Foto: Juanjo Frontera |
Confieso que yo fui a ver un concierto completamente distinto del que vi. Y no me refiero a lo mismo que todos esos "entendidos" que ilusamente esperan ver a la banda mítica de sus amores como recién salidos de una criogenización a-la-Han-Solo desde 1976 hasta el momento inmediatamente anterior a salir a escena. Yo entiendo que las cosas, tratándose de señores de 70 años, no pueden funcionar así. Lo que yo tenía en mente, experiencia obliga, era más bien un concierto plano, ofrecido por unos señores que rebasan ampliamente la edad de jubilación y que tiran de oficio y tablas para salvar un repertorio completamente previsible, debidamente hilvanado para contentar al fan medio. Nada más lejos de lo que presencié.
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Y eso que cuando George Alexander (Jorge "Alehandro", como se empeñaba en decir), Chris Wilson, Cyril Jordan y Víctor Peñalosa salieron a escena, la verdad es que todos mis temores se vieron corregidos y aumentados. Un sonido más bien saturado, plagado de acoples, las voces fuera de tono, un Wilson totalmente desorientado, un Jordan en constante intento de afinación y un hombre sentado a la batería con cara de "¿Qué hago yo aquí?". Menos mal que Alexander sí que tenía la actitud y presencia adecuadas. Y debieron ser contagiosas, porque el desastre que presagiaba el comienzo de concierto con un "Yeah my baby", más bien deslavazado, por decirlo de manera suave, fue tornándose en otra cosa diferente: un despliegue de actitud.
En efecto, los tres vejestorios que en un principio parecían asesinar su propio mito fueron tomando fuerzas de flaqueza y rellenando, a base de actitud "we don't give a fuck", sus carencias. Bien es cierto que no se ven nada beneficiados por las exigencias del guión. Al fin y al cabo, la formación que se ha reunido es la de los discos melódicos, la de las canciones que trataban de emular a los Beatles y a los Byrds. Por eso "Please please girl", "Between the lines", "Yes I am" o "You tore me down" sonaron como sonaron, es decir, a aberración. Sencillamente, porque requieren de una habilidad vocal y armonías a las que ninguno de los tres señores que tenía un micro delante puede llegar, por cuestiones puramente físicas.
Sin embargo, en los números de simple y llano rock and roll, justamente los que más energía requieren, se crecían de una manera que hacía preguntarse si realmente estábamos ante unos abuelos o ante chavales entusiasmados por subirse a un escenario. Las palabras de Jordan a mitad de su set "chicos sois estupendos, me lo estoy pasando en grande", podrían estar ensayadas como parte de un guión, pero en el brillo de sus ojos había verdad, además de algún que otro chupito de whisky. Sin duda, esta gente se lo estaba pasando fenomenal haciendo lo que han hecho siempre: tocar rock and roll. Cuando la cosa explotaba, el sonido era como un cañón.
Foto: Juanjo Frontera |
Ya empezó a vislumbrarse en momentos de versiones de clásicos primigenios como "Tallahassie Lassie" y "Don't you lie to me", pero cuando la cosa se puso realmente seria fue con una lectura INCENDIARIA de su clásico "Slow death", una de las primeras canciones que compusieron juntos Jordan y Wilson, que seguida por la esperada "Shake some action" dejaron tan buen sabor de boca tras su salida del escenario que se vieron obligados a salir dos veces para acometer bises y aquí sí que partieron la pana: nada menos que "Teenage head", "Let me rock" (la gran sorpresa: recuperación de una joya olvidada de 1972) y una revisión totalmente enloquecida, con un Wilson fuera de sí, del "Jumping Jack Flash" de los Stones, tras lo cual nos vimos todos obligados a reconocerlo: Los Groovies son los amos.
Poco importa los habituales comentarios cenizos tras el concierto: "están mayores", "no suenan bien", "me han faltado clásicos" etc, etc, etc. Yo me quedo con la actitud totalmente punk que vi desplegar a cuatro tipos sobre un escenario que todas las previsiones dictaban que les iba a venir grande y que ellos devoraron como lobos. Yo me quedo con la sonrisa en la boca de haber visto a una banda que me lo ha enseñado todo darme la lección magistral de mi vida. Y me quedo con la idea de que igual el rock and roll no es cosa de edad, sino de cómo se contemplan las cosas. De decir: "Qué cojones, rompamos todo". ¿O no era eso de lo que se trataba?
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