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miércoles, noviembre 04, 2015

Ezra Furman - La Rambleta, Valencia. 3-11-15


Pervertir: perturbar el orden o el estado de las cosas, alterar el buen gusto o las costumbres que son consideradas como sanas y normales. 

Perversión es uno de los primeros sustantivos que vienen a la cabeza nada más apagarse las luces del Ram Club, una vez que Ezra Furman y sus músicos abandonaron el escenario. Lo normal, concepto difuso y aburrido en sí mismo, el buen gusto como sinónimo del hastío y del acomodamiento. Cuando hablamos de música y de la actitud sobre un escenario, de romper tabúes, géneros musicales y roles sexuales, nombres como David Bowie, Lou Reed o Freddy Mercury son algunos de los que van más allá de la mera interpretación y alcanzan la performance, auto y redefiniéndose constantemente. 

La juventud de Ezra Furman, evidentemente, le impide alcanzar todavía a semejantes referentes pero sienta las bases de un futuro más alejado de lo que ya está de lo políticamente correcto y lo establecido. 

Posible heredero del glam, excesivo en su papel y ayudado por lo ambiguo de su imagen, que se queda corta ante lo que realmente parece querer transmitir. Donde expresa todo este exceso, excentricidad y rebeldía casi post adolescente es en su composiciones, en su manera de interpretarlas sobre el escenario. Tres discos en solitario donde la amalgama de estilos es notable, encajando piezas tan diversas como el rock'n roll clásico o el punk más amable, pasando por el doo woop de “Lousy Connection”, uno de los temas más destacados de Perpetual Motion Picture y que anoche en La Rambleta ejemplificó su sentido innato de la perversión más placentera. El pequeño cabaret que ofreció entre ese tema y “Walk On In The Darkness” se antoja insuficientemente salvaje, demostrando que Ezra Furman aún debe depurar detalles para subir un escalón, para quitarse corsés definitivamente y asentar su personaje. 

Más allá de una pose, del crooner rebelde, de toda la imperfección de la que hace gala, de sus propias experiencias que hacen del drama algo cotidiano e incluso divertido (“Ordinary Life” narra un intento de suicidio) se situa un músico que estilísticamente no encaja en ninguna etiqueta y que bebe de tantos géneros que su escucha resulta un desorden sumamente placentero. 

Estos continuos cambios hacen de su directo una experiencia continuamente ascendente, giro tras giro en una espiral que solo tiene tregua en momentos como el de “Can Sleep In Your Brain”, “My Body Was Mine” o en el bis, donde afronta el espiritual “Penetrate” en solitario con una solemnidad que nos devuelve a los inicios de su carrera. 

Mención aparte merece su banda de acompañamiento, esos “Boy-Friends” a los que abarca con un ademán genuinamente posesivo y que toman el lugar de  The Harpons. Aunque podrían quedar eclipsados por la figura de Furman, los coros y, sobre todo, el saxo de Tim Sandusky (que emerge de perfecto complemento a la voz y que devuelve el protagonismo perdido a este instrumento) son uno de los rasgos que mayor locura y exquisitez proporcionan al directo del de Chicago (“I Wanna Destroy Myself”). 

Para terminar, Furman y sus Boyfriends nos ofrecieron una “versión de un grupo canadiense”, ni más ni menos que Arcade Fire y “Crown Of Love”, rematando la noche con “Restless Year”, quizá uno de los temas donde más clara se palpa la gran cantidad de influencias que maneja. 

Perversión, sí. Descaro y locura, también. Bastante dosis de normalidad tenemos que afrontar todos los días como para desperdiciar la oportunidad de ver a alguien como Ezra Furman sobre un escenario.

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