Fueron y siguen siendo los mejores, los más divertidos y con un directo más apabullante. Lo demostraron, días después de triunfar por todo lo alto en el Funtastic, en el Loco Club de Valencia.
Lo siento, hoy no voy a preocuparme de llorar sobre la leche derramada de la falta de público en un concierto imprescindible como lo era éste. Es lo que hay: no sé si debe achacarse a la falta de gusto, de cultura, de ganas de abandonar la poltrona, rascarse el bolsillo o una mezcla de todas, pero es lo que hay. Debemos alegrarnos los que sí estamos presentes, los que cuando podemos asistimos a conciertos que no entran dentro de la onda de "lo oficialmente recomendado" y de que aún haya gente que apueste por ese tipo de artistas. Sobre todo, si la diversión es tan, tan grande, como la que los Young Fresh Fellows nos proporcionaron la noche de un miércoles post-puente, tras triunfar por todo lo alto en un Futastic Dracula Carnival (Benidorm) que no esperaba para nada la que le cayó encima cuando se subieron al escenario.
Con esa premisa y dado que no pude viajar a Benidorm, obviamente su presencia en Loco se me antojaba más que necesaria. "¿Quién sabe si no será la última vez que pueda verles en directo?", me dije. Y realmente me extraña que no fueran muchos más los que se hicieron esa pregunta antes de acudir a la cita, pues en esta ocasión me confirmaron más aún si cabe que las otras veces que les vi, que para mí son tan necesarios como el respirar. Y que me perdonen los altos literatos, pero acudiré al topicazo: si no existieran habría que inventarlos.
Pocos combos han habido, por lo menos desde mi conocimiento, tan genuinos, tan inimitables, tan auténticos como los Fellows en la historia de esto que llamamos rock and roll. Su música grabada es grande, pero su acto de directo, sin por otro lado ser nada transgresor ni usar de artificios ni pirotecnias más allá de la propia presencia escénica del músico, como en mi opinión debe ser, es una de las experiencias más efervescentes que uno puede sentir con los pantalones puestos. Y no, no están nada viejos para tocar así. Es precisamente su edad la que les da autoridad para hacer lo que hacen. Porque -agárrense que viene otro tòpico- como el vino mejoran con los años.
Guardo muy vivo aún el recuerdo de la primera vez que les vi, en la por entonces llamada Sala Roxy (corría el año 1999) y el extraordinario concierto en Wah Wah presentando "Tiempo de lujo". Era difícil superar esos picos en mi vida, pero en cuanto vi salir a Scott, Jim, Kurt y el desquiciado de Tad Hutchinson, comprendí, sin saber cómo, que esos dos picos se iban a ver completamente superados. Y es que el atronador comienzo no dio lugar a dudas: sin piedad, descerrajaron "Down by the pharmacy" como si fuera una salva cañonera y así comenzó una fiesta sin fin.
Cuatro camaradas que sólo se juntan a tocar para pasarlo en grande. Eso son, o al menos, es la sensación que dan. Gente que vive esto desde el lado más puramente hedonista. Todos son como personajes de cómic, todos puro espectáculo;: Scott con su gorra enorme de baseball que corona una pelambrera blanca a lo Joan Tamarit, con sus eternas ray-ban y esa cara de cínico socarrón con barba papá pitufo; Jim y su bajo-lira, con esa pinta de interventor de banco, que se desmelena los viernes noche tocando rock and roll totalmente etilizado; o el salvaje Kurt y sus guitarrazos asesinos, sudando la camisa a base de dar una exhibición acrobática a las seis cuerdas.
Por supuesto, capítulo aparte para Tad Hutchinson, un batería diferente a todos los que cualquiera haya visto en esta vida. Es sencillamente asombroso, no para quieto un segundo: tan pronto se pone a hacer flexiones en el escenario mientras sus compañeros tocan, como se sienta encima del timbal para tocar del revés, pone los pies encima del bombo como si fuera la mesa de su oficina, se coloca todo tipo de gorros raros o se dedica a intentar alcanzar su pequeño platillo, que pende de un pie balanceante de más de dos metros de alto. Es algo sencillamente impresionante, aparte de que toca la batería como nadie y debe adelgazar cuatro kilos en cada concierto.
Como no tienen ni una brizna de mediocridad en toda su discografía, pueden permitirse la convivencia entre su pasado y su presente y no lo dudan: grandes clásicos de toda la vida como "How much about last night do you remember'", "I don't let the little things get me down","Hillbilly drummer girl", "Amy Grant", "Motorbroke" (todo un regalo), "Rock and roll pest control" o "This little mistery", no desentonan en absoluto junto a cosas pertenecientes a los discos que han motivado sus giras de reunión a lo largo de los años, como la descacharrante "Tad's pad", la dedicada al aeropuerto de Barcelona"Suck machine crater", "Another ten reasons" o la surfera "Go blue angels go". Todo ello remozado, por las versiones que les de por tocar, que cada día suelen ser diferentes (excepto, claro, la obligatoria "Picture book", de los Kinks): en esta ocasión, un salvaje "Johnny B. Goode" y nada menos que ¡dos! de Undertones: "Male model" y "Teenage kicks", que hicieron las delicias, claro, del powerpopero público que suele poblar el Loco.
Pese a decir a mitad de concierto eso de "we don't make encores 'cause they're bullshit" (no hacemos bises porque son una mierda), cosa con la que estoy completamente de acuerdo, al final salieron a tocar unas cuantas más tras abandonar el escenario. Claro, a ellos les perdono todo y verles tocar un poco más bien merece soportar el paripé. Por mi, podrían haber tocado toda la noche. Cuerda tenían para rato (hasta cayeron rescates impagables como "Still there's hope" o "Backroom of the bar") y yo me habría ido a trabajar sin dormir de lo más feliz. De verdad, que no falten nunca, son insustituibles.
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