Devendra Banhart & Andy Cabic - Las Naves, Valencia. 23-05-15

Devendra Banhart decepciona en su esperado paso por Valencia en un concierto en el que su compañero de gira, Andy Cabic, salvó las tablas gracias a la delicadeza de los temas de Vetiver y a su compostura sobre el escenario.
 
Después de años de recorrido por salas, de conciertos, de noches vividas con resultados que no coinciden siempre con los esperados, hay un dogma que todos, como público, deberíamos tener claro. Las expectativas, en ocasiones, pueden ser nuestro mayor enemigo. Quién no se ha encontrado con una cita casual, con un grupo escondido en la letra pequeña de un festival, o una banda que nunca nos ha dejado huella y que después resulta ser la sorpresa subida a las tablas de un escenario. El peligro está en el extremo contrario, cuando creamos una imagen muy clara de lo esperado, cuando pronosticamos un par de horas de éxtasis musical que después nunca llegan a buen puerto. Pero en ocasiones, es inevitable. 

Artistas de gran talla, con un puñado de discos excepcionales, con un halo de genialidad y creatividad perfectamente ensamblados que los hace únicos. Y cuando son difíciles de ver en tu ciudad y llega la tan esperada ocasión la expectación crece de manera exponencial conforme avanzan los días y se acerca la fecha marcada en el calendario. 

Devendra Banhart cumple todos los requisitos para estar bien colocado en este grupo selecto, como se demostró al agotarse todas las entradas para su concierto en Valencia en poco menos de 48 horas. Hasta ahí, todo bien. Una gira por la Península Ibérica con parada en Valencia y junto a su amigo y colaborador Andy Cabic, cabeza visible de Vetiver, en formato acústico. Una ocasión de degustar las canciones del fascinante músico de ascendencia venezolana, con el ingrediente añadido de la intimidad del acústico y del componente de sorpresa que destilan las colaboraciones de ambos. 

El concierto empezó bien, con la seguridad de que era una de esas noches que transcurrirían de menos a mas, de que el crescendo llegaría conforme avanzaran los temas y los minutos. Una complicidad absoluta entre ambos, con un juego de voces perfectamente atado, en el que la profunda voz de Banhart parecía llevar la batuta en un ir y venir de onomatopeyas sonoras y musicales.

Un campo de juegos, el vocal, en el que demostraban un dominio importante, con la voz como un instrumento más. Protagonismo repartido, en un principio, de forma equitativa, en el que Banhart cedía el puesto gustosamente. Pero llegó el momento en el que Cabic comenzó a demostrar que se trataba más que de un mero acompañante de la estrella. Los momentos en solitario, con sus propios temas, brillaron con tal luz que (suponemos), apagaron la luz del genio, convirtiéndola en algo cada vez más ténue. 

Las canciones de Andy Cabic cobraron una dimensión propia y distinguida del resto, de melodía que llegó de más allá del frío y que apetece escuchar con las ventanas afuera y el calor por dentro (Increible cómo sonó, por ejemplo, “Everyday”). Un trasunto del mejor Bon Iver aparecía por el escenario, en clara contraposición con la calidez de un Banhart que llega del sur y que bañaba todo de un tono festivo a veces superfluo. 

La solemnidad en la interpretación, en la factura de los temas, en su lenguaje corporal, con el efecto sospechosamente provocado de que Banhart no se tomaba en serio ni sus canciones, ni su trabajo, ni al público que esperaba con ansia un coletazo de genialidad que salvara las esperanzas depositadas. 

El humor sobre un escenario se agradece, se aplaude e incluso se espera. Pero cuando la sensación generalizada camina sobre los límites de lo aceptable, algo se rompe entre público y artista. 

Los juegos con su propia voz se convirtieron en eso, en un juego en el sentido más pueril, como demostró en “Never Seen Such Good Things” y Banhart pidió en varias ocasiones al respetable sugerencias de temas para tocar. En todos ellos dio la sensación de no tomarse en serio las demandas de los que allí estaban. “Seahorse”, “Baby” (muy celebrada en los primeros acordes pero que se diluyó en la sensación de que el mismo músico no se la creía), “Golden Girls”, “Santa María de Feira” o los diez segundos de “Mi Negrita” en el bis, fueron algunas de estas ocasiones en las que el músico defraudó, jugando a un “esta no sé tocarla” que descolocaba a cualquiera. 

Poco más cabe decir de la noche del sábado. Salir de un concierto con la idea en la cabeza de que en cierto modo se ha desperdiciado una ocasión para disfrutar de un músico con tu admiración más que ganada, aun con ganas de ver el lado positivo y darle entidad a la noche. Pero el análisis posterior no deja más que eso, unas expectativas truncadas, las ganas de verlo de nuevo en mejores circunstancias y los discos que te esperan en casa. 



GALERÍA DE FOTOGRAFÍAS DE DEVENDRA BANHART & ANDY CABIC




























Texto y Fotografías: Susana Godoy

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