Un buen concierto, para ser disfrutado de pleno, no debe ser
solo empuje, desenfreno y apasionamiento. Es más, a estos tres términos podrían
aplicarse varios grados y formas, y seguro que todos igual serían igual de
disfrutables. Porque en esto de la música se puede entender como cada uno
estime conveniente siempre que el convencimiento en lo que se hace y la entrega
absoluta a la causa elegida sean el norte que mueva el motor creativo. Pasar
casi dos horas pendientes de lo que hacen, y cómo lo hacen, en el escenario
unos músicos concentrados y llenos de sentimiento es un extraño placer que poco
tiene que ver con la fiesta habitual a la que se asocia la asistencia a una
sala de conciertos. La intensidad y la emotividad que suelen acompañar la
escucha de las canciones de Ricardo Lezón, todavía líder de los imprescindibles
McEnroe, está siempre en consonancia con lo que esperamos de una actuación de
sus características: Dibujos del alma trazados con líneas suaves de guitarra,
retazos de nostalgia envueltos en susurros a medio terminar, ojos entrecerrados
al comienzo de cada estrofa. La diversión, paradójicamente, está asegurada.
Ha
grabado el vasco seis discos tremebundos con su banda, otro a medias con The
New Raemon (del que rescata en vivo perlas como ‘Gracia’) y un experimento de
profundo calado bajo el alias de Viento Smith, por lo que no estamos hablando
de alguien que se tome el oficio a capricho. Lezón es un artesano de la música,
poeta y trovador inquieto que ha publicado ya su primer poemario y aprovecha
cualquier descanso del grupo que le ha dado vida artística para grabar, cosas
de la incontinencia, un conjunto de temas que no podían esperar más en la
nevera. Los está paseando por media España y, cómo no, tenía que detenerse en
Córdoba para visitar a los amigos y conocidos que tiene en la ciudad y de paso
disfrutarla como se merece. En la sala Hangar lo acompañó de milagro su
escudero habitual a la batería Edu Guzmán, aterrizado en suelo andaluz con el
tiempo justo para ponerse tras las baquetas, la entente formada por otros
hermanos Guzmán, Txomin a la guitarra y Miguel al bajo, y las teclas necesarias
de Jimi Arteche. Una banda sobria y sobrada para recrear los crescendos a los
que algunos de sus temas nos tienen acostumbrados y poner en evidencia la
fuerza poética de ‘Ella baila’, la belleza pop de ‘La paz salvaje’, el aliento
clásico de ‘Chet Baker’ o la explosión final de ‘Arena y romero’. Suenan
radiantes otros como ‘El momento’, ese momento en que todo encaja, en que todo
es cierto, o la noche dulce de ‘Lamento’. Todo parece quebrarse en su escasa
garganta y en los atavíos casuales de un tipo gigantesco tocado con una gorra
con la que parece querer ocultar tantos sentimientos en carne viva.
Son
muchos los momentos en que se alternan ambientes acústicos y eléctricos. En
‘Lobos’ y ‘Noche en Noviales’, sendos retratos rurales del entorno en el que
grabó el primer y hasta ahora único disco a su nombre, o en ‘La palma’, obvia
incursión en la discografía de su grupo, completada con ‘La cara noroeste’,
‘Como las ballenas’ y ‘La electricidad’. Sorprende escuchar ‘Las últimas
semanas’, una composición para Helicon, otro de los proyectos en la agenda
imparable de este señor al que dentro de poco le faltarán no solo semanas, sino
también días y horas para sacar adelante todas sus ocurrencias. Y serán
bienvenidas, no obstante, sobre todo cuando sabes que pocas veces va a dejar de
convencerte. Hasta se puede disfrutar de un cierto silencio entre canción y
canción, un hecho bastante elocuente valga la paradoja, e inaudito por lo
inhabitual que suele ser ver disfrutar al respetable sin pretender cantar mejor
ni más alto que el de al lado, un mal necesario que otros no somos demasiado
proclives a compartir.
A la
música de Ricardo Lezón no le falta lo que algunos pueden achacarle. Esa falta
de punch no es tal si se sitúa el
oído en la zona adecuada, y la extraña melancolía –tristeza impostada la llaman
algunos- que puebla sus versos y acordes no son más que la depuración de un
sentimiento que lo impulsa a crear sin mayor objetivo que el de espantar a sus
fantasmas y, si puede ser, los de más de un oyente. A veces no es cuestión de
dar más sino mejor, y la gira de presentación de un disco tan maravilloso como
‘Esperanza’ es justamente eso, un acto de fe en unos presupuestos sólidos por
dentro y frágiles por fuera, con un ansia de perdurabilidad en las orejas y el
corazón de quienes lo saben escuchar que lo sitúa por encima de cualquier otra
pretensión. En él todo es natural, hasta la ronquera que amenaza con hacer
desaparecer el trémulo hilo de su voz.
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
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