Maria Rodés. Parque Botánico de
Valencia, 16 – 10 – 2015
Maria Rodés es el no va más de
la posmodernidad. Empezar así una crítica podría implicar algo
positivo y algo negativo, un titular impactante seguido de un sinfín
de boutades dirigidas a llamar la atención y que realmente no
significan nada.
No diré ni una cosa ni otra, aunque el
balance fue bastante positivo. Me explico: Rodés reconstruye
la copla, cual meccano retro desde la posición actual y
contemplativa del pop indie de ramalazos experimentales. La copla, el
género del dolor por excelencia, el paradigma del (y, sobre todo, de
la) que ha tenido la vida más chunga posible, la que su familia le
dio y la que él (sobre todo él), su pareja, ha hecho todo lo
posible por joder y humillar todavía más. Pero también el refugio
del se acabó, del estoy hasta el moño, por no decir más abajo, del
me cago tu puta madre, que en paz descanse, que por desgracia, y para
mi placer, te trajo a este mundo.
Claro, poco hay en la dulce forma de
cantar, moverse y bromear de Rodés de esa especie de
magisterio del malestar, ése que sí podía tener, por ejemplo, Lola
Flores. Y eso Maria lo sabe a la perfección, y, evitando
la comparación en todo momento, y mucho menos la asimilación, se
precipita entre mil requiebros dancescos, ya que no dantescos, y nos
ofrece nuevas viejas piezas, vigentes en el alma y no tan vigentes
(con excepciones, para desgracia de los, y, volvemos, sobre todo las
infortunadas) en el “estado del bienestar”, ése que todo lo
niega, que no aprende del pasado y la vuelve a pifiar en el futuro,
revisitadas desde el onirismo (élfico, lo llegó a llamar Rodés
durante el concierto), de aquel que tiene el tópico sueño de volar,
haciéndolo desde un ejercicio más intelectual y logradamente
elaborado de lo que puede parecer a simple vista.
Las nubes de tormenta que parecían
cerrar el cielo sobre el escenario descubierto situado en el centro
del Botánico contribuían como nadie al llorar de los coros
de ángeles que tan bien han penetrado en la voz de Maria Rodés.
Sin alcanzar la pobreza emocional, pero desde una riqueza sentimental
a prueba de balas (incluso a pesar de ello), acompañada de un
destacable Guillermo Martorell, el final del concierto,
encadenando seguidas “Tengo miedo” y “Pena penita
pena”, a base de palmas y acompañamiento del concurrido
público, fue la metáfora perfecta del resto del concierto: el
choque de trenes de dos vitalidades y tránsitos profundamente
distintos, el que separa la serenidad del fue con la irascibilidad
del es, dándonos como resultado una hermosa cópula de buena música.
Más info:
Maria Rodés - Desorden
Maria Rodés - Con las manos vacías
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