Antes de empezar el concierto de Daniel
Romano (aunque estaba anunciado, se prescindió del telonero,
Steven Lambke), poco antes de la medianoche, dos personas
estaban hablando detrás mío. Uno de ellos decía “lo vi el año
pasado, y es la ostia”.
Salió Daniel Romano, unos
segundos guitarreros, y ya compartes esa definición tan a priori
fanática. Con ese aspecto de inglés demodé de los 60 (compartido
por el resto de la banda de Romano, la Jazz Police, y
explicitado con ese estribillo del “My Generation” de The
Who que metieron para rematar una canción), Daniel Romano
se revela (y rebela) sobre el escenario como una auténtica bestia
parda. Adrenalítico, sin pausa, encadena una tras otra, con la mejor
de las clases, canciones herederas del gran pop-rock sucio inglés,
con algunos sorprendentes toques country (que es donde se movía al
principio de su carrera) u oníricos ocasionales.
El otro día Juanjo Frontera
daba en el clavo, como siempre, al comparar el cambio que operó en
su carrera con el Bob Dylan que abandonó temporalmente el
folk y se dio al eléctrico, cuando Daniel Romano se alejó de
los postulados del country y se fundió en un espíritu punk-pop, que
ha acabado convirtiéndose en parte inseparable de su personalidad
sobre el escenario. Daniel Romano tiene una voz y una faceta
cantautora, entre descargas guitarreras, que se acercan mucho al
Dylan de la época, incluso al Dylan, teclados
mediante, de mediados de los 80.
En suma, Daniel Romano dio ayer
un auténtico espectáculo de sonido y luces (El Loco nunca
había lucido tan bien, con esas maravillosas luces de contra que a
veces impedían ver con claridad a Romano). Hoy, si lees estas
líneas, aún le puedes ver tocar en Barcelona. Merece la
pena, yo lo vi ayer y es la ostia.
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