Imposible resistirse a la tentación de ver otra vez a los jiennenses después de la intensa gira que los ha llevado a recorrer varios puntos de Europa, amén de festivales incluso en Norteamérica, para confirmar que su propuesta no solo sigue vigente sino que se perfecciona con cada concierto. Unos músicos apasionados de su trabajo y una banda imprescindible en cualquier circunstancia. Esta vez nos visitaron en la Sala Hangar de Córdoba y fue, como viene siendo habitual, un viaje pantanoso y lleno de peligros que estuvimos encantados de disfrutar.
No sabemos cuántas veces hemos visto en directo a Guadalupe
Plata. Esta podría ser la quinta o sexta desde que los descubrimos a través de
un mini vinilo (su música y su concepto, por definición, merecen ser apreciados
en el formato más genuino) en el que tres músicos aparentemente sencillos, uno
de ellos además armado con un barreño, un palo y una cuerda a modo de bajo con
su caja de resonancia correspondiente, armaban canciones esqueléticas sin
apenas letra y con unos presupuestos tan mínimos como el de los maestros del
blues añejo en los que se inspiraban. Poco sabíamos de ellos, salvo que Pedro de
Dios, el gran maestro de ceremonias y guitarrista de altísimos vuelos, tenía
varias bandas paralelas en la onda surf
y rockabilly a la que pocas veces se
escoraba con sus nuevos cómplices en ese nuevo proyecto. De ahí, de esas apenas
seis canciones, surgió un hechizo, una atracción irrefrenable que nos hizo
seguirlos allá donde fueran y atesorar todas sus entregas discográficas con la
pasión de alguien que ha descubierto una nueva adicción y se ilusiona como un
chiquillo con cada noticia sobre su banda favorita. Sin llegar a extremos de
originalidad, lo que hacían (y hacen) se aparta sustancialmente de los márgenes
estrechos de una industria entregada al dios materialista y sin embargo se
adscriben a ella para grabar, distribuir y maquinar sus canciones y todo lo que
ellas llevan consigo. A los adjetivos más obvios (pantanosos, densos,
anacrónicos…) se suman con cada nuevo ataque escénico otros menos frecuentados
en las reseñas (esquizoides, concéntricos, apabullantes…) Son ya una marca en
sí mismos, y empiezan a ser conscientes de ello.
Tocan
en directo sin set list ni chuletas
verbales, comunicándose entre ellos con guiños y gestos de sabiduría apuntalada
por la amistad y la experiencia. Carlos Jimena, con su armazón percutor, es un
metrónomo entrenado por años de goce entre los surcos de discos de jazz
antiguos y proverbiales, por eso su batería suena diferente a las de muchos
compañeros de generación e influencias. Paco Luis Martos, un bajista sin bajo
(utiliza una caja de puros diseñada por él mismo y una guitarra ecualizada en
las notas más graves para acolchar las divagaciones de su compañero central),
da la impresión de que el sonido del grupo lo necesita imperiosamente para ser
lo que es, y cuando se enchufan y suena el “gong”
inicial la ceremonia de luces rojas y trayecto interior comienza y se
intensifica casi sin solución de continuidad hasta que un “buenas noches” tímido y sentencioso culmina otra noche de entrega
a divinidades aún adoradas en templos ocultos como el suyo. Perico no necesita
comunicarse más que con sus pedales y acordes, y deja que seamos los demás
quienes juzguemos, si se nos permite, si se precisa algo más que eso para
entender las pasiones desatadas en los ramalazos swamp rock de ‘Hoy como perro’, ‘Serpientes negras’ o ‘Demasiado’,
cabalgando a lomos de una ‘Milana’ hecha himno o cantándole al enloquecido deseo
por ‘Lorena’ en una carrera instrumental sin ‘Miedo’ alguno a hacerlo peor que
la noche anterior. Se oía mucho de bocas vecinas la sentencia de “estos nunca fallan”, ni aunque le
canten a una desagradable ‘Rata’ malnacida o afirmen con rotundidad que aquí,
como en cualquier sitio que pisan, ‘Huele a rata’. No son monotemáticos, sino
profundos. No nos confundamos.
El
paseo, tan árido como es habitual, desde los muros del ‘Cementerio’ a la ‘Calle
24’ donde ha habido un asesinato pasa por detenerse de nuevo en el momento
pasional de ‘Baby me vuelves loco’ o el arrebato de fiebre de ‘Tengo el diablo
en el cuerpo’ (¿No es eso lo que tiene dentro el bueno de Robert Johnson desde
que murió abandonado a su enfermedad?), pero no podían retirarse sin
advertirnos por enésima vez de que ‘Jesús está llorando’, en concreto por los
pecados de una mala mujer –el secreto mejor guardado del blues, las cuitas del
desamor y el despecho-, ni pasar cerca del ‘Nido de avispas’ del que vuelan
himenópteros en ondas circulares de guitarra, o reverenciar con respeto y
descaro a la grandísima Violeta Parra en ‘Qué he sacado con quererte’, la
inesperada versión con la que presentaron su disco del presente año, al que
tampoco han bautizado más que con la pintura, bosquejada con la imaginación de
siempre, que luce en la portada de fondo negro. Cuantas menos palabras mejor.
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
Más info:
http://salahangar.es/
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https://es-es.facebook.com/gpblues/
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