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martes, febrero 13, 2018

Thalia Zedek + Damon & Naomi. 11/02/2018, Sala 16 Toneladas, Valencia.

Inmejorable manera de pasar un domingo tarde de invierno al cobijo de la sublime intensidad de tres veteranos y enormes artistas, que hicieron honor a un pasado glorioso sin perder en absoluto vigencia.



Tengo que reconocerlo. Cada domingo se me hace más difícil moverme de casa. Cuando llega la tarde es como si una fuerza magnética irresistible me forzara a quedarme en ese agujero negro, ese maldito triángulo de las Bermudas, que es el sofá de mi salón. Aunque hay ocasiones en que luchar con todas mis fuerzas contra ese inevitable apoltronamiento de papá cuarentón, ha merecido la pena.

Cuando lo he conseguido, como en el caso que os vamos a contar aquí, he agradecido descubrir que el mundo de los conciertos en el crepúsculo del fin de semana es más que placentero. Acudir con amigos el día del señor a escuchar música de esa que no cabría, por sutileza, por suavidad, en un sábado noche, es un placer gourmet. Uno recibe las cosas sin prisa, con el deleite y paciencia del que sabe que al día siguiente vuelve la infame realidad y por tanto hay que aprovechar el momento. Me pasó con Laura Cantrell, hace tiempo y este pasado domingo me volvió a pasar.

No era para menos la ocasión. Pocas veces, al margen de festivales, vemos juntos en un mismo cartel tres nombres como los que se veían en el bonito letrero luminoso de la puerta de la valenciana sala 16 Toneladas: Thalia Zedek, al margen de su participación en bandas de punk  como los nunca suficientemente bien alabados Come, ha demostrado con su carrera en solitario, desde principios de este siglo, ser una de las cantautoras más brillantes de su generación. Con una actitud y personalidad fuera de toda regla.

Lo mismo podríamos decir de Damon Krukowski y Naomi Yang, los que fueran 2/3 de Galaxie 500, una de las bandas fundamentales para entender el rock independiente o alternativo de los años 80 y 90, que tras su separación de Dean Wareham han llevado una trayectoria como Damon & Naomi que ha sido un ejemplo de independencia, brillantez y militancia en una forma personal y delicada de ver las cosas.

Uniones como esta son las que hacen la fuerza, por eso la entrada fue más que aceptable teniendo en cuenta las horas, el día y la propuesta. Además, la organización, como viene siendo habitual tratándose de Tranquilo Producciones, fue seria y anunció con suficiente antelación horarios de apertura de puertas y comienzo de cada actuación, los cuales cumplieron a rajatabla. Que cunda el ejemplo.


Entrando en el recinto, se podía ver junto a la mesa de merchandising, a una Thalia Zedek enjuta, ajada por los años. No es de extrañar, es una mujer que anduvo por el lado salvaje demasiado tiempo, castigada por diversas adicciones. Pero eso no fue inconveniente en absoluto para que su figura, al subir puntualmente al escenario, fuera imponente. Armada de su vieja guitarra, que lucía una pegatina con el slogan "FCK NZS" (rellenen ustedes mismos los huecos con las vocales correspondientes), derrochaba tal carácter que el hecho de que saliera sin su banda habitual, carecía completamente de importancia.

Cuando alguien toma al asalto con tanta convicción un repertorio ya de por sí soberbio y además, descubre, con la desnudez de la instrumentación, esas sencillas pero magníficas maniobras con la guitarra que dan forma a sus composiciones, uno no puede más que abrir la boca de par en par. Su espectáculo, pese a su garganta cascada -circunstancia por la que pidió perdón- empezó ya arriba y fue subiendo enteros durante todo el rato que estuvo sobre el escenario, en total unos cuarenta minutos de emoción descarnada, intensidad al límite y complicidad con un público obnubilado ante tal despliegue de maestría. Por momentos parecía levitar, tanto ella como nosotros.

Y no se engañen: no fue un concierto acústico, fue un concierto de ROCK en toda su magnitud, en todo su estallido. Thalia se dejó el alma y lo que le quedaba de voz en unas canciones que viajaban constantemente de la tormenta a la tempestad y no concedieron respiro: "Fell so hard", "Walking in time", alguna nueva como "Fighting season" o una versión de una banda amiga de Baltimore, los recomendables Arbouretum, titulada "People flock not to the good", sonaron desgarradas, fuertes y tan sentidas, que nos dejaron atónitos.


Sin más concesiones, la Zedek abandonó el escenario y la pareja de Boston se apresuró a subir a él, entre bromas sobre el arroz a banda que se habían comido aquél mediodía. Se les veía contentos y relajados, extremadamente amables y cercanos. Tomaron su guitarra acústica de doce cuerdas él y el  piano Nord Electro ella y sin dilación comenzaron a entrelazar en perfecta armonía dos voces que se conocen tantos años, que están casi ensambladas. Da gusto ver a una pareja que se nota tan bien avenida hacer música, porque convierten un concierto en una liturgia casi familiar. Toda una misa de domingo sin santos ni curas que la estropeen.

El ensamblaje no sólo fue perfecto entre ellos, también el público participó de la complicidad de una música que se sabe atemporal, bella y perfecta. Al igual que su compañera de gira, no hubo concesiones al pasado, ni falta que hacía. Sus propuestas se sostienen por sí solas y la vigencia de unos y otra es incuestionable. Así lo atestiguan, en el caso de Damon & Naomi, canciones tan imponentes como "How do I say goodbye", "Judah and the Maccabees", "Lilac land", "Turn of the century" o la única representación de su último trabajo hasta la fecha, un "Fortune" que según dijeron es banda sonora de un film mudo dirigido por Naomi.

Habrá que ver eso, pero de lo que no hay duda es que la pareja supo brindarnos una velada exquisita, perfectamente combinada con la que supo también darnos su compañera de cartel, que por si todo esto fuera poco, se unió a ellos en el escenario para recrear juntos la versión de Leonnard Cohen, aquel "Dance me to the end of love" que ella grabara en su primer disco en solitario, el magistral "Been here and gone" (2001), con unos "lalalas" que claro, perpetrados entre los tres inundaron de emoción el auditorio. Una auténtica pasada, que sirvió de broche perfecto para esta preciosa velada de domingo. Cosas así hacen que el sofá del salón no sea tan agujero negro y de vez en cuando se pueda escapar de él. Qué maravilla!















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