trabajos variopintos como jardinero o en empresas de limpieza(lo cual será una constante en su biografía), pese a lo cual no deja registrar las canciones que siguen llegando a su cabeza a puñados, para lo cual -ojo al dato- cuenta con la inestimable ayuda de los integrantes de Honeybus, sobre todo del genio Pete Dello, el cual le ayuda a arreglar esos temas y hacerlos más presentables a las discográficas.
Por fin, en 1970, Decca acuerda ofrecer a Fay la oportunidad de grabar un primer disco para su subsidiaria Nova (una especie de serie barata para colocar a artistas noveles y cercanos a las vanguardias). El primer disco de Bill Fay, de título homónimo, se graba en una sesión que dura un sólo día. Las canciones ya venían muy trabajadas y además para las tareas de grabación el cantante se hace acompañar de una veterana banda de músicos de estudio, capitaneada por el guitarrista Ray Rusell y por una orquesta, conducida por el productor Peter Eden. Los resultados, pese a la rapidez de la producción, son deslumbrantes. Canciones de una hermosura cristalina, brillantemente orquestadas, aunque eso sí: nada comerciales. Bill no cuenta con una voz fácil y la desolación que muestran canciones monumentales como "The sun is bored", "narrow way" o la magnífica "be not so fearful" (recuperada posteriormente por Wilco en los tiempos de gestación de "Yankee Hotel Foxtrot"), no son precisamente del gusto del comprador medio inglés, más presto a consumir hard rock o canción ligera.
No queda superado, a ojos de la discográfica, el reto del primer lp. Por tanto, para el segundo optan por dejar la producción en manos de Russell, el experimentado guitarrista de la banda que ya trabajó en el primero. "Time of the las prosecution" es una obra maestra. Pero el problema es que no atiende en absoluto a las exigencias de una compañía que le pide que el dinero que están grabando en grabaciones, edición, promoción, etc, se justifique en música que pueda sonar en radios y ser vendida. Lo que aquí encontramos es sin duda todo lo contrario: grabado en un sólo día, como ocurría en el anterior, la música es mucho más parca aún (aunque cuenta con magistrales orquestaciones a cargo de una banda pletórica) y para nada fácil. Canciones hechas de sombras, que tratan de alcanzar una compleja espiritualidad (Bill es y siempre será, muy religioso) a costa de lanzar mensajes crípticos. Son frescos más que canciones, de una belleza clara, pero con estructura compleja y cantados a la desesperada: "Don't let my marigolds die", "I hear you calling", "Till the christ come back" (claro ejemplo de la espiritualidad de que hablaba antes) o la quebradiza canción titular, forman un complicado cuadro en el que todo acaba encajando. Un disco avanzado a su tiempo, como tantos otros, que fue injustamente ignorado pese a que la discográfica hizo un intento de promoción y se le dio algo de espacio televisivo y radiofónico, lo cual en ningún modo evitó el desastre comercial.
Por supuesto Decca no tardó nada en dejar marchar a Bill Fay. Se quedó sin discográfica y por tanto sin fuente de ingresos. Vuelta a los trabajos temporales mal remunerados y a una vida normal a la que él se somete con humildad, puesto que este es uno de sus rasgos definitorios. Sin embargo, sigue contando con la ayuda de su mánager, que aún cree en él y de los músicos que, como Russell, han colaborado en sus dos discos, con los que sigue colaborando y grabando canciones a lo largo de sus largos años de silencio discográfico. Testimonio de todas esas sesiones queda en tres discos: "Tomorrow, tomorrow, tomorrow" (Jnana records, 2005), que acreditado a la Bill Fay Band recopila grabaciones de 1979 junto a sus músicos; el doble "Still some light" (Coptic Cat,2009), que combina demos y grabaciones tanto de la primera época como de otras muy posteriores; por último, también recopilando demos, pero en este caso anteriores a sus dos primeros discos, está también "From the clock of a grandfather clock" (Wooden Hill, 2004).
Efectivamente, durante más de cuarenta años, Bill Fay cayó en el más completo de los olvidos. Pero hasta en esas situaciones se puede encontrar la luz al final del camino. Poco a poco, los eruditos del pop y los coleccionistas convulsivos comenzaron a recuperar su música. Sus trabajos aparecían recurrentemente en listas de "tesoros perdidos" y determinados músicos lo citaban como gran influencia, como el experto Julian Cope, o el mencionado Jeff Tweedy, líder de Wilco, que llegó a decir "desde que descubrí los discos de este hombre... no puedo pensar en nadie cuyos discos hayan significado tanto en mi vida", o el mismísimo Nick Cave, que diría "Bill Fay es uno de los grandes". Y claro, todo esto hizo que su nombre volviera a sonar...
El milagro se produjo por fin en 2012, contando nuestro héroe nada menos que con 69 años. Joshua Henry, productor americano y responsable de la discográfica Dead Oceans, había crecido escuchando los viejos vinilos de Bill Fay propiedad de su padre y su empeño por traerle de nuevo al ruedo al fin dio fruto. Durante un mes, convenció a Fay para que volviera al estudio, bajo su batuta, con un nutrido grupo de músicos, entre los que se encontraban sus viejos compañeros de fatiga Ray Russell y Alan Rushton, que habían estado presentes en sus discos para Decca. Con ellos registró un buen número de canciones que al fin vieron la luz en la forma de "Life is people"
, monumental disco de regreso por parte de alguien que nunca se fue del todo, pero nadie le permitía decirlo. Al fin, este trabajo demuestra todo lo que el mundo se perdía: siguiendo el camino de su nunca abandonada fe y espiritualidad, asistimos a una especie de liturgia desarrollada a lo largo de los 12 temas que contiene. Todo un viaje que sobrecoge, absorbe el aire y corta la respiración. Las interpretaciones son sublimes y la producción capta los matices a la perfección, dando justo donde quieren dar. Podemos hablar perfectamente de uno de los grandes discos aparecidos en lo que va de siglo XXI, en el que la palabra "atemporal" encaja a la perfección. "Big painter", "This world", "Healing day", "Be at peace with yourself", clásicos instantáneos que aún dejan lugar para devolver el favor a Tweedy (que colabora además en el disco) y regalarnos una escalofriante versión del tema de Wilco "Jesus, etc.". Un milagro hecho vinilo, en definitiva.
Y lo bueno es que la cosa no acaba en absoluto ahí. En la primera mitad de 2015 llega la continuación: "Who is the sender?". Un disco que, aunque sigue al anterior en la forma de construir canciones (algo que al fin y al cabo su autor lleva haciendo más de 50 años y no creo que vaya a cambiar demasiado a estas alturas), sí que se desmarca -para bien- de este, aportando a la fórmula una producción más rica, más orquestal. Las cosas están dispuestas de modo que el viaje propuesto por este trabajo se realiza de principio a fin. Si bien en "Life is people" se sentía una mayor distancia entre unas canciones y otras, de forma que podíamos suponer que se trataba simplemente de una colección de las mismas con una personalidad muy fuerte que las unía, aquí sí que se aprecia una intención de llegar a un concepto determinado. La solemnidad de todos los pasajes que ofrece "Who is the sender?" alude (al contrario que ocurría en su predecesor, cuyo mensaje era más esperanzador) a una visión del mundo decepcionada, entonando un "¿Que hemos hecho?" lleno de rabia y frustración, en forma de melodías quebradizas, sumidas en la tristeza y abrazadas por bellas orquestaciones que incrementan un dramatismo nada sobre actuado. Todo lo contrario, aquí nada ocurre porque sí: por supuesto que los mensajes cristianos de Fay podrían considerarse moralizantes, pero tampoco él está pidiendo a nadie que crea en su dios. Sencillamente, ofrece su visión personal de las cosas, de forma contundente y debo decir, acertada. Una visión negativa y bellísima a partes iguales. Ya lo dice en "War machine": "There's a hawk in the distance / He ain't praying for forgiveness / I's his nature to kill but mine isn't / But we all kill in ways that he doesn't / As we pay our taxes to the war machine". Verdades como puños que siguen emergiendo en "Underneath the sun", "order of the day", "who is the sender", "a page incomplete" o la magnífica (y para nada gratuita) revisión, junto a los viejos compañeros que le arroparon en sus primeros discos, de "I hear you calling", original de "Time of the last presecution". Un trabajo sublime que como mínimo iguala y en mi opinión incluso supera, a "Life is people". Ojalá este verdadero profeta continúe con su provervial resurrección y nos regale mucha más música como esta. El mundo la necesita.
Fay nació en el norte de Londres y aprendió en su adolescencia a tocar el piano, comenzando a escribir canciones mientras cursaba estudios de electrónica a principios de los sesenta en la universidad de Bangor (Gales). A su regreso a la capital, comienza a grabar demos de estas canciones en un estudio local y entra en contacto con Terry Noon, mánager de la banda Honeybus, que se las apaña para que en DECCA escuchen sus canciones y se atrevan a publicarle un single -"Some good advice"/"Screams in the ears"- que aparece en 1967 y, pese a su excepcional calidad artística, pasa prácticamente desapercibido, lo cual obliga a su autor a sobrevivir desempeñando trabajos variopintos como jardinero o en empresas de limpieza(lo cual será una constante en su biografía), pese a lo cual no deja registrar las canciones que siguen llegando a su cabeza a puñados, para lo cual -ojo al dato- cuenta con la inestimable ayuda de los integrantes de Honeybus, sobre todo del genio Pete Dello, el cual le ayuda a arreglar esos temas y hacerlos más presentables a las discográficas.
Por fin, en 1970, Decca acuerda ofrecer a Fay la oportunidad de grabar un primer disco para su subsidiaria Nova (una especie de serie barata para colocar a artistas noveles y cercanos a las vanguardias). El primer disco de Bill Fay, de título homónimo, se graba en una sesión que dura un sólo día. Las canciones ya venían muy trabajadas y además para las tareas de grabación el cantante se hace acompañar de una veterana banda de músicos de estudio, capitaneada por el guitarrista Ray Rusell y por una orquesta, conducida por el productor Peter Eden. Los resultados, pese a la rapidez de la producción, son deslumbrantes. Canciones de una hermosura cristalina, brillantemente orquestadas, aunque eso sí: nada comerciales. Bill no cuenta con una voz fácil y la desolación que muestran canciones monumentales como "The sun is bored", "narrow way" o la magnífica "be not so fearful" (recuperada posteriormente por Wilco en los tiempos de gestación de "Yankee Hotel Foxtrot"), no son precisamente del gusto del comprador medio inglés, más presto a consumir hard rock o canción ligera.
No queda superado, a ojos de la discográfica, el reto del primer lp. Por tanto, para el segundo optan por dejar la producción en manos de Russell, el experimentado guitarrista de la banda que ya trabajó en el primero. "Time of the las prosecution" es una obra maestra. Pero el problema es que no atiende en absoluto a las exigencias de una compañía que le pide que el dinero que están grabando en grabaciones, edición, promoción, etc, se justifique en música que pueda sonar en radios y ser vendida. Lo que aquí encontramos es sin duda todo lo contrario: grabado en un sólo día, como ocurría en el anterior, la música es mucho más parca aún (aunque cuenta con magistrales orquestaciones a cargo de una banda pletórica) y para nada fácil. Canciones hechas de sombras, que tratan de alcanzar una compleja espiritualidad (Bill es y siempre será, muy religioso) a costa de lanzar mensajes crípticos. Son frescos más que canciones, de una belleza clara, pero con estructura compleja y cantados a la desesperada: "Don't let my marigolds die", "I hear you calling", "Till the christ come back" (claro ejemplo de la espiritualidad de que hablaba antes) o la quebradiza canción titular, forman un complicado cuadro en el que todo acaba encajando. Un disco avanzado a su tiempo, como tantos otros, que fue injustamente ignorado pese a que la discográfica hizo un intento de promoción y se le dio algo de espacio televisivo y radiofónico, lo cual en ningún modo evitó el desastre comercial.
Por supuesto Decca no tardó nada en dejar marchar a Bill Fay. Se quedó sin discográfica y por tanto sin fuente de ingresos. Vuelta a los trabajos temporales mal remunerados y a una vida normal a la que él se somete con humildad, puesto que este es uno de sus rasgos definitorios. Sin embargo, sigue contando con la ayuda de su mánager, que aún cree en él y de los músicos que, como Russell, han colaborado en sus dos discos, con los que sigue colaborando y grabando canciones a lo largo de sus largos años de silencio discográfico. Testimonio de todas esas sesiones queda en tres discos: "Tomorrow, tomorrow, tomorrow" (Jnana records, 2005), que acreditado a la Bill Fay Band recopila grabaciones de 1979 junto a sus músicos; el doble "Still some light" (Coptic Cat,2009), que combina demos y grabaciones tanto de la primera época como de otras muy posteriores; por último, también recopilando demos, pero en este caso anteriores a sus dos primeros discos, está también "From the clock of a grandfather clock" (Wooden Hill, 2004).
Efectivamente, durante más de cuarenta años, Bill Fay cayó en el más completo de los olvidos. Pero hasta en esas situaciones se puede encontrar la luz al final del camino. Poco a poco, los eruditos del pop y los coleccionistas convulsivos comenzaron a recuperar su música. Sus trabajos aparecían recurrentemente en listas de "tesoros perdidos" y determinados músicos lo citaban como gran influencia, como el experto Julian Cope, o el mencionado Jeff Tweedy, líder de Wilco, que llegó a decir "desde que descubrí los discos de este hombre... no puedo pensar en nadie cuyos discos hayan significado tanto en mi vida", o el mismísimo Nick Cave, que diría "Bill Fay es uno de los grandes". Y claro, todo esto hizo que su nombre volviera a sonar...
El milagro se produjo por fin en 2012, contando nuestro héroe nada menos que con 69 años. Joshua Henry, productor americano y responsable de la discográfica Dead Oceans, había crecido escuchando los viejos vinilos de Bill Fay propiedad de su padre y su empeño por traerle de nuevo al ruedo al fin dio fruto. Durante un mes, convenció a Fay para que volviera al estudio, bajo su batuta, con un nutrido grupo de músicos, entre los que se encontraban sus viejos compañeros de fatiga Ray Russell y Alan Rushton, que habían estado presentes en sus discos para Decca. Con ellos registró un buen número de canciones que al fin vieron la luz en la forma de "Life is people"
, monumental disco de regreso por parte de alguien que nunca se fue del todo, pero nadie le permitía decirlo. Al fin, este trabajo demuestra todo lo que el mundo se perdía: siguiendo el camino de su nunca abandonada fe y espiritualidad, asistimos a una especie de liturgia desarrollada a lo largo de los 12 temas que contiene. Todo un viaje que sobrecoge, absorbe el aire y corta la respiración. Las interpretaciones son sublimes y la producción capta los matices a la perfección, dando justo donde quieren dar. Podemos hablar perfectamente de uno de los grandes discos aparecidos en lo que va de siglo XXI, en el que la palabra "atemporal" encaja a la perfección. "Big painter", "This world", "Healing day", "Be at peace with yourself", clásicos instantáneos que aún dejan lugar para devolver el favor a Tweedy (que colabora además en el disco) y regalarnos una escalofriante versión del tema de Wilco "Jesus, etc.". Un milagro hecho vinilo, en definitiva.
Y lo bueno es que la cosa no acaba en absoluto ahí. En la primera mitad de 2015 llega la continuación: "Who is the sender?". Un disco que, aunque sigue al anterior en la forma de construir canciones (algo que al fin y al cabo su autor lleva haciendo más de 50 años y no creo que vaya a cambiar demasiado a estas alturas), sí que se desmarca -para bien- de este, aportando a la fórmula una producción más rica, más orquestal. Las cosas están dispuestas de modo que el viaje propuesto por este trabajo se realiza de principio a fin. Si bien en "Life is people" se sentía una mayor distancia entre unas canciones y otras, de forma que podíamos suponer que se trataba simplemente de una colección de las mismas con una personalidad muy fuerte que las unía, aquí sí que se aprecia una intención de llegar a un concepto determinado. La solemnidad de todos los pasajes que ofrece "Who is the sender?" alude (al contrario que ocurría en su predecesor, cuyo mensaje era más esperanzador) a una visión del mundo decepcionada, entonando un "¿Que hemos hecho?" lleno de rabia y frustración, en forma de melodías quebradizas, sumidas en la tristeza y abrazadas por bellas orquestaciones que incrementan un dramatismo nada sobre actuado. Todo lo contrario, aquí nada ocurre porque sí: por supuesto que los mensajes cristianos de Fay podrían considerarse moralizantes, pero tampoco él está pidiendo a nadie que crea en su dios. Sencillamente, ofrece su visión personal de las cosas, de forma contundente y debo decir, acertada. Una visión negativa y bellísima a partes iguales. Ya lo dice en "War machine": "There's a hawk in the distance / He ain't praying for forgiveness / I's his nature to kill but mine isn't / But we all kill in ways that he doesn't / As we pay our taxes to the war machine". Verdades como puños que siguen emergiendo en "Underneath the sun", "order of the day", "who is the sender", "a page incomplete" o la magnífica (y para nada gratuita) revisión, junto a los viejos compañeros que le arroparon en sus primeros discos, de "I hear you calling", original de "Time of the last presecution". Un trabajo sublime que como mínimo iguala y en mi opinión incluso supera, a "Life is people". Ojalá este verdadero profeta continúe con su provervial resurrección y nos regale mucha más música como esta. El mundo la necesita.
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