Tengo que reconocerlo. Cada domingo se me hace más difÃcil moverme de casa. Cuando llega la tarde es como si una fuerza magnética irresistible me forzara a quedarme en ese agujero negro, ese maldito triángulo de las Bermudas, que es el sofá de mi salón. Aunque hay ocasiones en que luchar con todas mis fuerzas contra ese inevitable apoltronamiento de papá cuarentón, ha merecido la pena.
Cuando lo he conseguido, como en el caso que os vamos a contar aquÃ, he agradecido descubrir que el mundo de los conciertos en el crepúsculo del fin de semana es más que placentero. Acudir con amigos el dÃa del señor a escuchar música de esa que no cabrÃa, por sutileza, por suavidad, en un sábado noche, es un placer gourmet. Uno recibe las cosas sin prisa, con el deleite y paciencia del que sabe que al dÃa siguiente vuelve la infame realidad y por tanto hay que aprovechar el momento. Me pasó con Laura Cantrell, hace tiempo y este pasado domingo me volvió a pasar.
No era para menos la ocasión. Pocas veces, al margen de festivales, vemos juntos en un mismo cartel tres nombres como los que se veÃan en el bonito letrero luminoso de la puerta de la valenciana sala 16 Toneladas: Thalia Zedek, al margen de su participación en bandas de punk como los nunca suficientemente bien alabados Come, ha demostrado con su carrera en solitario, desde principios de este siglo, ser una de las cantautoras más brillantes de su generación. Con una actitud y personalidad fuera de toda regla.
Lo mismo podrÃamos decir de Damon Krukowski y Naomi Yang, los que fueran 2/3 de Galaxie 500, una de las bandas fundamentales para entender el rock independiente o alternativo de los años 80 y 90, que tras su separación de Dean Wareham han llevado una trayectoria como Damon & Naomi que ha sido un ejemplo de independencia, brillantez y militancia en una forma personal y delicada de ver las cosas.
Uniones como esta son las que hacen la fuerza, por eso la entrada fue más que aceptable teniendo en cuenta las horas, el dÃa y la propuesta. Además, la organización, como viene siendo habitual tratándose de Tranquilo Producciones, fue seria y anunció con suficiente antelación horarios de apertura de puertas y comienzo de cada actuación, los cuales cumplieron a rajatabla. Que cunda el ejemplo.
Entrando en el recinto, se podÃa ver junto a la mesa de merchandising, a una Thalia Zedek enjuta, ajada por los años. No es de extrañar, es una mujer que anduvo por el lado salvaje demasiado tiempo, castigada por diversas adicciones. Pero eso no fue inconveniente en absoluto para que su figura, al subir puntualmente al escenario, fuera imponente. Armada de su vieja guitarra, que lucÃa una pegatina con el slogan "FCK NZS" (rellenen ustedes mismos los huecos con las vocales correspondientes), derrochaba tal carácter que el hecho de que saliera sin su banda habitual, carecÃa completamente de importancia.
Y no se engañen: no fue un concierto acústico, fue un concierto de ROCK en toda su magnitud, en todo su estallido. Thalia se dejó el alma y lo que le quedaba de voz en unas canciones que viajaban constantemente de la tormenta a la tempestad y no concedieron respiro: "Fell so hard", "Walking in time", alguna nueva como "Fighting season" o una versión de una banda amiga de Baltimore, los recomendables Arbouretum, titulada "People flock not to the good", sonaron desgarradas, fuertes y tan sentidas, que nos dejaron atónitos.
Sin más concesiones, la Zedek abandonó el escenario y la pareja de Boston se apresuró a subir a él, entre bromas sobre el arroz a banda que se habÃan comido aquél mediodÃa. Se les veÃa contentos y relajados, extremadamente amables y cercanos. Tomaron su guitarra acústica de doce cuerdas él y el piano Nord Electro ella y sin dilación comenzaron a entrelazar en perfecta armonÃa dos voces que se conocen tantos años, que están casi ensambladas. Da gusto ver a una pareja que se nota tan bien avenida hacer música, porque convierten un concierto en una liturgia casi familiar. Toda una misa de domingo sin santos ni curas que la estropeen.

Habrá que ver eso, pero de lo que no hay duda es que la pareja supo brindarnos una velada exquisita, perfectamente combinada con la que supo también darnos su compañera de cartel, que por si todo esto fuera poco, se unió a ellos en el escenario para recrear juntos la versión de Leonnard Cohen, aquel "Dance me to the end of love" que ella grabara en su primer disco en solitario, el magistral "Been here and gone" (2001), con unos "lalalas" que claro, perpetrados entre los tres inundaron de emoción el auditorio. Una auténtica pasada, que sirvió de broche perfecto para esta preciosa velada de domingo. Cosas asà hacen que el sofá del salón no sea tan agujero negro y de vez en cuando se pueda escapar de él. Qué maravilla!
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