Enésimo triunfo de un clásico, que tras su cancelación en febrero, supo compensar al público valenciano con creces.
El concepto de lo atemporal.
Sin duda, algo tan abstracto, frágil y, a la vez, complicado, que intentar darle medida es labor de locos. ¿Cómo se sabe realmente cuándo se esta frente a algo que trasciende el tiempo? ¿Lo sabÃa el público asistente a los primeros conciertos de los cuatro de Liverpool en The Cavern? ¿Alguien vio, en su debido momento, en la pintura de Van Gogh el reflejo del devenir del arte? ¿Cómo calibrar algo asÃ? Sin duda, si alguien siente alguna vez algo parecido a estar en presencia de un artista atemporal, fuera de cánones o tendencias, ajeno a la vejez, tocado por lo divino, debe ser a causa de un gran impacto, una manifestación de arte tan indudable y fuera de cuestión como que el agua moja.
Creo que algo asà experimenté yo la noche del miércoles viendo actuar a Dominique Ané.
Es paradójico el extremo al que han llegado las cosas. Lo extremadamente difÃcil que es ver algo semejante, cuando deberÃa ser lo deseable a la vista de lo que se cobra frecuentemente por entrada. Generalmente, se trata de un coste exorbitante teniendo en cuenta lo que ofrece actualmente el pop o el rock clásico: viejas glorias que casi ni se tienen en pie, actos de compromiso por parte de músicos que se ven obligados por las circunstancias a tocar lo que no quieren o, sencillamente, jóvenes imberbes intentando reflejar lo que un dÃa les contaron que era este rollo.
Nada de eso sucedió la noche del miércoles (dÃa-ecuador semanal siempre difÃcil para llegar a la asistencia deseada por una promotora), en que todo -y quiero decir, TODO- estuvo a la altura del precio que se exigió al público asistente para poder entrar. Un buen sÃmil a la calidad ofrecida ayer, serÃa el hecho de comerse un banquete de restaurante con estrella MichelÃn, a precio de menú diario de cafeterÃa. Tenemos que comprender que estas cosas, estos acontecimientos únicos que cada vez escasearán más, cuando se ofrecen con cariño, cuidado y dedicación, por parte tanto de la organización como de los artistas, sencillamente, no tienen precio. No se paga lo inolvidable.
Tras la cancelación del concierto que iba a tener lugar el pasado febrero en Las Naves por motivos personales del cantante, para el que se vendió una sabrosa cantidad de entradas que hubo que restituir, evidentemente el resarcimiento se hacÃa obligatorio por parte de un músico que siempre ha hecho gala de una honestidad fuera de toda duda. No se hizo esperar la confirmación de este concierto en junio, pero sea por el motivo que sea, la respuesta no fue tan entusiasta en cuanto a venta de entradas. Lamentablemente , la asistencia de público en esta ocasión no creo que rozara ni la mitad de la que iba a ser en febrero. Llámenlo verano, fallo de promoción, Primavera Sound o Festival de Les Arts, pero el caso es que es una lástima que unos promotores tan necesarios como Tranquilo Producciones, que arriesgan tanto siempre con sus apuestas, tengan que perder dinero en momentos que deberÃan ser de tiro fijo. Una lástima.
Y lo es porque, consciente de la deuda contraÃda con su público tras la mencionada cancelación, Dominique A, acompañado de su banda, vino dispuesto a resarcirlo con un concierto realmente grandioso. Para ello estuvieron, junto a sus técnicos, probando sonido desde las tres de la tarde y hasta poco antes del concierto (previsto a las 21.30), para que este inicio de gira que acontecÃa en Valencia, fuera sencillamente perfecto. Y no duden de que asà lo fue. El sonido que se desprendió del escenario desde que con una amplia y sincera sonrisa lo pisara por vez primera el protagonista de la noche, fue de una profundidad, nitidez y efecto embriagador, que dirÃa que pocas veces en mi vida he sentido algo igual en una sala reducida, como es el Ram Club de l'Espai Rambleta.
Mención especial para una banda excelente, un four-piece que abrigaba las canciones como si fuera la última vez que las fueran a tocar, el repertorio que el de Provins desplegó mantuvo siempre un equilibrio e intensidad, parejas a esa musicalidad, esa emoción y poder de comunicación, que desprende este maestro, este clásico, desde las uñas de sus pies, hasta el último poro de su cráneo rasurado. Cada gesto espasmódico (esos cabezazos tan caracterÃsticos), cada paso de baile, cada guitarrazo, tuvo un porqué. Nada resultaba gratuito en una actuación modélica en su formulación e impactante a más no poder en cuanto a resultados.
Momentos para marcar a fuego en la memoria hubo unos cien, sobre todo teniendo en cuenta que el disco que presenta, "Eléor" (2015), es sin duda uno de los mejores de su carrera, pero yo destacarÃa la gratificante elección de un clásico olvidado como la canción que daba tÃtulo al disco "Tout será comme avant" (2004), que sonó como un cañón; las nuevas "Eléor", "Central Otago" o la maravillosa "Au revoir mon amour"; los clásicos indispensables ("Antonia", "Pour la peau", "La memoire neuve") y, sobre todo, un absolutamente electrizante final con "L'Horizon" y "L'Ocean", que nos dejó a todos atónitos y exhaustos.

Y sÃ, creo que la trascendencia al tiempo está cercana a esto. A un artista que no necesita florituras, artificios ni postureos para seguir manteniendo una credibilidad que, gracias a una carrera modélica y mantenerse fiel a sà mismo, nunca ha sufrido ni el más mÃnimo tropiezo. Un señor que no requiere reinventarse ni recurrir a la pirotecnia para seguir convenciendo a un público que, pese a no ser tan numeroso como cabrÃa haber esperado, volvió a su casa satisfecho por haber visto algo que por una vez, superaba las expectativas creadas por el precio pagado. Ayer tuve la sensación de estar en un concierto como los de antes (ustedes disculparán que me ponga abuelo), cuando todo era vigente, cuando todo sucedÃa a su debido tiempo y no era un pálido reflejo del pasado, cuando todo estaba vivo y coleando. Gracias, una vez más, a la organización y a este artistazo, por hacernos degustar durante dos horas la atemporalidad. Gracias.
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