Ricardo Lezón - Córdoba. Sala Hangar, 13.4.18

La voz de los maravillosos McEnroe tiene varios proyectos en paralelo, en solitario y en compañía de otros, y ahora hace acopio de todo su material para tocarlo por toda España con una banda que conserva y expande toda la esencia de sus canciones. El gran Ricardo Lezón toca y canta como siente, y eso es algo tan importante que prefiere susurrar su poesía en lugar de gritarla con una furia que nunca se echa en falta.


Un buen concierto, para ser disfrutado de pleno, no debe ser solo empuje, desenfreno y apasionamiento. Es más, a estos tres términos podrían aplicarse varios grados y formas, y seguro que todos igual serían igual de disfrutables. Porque en esto de la música se puede entender como cada uno estime conveniente siempre que el convencimiento en lo que se hace y la entrega absoluta a la causa elegida sean el norte que mueva el motor creativo. Pasar casi dos horas pendientes de lo que hacen, y cómo lo hacen, en el escenario unos músicos concentrados y llenos de sentimiento es un extraño placer que poco tiene que ver con la fiesta habitual a la que se asocia la asistencia a una sala de conciertos. La intensidad y la emotividad que suelen acompañar la escucha de las canciones de Ricardo Lezón, todavía líder de los imprescindibles McEnroe, está siempre en consonancia con lo que esperamos de una actuación de sus características: Dibujos del alma trazados con líneas suaves de guitarra, retazos de nostalgia envueltos en susurros a medio terminar, ojos entrecerrados al comienzo de cada estrofa. La diversión, paradójicamente, está asegurada.

Ha grabado el vasco seis discos tremebundos con su banda, otro a medias con The New Raemon (del que rescata en vivo perlas como ‘Gracia’) y un experimento de profundo calado bajo el alias de Viento Smith, por lo que no estamos hablando de alguien que se tome el oficio a capricho. Lezón es un artesano de la música, poeta y trovador inquieto que ha publicado ya su primer poemario y aprovecha cualquier descanso del grupo que le ha dado vida artística para grabar, cosas de la incontinencia, un conjunto de temas que no podían esperar más en la nevera. Los está paseando por media España y, cómo no, tenía que detenerse en Córdoba para visitar a los amigos y conocidos que tiene en la ciudad y de paso disfrutarla como se merece. En la sala Hangar lo acompañó de milagro su escudero habitual a la batería Edu Guzmán, aterrizado en suelo andaluz con el tiempo justo para ponerse tras las baquetas, la entente formada por otros hermanos Guzmán, Txomin a la guitarra y Miguel al bajo, y las teclas necesarias de Jimi Arteche. Una banda sobria y sobrada para recrear los crescendos a los que algunos de sus temas nos tienen acostumbrados y poner en evidencia la fuerza poética de ‘Ella baila’, la belleza pop de ‘La paz salvaje’, el aliento clásico de ‘Chet Baker’ o la explosión final de ‘Arena y romero’. Suenan radiantes otros como ‘El momento’, ese momento en que todo encaja, en que todo es cierto, o la noche dulce de ‘Lamento’. Todo parece quebrarse en su escasa garganta y en los atavíos casuales de un tipo gigantesco tocado con una gorra con la que parece querer ocultar tantos sentimientos en carne viva.

Son muchos los momentos en que se alternan ambientes acústicos y eléctricos. En ‘Lobos’ y ‘Noche en Noviales’, sendos retratos rurales del entorno en el que grabó el primer y hasta ahora único disco a su nombre, o en ‘La palma’, obvia incursión en la discografía de su grupo, completada con ‘La cara noroeste’, ‘Como las ballenas’ y ‘La electricidad’. Sorprende escuchar ‘Las últimas semanas’, una composición para Helicon, otro de los proyectos en la agenda imparable de este señor al que dentro de poco le faltarán no solo semanas, sino también días y horas para sacar adelante todas sus ocurrencias. Y serán bienvenidas, no obstante, sobre todo cuando sabes que pocas veces va a dejar de convencerte. Hasta se puede disfrutar de un cierto silencio entre canción y canción, un hecho bastante elocuente valga la paradoja, e inaudito por lo inhabitual que suele ser ver disfrutar al respetable sin pretender cantar mejor ni más alto que el de al lado, un mal necesario que otros no somos demasiado proclives a compartir.

A la música de Ricardo Lezón no le falta lo que algunos pueden achacarle. Esa falta de punch no es tal si se sitúa el oído en la zona adecuada, y la extraña melancolía –tristeza impostada la llaman algunos- que puebla sus versos y acordes no son más que la depuración de un sentimiento que lo impulsa a crear sin mayor objetivo que el de espantar a sus fantasmas y, si puede ser, los de más de un oyente. A veces no es cuestión de dar más sino mejor, y la gira de presentación de un disco tan maravilloso como ‘Esperanza’ es justamente eso, un acto de fe en unos presupuestos sólidos por dentro y frágiles por fuera, con un ansia de perdurabilidad en las orejas y el corazón de quienes lo saben escuchar que lo sitúa por encima de cualquier otra pretensión. En él todo es natural, hasta la ronquera que amenaza con hacer desaparecer el trémulo hilo de su voz.




























Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney

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