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miércoles, junio 28, 2017

El blues tuvo un hijo y le llamó rock and roll

Entre los días 30 de junio y 1 de julio se celebra en Frías (Burgos) un festival enteramente dedicado a los Rolling Stones y a Muddy Waters. ¿Porqué precisamente a los dos? Desde aquí intentaremos desvelar el misterio de una de las relaciones más fructíferas de la historia del rock... y por  supuesto del blues. 


Sucedió el 22 de noviembre de 1981. La masiva gira que The Rolling Stones, el grupo más grande del planeta, estaba llevando a cabo por los Estados Unidos recalaba en Chicago. Aprovechando una noche libre entre concierto y concierto, los muchachos se relajaron acudiendo al Checkboard Lounge, el garito que el bluesman Buddy Guy tenía en la ciudad, donde precisamente ese día tocaba el hombre que podían considerar su padre musical: un Muddy Waters ya entrado en años, pero en plenas facultades, que aún era capaz de poner los pelos de punta a quien fuera que tuviera la inmensa suerte de escucharle.

Se obró el milagro: Mick, Ketih y Ronnie, armados de sus voces, guitarras y el profundo respeto que profesaban a su progenitor musical, subieron al escenario y junto al viejo bluesman y su banda descerrajaron unos cuantos clásicos llenos de sudor y humo. No era la primera vez que sucedía esto, pero sí la única que se grabó y registró, dando como resultado un documento aparecido unos cuantos años después en la forma de disco y dvd y que supone el testimonio de unas vidas paralelas, de un círculo que se completa en forma de herencia recibida y del final de un viaje iniciado mucho tiempo atrás.

McInley Morganfield nació en lo más profundo del delta del Mississipi, concretamente en Rolling Fork, Condado de Issaquena, el 4 de abril de 1913. Criado por su abuela tras la temprana muerte de su madre, le apodaron "Muddy" por su afición desde mozalbete por pescar y jugar en aguas pantanosas. Aprendió a tocar la armónica y a cantar, basando su estilo vocal en el legendario Son House, al igual que consiguió cierta maestría con la guitarra tocando encima de los discos del diabólico Robert Johnson. Fue así como empezó a abrirse paso por los clubes del Delta hasta que un buen día el enciclopedista Alan Lomax le grabó mientras cantaba un par de temas dentro de los registros que hacía para biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Oyéndose, Muddy cayó en la cuenta de que lo suyo no debía ser una mera afición de fin de semana, así que en 1943 emigró a la ciudad de Chicago, consiguió empleo en una fábrica de papel y comenzó a patearse los clubes de blues de la gran ciudad, en los que se tocaba una versión menos pura, más prostituida y sucia, de los ortodoxos blues que se tocaban en Mississipi. Además, era una ciudad con oportunidades discográficas: gracias a la ayuda de su colega Sunnyland Smith, Waters consiguió firmar con Aristocrat Records, que poco tiempo después cambiaría su nombre por el de sus propietarios, "Chess Records". Allí, en 1948, nuestro hombre grabaría el que sería su primer single de éxito: "Rolling Stone". El blues eléctrico había nacido.

Viajemos ahora un poco en el tiempo y el espacio: Londres, veinte años después. Una destartalada habitación de un piso compartido llena de colillas y discos tirados por ahí que suenan sin cesar en un viejo pick-up, sirve de escenario a varios jóvenes que se encuentran allí discutiendo sobre su futuro artístico. Dos de ellos, Mick y Keith, tras encontrarse un día en el tren de vuelta a su natal Dartford, han descubierto su amor mutuo por el blues y otros sonidos procedentes de Norte América gracias a la copia que el primero lleva bajo el brazo de "The best of Muddy Waters", lo cual les empuja a contactar con otros colegas para empezar a hacer algo serio con ello. Se les unen Bill, Ian, Charlie y, por supuesto, el inquieto Brian.


Es éste último el que en un momento dado de la conversación, coge el teléfono y llama a Jazz News , un periódico local, para anunciar que su banda está disponible para tocar en cualquier antro de la ciudad que les contrate. Ante la pregunta ¿cómo os llamáis? se hace un gran silencio. A nadie se le había ocurrido pensar en eso. Con su rapidez mental habitual, Brian observa el viejo álbum de Mick "The Best of Muddy Waters". La canción que lo abre se llama "Rolling Stone". Tras sendas miradas confidentes hacia Keith y Mick, se lanza: "Nos llamamos The Rolling Stones".

Algo más de dos años después, unos muchachos ingleses que se están situando en la cima del mundo gracias a la actualización que han hecho del sonido del rhythm and blues americano, llegan al número 2120 de la Avenida South Michigan, en Chicago. Allí, en la mismísima sede central de Chess Records, lugar donde la mayoría de sus ídolos, como Chuck Berry, Little Walter, Howlin' Wolf, Willie Dixon o su amado Muddy Waters, habían grabado sus grandes clásicos, se disponían ellos a grabar su próximo single, que resultó ser "It's all over now", una versión de The Valentinos, el grupo de Bobby Womack, que se catapultó al número 1 a ambos lados del Atlántico. La experiencia fue, por tanto, poco menos que religiosa y salpicada además de encuentros sorprendentes.

Así lo cuenta Keith en el libro "According to the Rolling Stones": <<Algunas personas dicen que inventé la historia de que cuando conocimos a Muddy Waters estaba pintando el techo de los estudios Chess Records. No tengo porqué inventarme algo así. La gente que dice que no es verdad no estaba allí. Recuerdo cómo caía la pintura y Muddy me decía: "Me encanta lo que hacéis con mis canciones">>. 

Nunca sabremos si el cerebro podrido de "Kiz" guarda una imagen clara de las cosas o si esto es un recuerdo fabricado tras años y años de abuso de sustancias divertidas, pero lo que sí es cierto es que a aquél bluesman ya entrado en años se le había pasado un poco el arroz. Tras años de éxitos con temas como "Hochie coochie man", "Long distance call", "I can't be satisfied", "Got my mojo workin'" o "I just wanna make love to you" y discos asombrosos como el directo "At Newport" (1960) o el desnudo "Folk singer" (1963), Waters había entrado en el dique seco del olvido.

No podía esperar, pues, que gracias a unos cuantos jóvenes procedentes del otro lado del océano (no sólo los Stones, también Yardbirds, Savoy Brown, Them, Manfred Mann...) iba a encontrar una segunda juventud. Todos ellos reivindicaban su nombre, por encima incluso de otros bluesman también míticos, lo que hizo que pronto la curiosidad del gran público aflorara y las giras y discos volvieran a surgir. Discos como el impresionante y psicodélico "Electric Mud" (1968), "Fathers and sons" (1969) o "Hard again" (1977), le abrieron a la audiencia blanca y las ventas, por lo tanto, subieron exponencialmente, lo cual hizo que al final de su vida (fallecería en 1983), gozara del estatus de leyenda que le correspondía por derecho. Tras su muerte, se le indujo al Rock and Roll Hall of Fame y cinco años después se le concedió el Grammy Honorifico en reconocimiento a toda una vida de influencia y dedicación al blues.


Los Stones, por su lado, siguieron -eso lo sabe todo el mundo- haciendo discos soberbios ("Aftermath", "Between the buttons","Beggar's banquet", "Let it bleed", "Exile on Main Street", "Some girls"), singles mayúsculos (la lista sería demasiado larga) y giras multitudinarias. Pero su música, paradójicamente, se fue alejando más y más del blues de sus orígienes, con la subsiguiente pérdida de alma. Sin embargo, justo cuando los sectores de humanidad más críticos y eruditos consideraban esta banda como un pura máquina que se ponía en marcha cada cierto tiempo para fabricar dinero, cogen y sorprenden al mundo en 2016 -a estas alturas de la película- con un sencillo disco de blues titulado "Blue and lonesome", que no sólo suena muy bien, sino que les devuelve una credibilidad largo tiempo perdida. Los abuelos están bien.

Y es que el blues forma parte indisoluble de la vida de esta banda y cómo no, también del rock and roll. Ya lo decía Muddy en una de sus canciones: "The blues had a baby and they named it rock and roll". Nadie puede negar ese vínculo irrompible que tienen ambos estilos. Es tan fuerte como el acero. Imposible no reconocer la influencia del blues en la mayoría de la música que ha cautivado a varias generaciones. En la que crearon Eric Clapton, Led Zeppelin, The Beatles, The Who y por supuesto, The Rolling Stones. Las vidas de los Stones y Mr Waters corren tan paralelas, que si revisamos la discografía de los primeros comprobaremos que cuentan con un número más que respetable de versiones de sus canciones.


Justo era, pues, que alguien tuviera a bien hacer algo que reivindicara esas vidas paralelas, esa relación o viaje, que comenzó en los años cuarenta del siglo pasado y llega a nuestros días. En la influencia que Muddy tuvo en los Stones se resume, quizás, gran parte de la historia de nuestra música favorita, por eso este mismo fin de semana, en una pequeña población burgalesa, la preciosa ciudad de Frías, se va a desarrollar un pequeño festival en honor a ambos nombres, llamado convenientemente "A dos pasos del blues" (en homenaje a una fantástica canción del también bluesman Bobby Bland) que no por estar edificado de forma humilde deja de ser bien bonito. Por el patio de armas de su castillo del siglo XII pasarán bandas consagradas como los fantásticos Confluence, desde Bilbao, Coppernicus Dreams, desde Castro Urdiales y desde Madrid, Moses Rubin, Sleepy Roosters o la banda tributo Smokin' Stones, que seguro serán capaces de convertir ese precioso y apacible pueblecito a los pies del Valle de la Tobalina,  en un sudoroso club de blues y rock and roll a mayor gloria de las músicas del diablo. Acudan sin demora a ser poseídos, pues!




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