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Foto: María Carbonell |
En muy breve espacio de tiempo, el periodista madrileño afincado desde su infancia en València, ha dado a luz varios interesantes libros alrededor de la música pop. Así, tras Indie & Rock Alternativo. Historia, Cultura, Artistas y Álbumes Fundamentales (Ma Non Troppo Ediciones, 2017) y Tres Minutos De Magia. Una Historia Del Power Pop Y La New Wave (Efe Eme, 2018), llega No Olvides Las Canciones Que Te Salvaron La Vida, un libro, nuevamente editado por Efe Eme, en que abandona su habitual tono ensayístico para adentrarse en un terreno autorreferencial, repasando su vida a través de un puñado de canciones, que van desde 1989 hasta el presente año. Una radiografía personal bastante profunda, en la que por supuesto también hay sitio para hablar de discos, periodismo, lugares y cambios sociales. Un valioso documento por parte de la que es sin duda una de las firmas periodísticas más certeras y brillantes a la hora de hablar de música en nuestro país, pues en esta ocasión presenta un perfil diferente y más aventurero con respecto al que nos tenía acostumbrados. Con su amabilidad habitual, Carlos se ha prestado a responder a un nutrido cuestionario, que creemos que puede servir como reclamo perfecto para despertar el apetito por el que sin duda es uno de los libros del año en cuanto a pop se refiere.
En el libro dedicas
todo un capitulo a hablar de la memoria, de “presevar el recuerdo de lo que
hemos sido...para entender quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí".
¿Son las canciones para ti una especie de regla mnemotécnica que te ayuda a
recordar o algo así como un conservante que mantiene los recuerdos intactos?
Por suerte, hasta
ahora la memoria me ha respetado bastante a la hora de recordar fechas,
acontecimientos, historias. No llego a los recuerdos a través de las canciones,
no. Digamos que ellas forman parte de un todo. Aunque sí es inevitable que
algunas las tenga asociadas a determinados momentos del pasado. Pero ojo,
porque eso también puede cambiar: muchas canciones tienen varias vidas, y las
podemos encajar de forma distinta según la época y nuestro momento vital. Puede
que aquello que nos dijeran hace 20 años se haya transformado ahora en otra
cosa.
Memoria, que no
nostalgia....
Claro. Es inevitable
que haya un cierto tinte nostálgico en algunas de las cuestiones de las que
escribo, y que viví hace décadas. Pero el libro tiene también un contenido muy
actual en los últimos capítulos, los más cercanos en el tiempo. Siempre digo
que la nostalgia solo es nociva si resulta inmovilizadora. Si no te hacer vivir
colgado del pasado. Todo en su justa medida.
Este formato, imagino
que intencionadamente, se aleja en cierto modo de tu trabajo como periodista
musical. ¿Podemos entender esta como una primera incursión en la literatura,
aunque su excusa sea la música?
La literatura me
infunde demasiado respeto como para pensar que lo mío lo sea. Digamos que hay
veces en que uno necesita no aburrirse de sí mismo ni aburrir al lector, y está
bien cambiar de registro, y planteárselo incluso como un reto.
¿Ha sido difícil salir
de esa “zona de confort” que para un profesional del medio como tú deben ser
las crónicas, reseñas o sesudos artículos de opinión?
Genera una
introversión a la hora de escribir que sí que puede suponer un esfuerzo
respecto a los géneros periodísticos habituales. Necesitas aislarte más. Pero
también la recompensa es mayor. Lo que voy a decir suena a frase de Paulo
Coelho o de esas que se pueden leer en los sobres de azúcar, lo siento, pero es
que es verdad: hacer un libro así te ayuda a conocerte mejor a ti mismo. Y te
quedas muy a gusto.
¿Qué has descubierto de
ti mismo, positivo o negativo, al escribir todo esto? ¿Ha sido positivo
recapitular tu vida a través de todas estas canciones, una especie de
auto-exorcismo?
Pues te puedo decir
que me ha servido para darme cuenta, por si aún hacía falta, de que mi vida
hasta ahora no ha estado nada mal. Me considero una persona afortunada.
Llama la atención que
un reconocido fan como tú de The Smiths, a los que además parafraseas en el
título del libro, no incluya ninguna de sus canciones como una de las elegidas
para enmarcar su vida, con toda la carga emocional que prácticamente todas
ellas contienen.
Ya les he tomado
prestado el título del libro, que me parece un guiño muy significativo. Su obra
creo que tiene un magnetismo global, en su conjunto, con lo que tampoco me
nacía la idea de asociar una canción a un momento determinado. Y al fin y al
cabo, no se trataba de listar una colección de favoritas. Tampoco están Prefab
Sprout o The Blue Nile, por ejemplo, grupos que han significado mucho para mí.
Bastante más que otros que sí que aparecen. Aquí la música se supedita al
relato, y no al revés.
Al leer el libro no
puedo evitar que me vengan a la cabeza (y de hecho tú mismo citas alguno de
ellos en el libro) por ejemplo Cien
Violines, de Kiko Amat, o incluso Lost In Music, de Giles Smith, que aunque de
manera diferente, también usaban la música como pretexto autobiográfico. ¿Eras
consciente de estos referentes a la hora de empezar el libro o la idea surgió
sin más?
Sí, sobre todo Mil
Violines de Kiko Amat y 31 canciones de Nick Hornby. Eran los más
cercanos en cuanto al formato, a capítulo por canción. Obviamente, luego cada
cual tiene su estilo y su forma de escribir. También hay periodistas, que son
auténticos referentes para mí, que saben escribir en primera persona a las mil
maravillas, aunque lo hagan de forma más esporádica, diseminando ese tipo de
escritura en artículos en prensa y no –
generalmente – en libros: Ignacio Julià, Rafa Cervera, Jaime Gonzalo, Santi
Carrillo, Diego A. Manrique... supongo que algo de todos ellos me puede haber
influido.
También resulta
peculiar que guardes recuerdos para canciones inicialmente tan fuera de
tu órbita, como Saturday Night, de Whigfield o Ready Pa Morir, de Yung Beef.
Claro, eso enlaza con
lo que te decía antes: sería absurdo, por egocéntrico, escribir exclusivamente
sobre 30 canciones que me hayan marcado. No soy un gurú ni nada por el estilo,
solo soy un periodista que trata de analizar lo que le rodea, desde un prisma
que inevitablemente es propio. Hay algunas canciones en el libro que me pueden
ser en principio indiferentes – e incluso tenerle tirria a alguna - pero me sirven para hablar de cualquier otro
asunto. Para mí, se trataba de hablar de la vida a través de las canciones. Y
no al revés.
En la portada, unos
típicos cascos de walkman noventeros (con su cable, sin bluetooth) cuelgan
sobre un fondo naranja. Otro guiño generacional y no es el único del libro. ¿Ha
habido una búsqueda consciente de conexión con gente de edad y vivencias
similares a las tuyas?
Esa portada obedece al
deseo, consensuado con la editorial, de alejarnos de eso que ahora se da en
llamar “puretas” de la música. Fundamentalistas, vaya. Esos cascos son más o
menos iguales que los que utilizo yo ahora, con mi mp3, pero podrían ser los
que utiliza ahora cualquier chaval con su móvil, o los que usábamos hace muchos
años con un walkman o un discman, indistintamente. No teníamos intención de
asociarlos a una década concreta. Aunque es lógico que quien haya crecido como
adulto en los noventa pueda sentirse algo más identificado con el contenido,
claro.
Da gusto ver cómo,
además del carácter eminentemente personal y generacional de estas páginas y
esta música, has tenido la humildad de distanciarte lo suficiente de todo ello
como para emprender también un retrato social que contextualiza todo lo que
cuentas.
Bueno, no lo he hecho
por humildad, sino porque sería absurdo no aprovechar mi bagaje como periodista
para poner también el foco en el contexto. O por aprovechar fragmentos de
entrevistas que he hecho a músicos, y que venían al pelo. Lo que sí que he
hecho por humildad, en todo caso, sería el intentar reírme de mí mismo en más
de una ocasión a lo largo del libro. Si no, esto sería infumable. Un solemne
egotrip, que no es lo que pretendía.
En la introducción del
libro hablas del sesgo de la primera persona, como una de las grandes normas
del "buen" periodismo musical. No obstante, me da la impresión de que
muchos lectores cada vez más dirigen sus miradas a aquellos que hablan en
primera persona de la impresión que les causa la música que escuchan, como
buscando una relación más directa con lo que se cuenta. ¿Es este libro un
primer paso para introducir en tu carrera este uso de la primera persona o
continuarás siguiendo a rajatabla dicha máxima?
No, no pienso que
quien escriba en primera persona haga peor periodismo musical. Yo no comparto
esa forma de escribir, como norma general. Pero respeto a quien la practique.
Lo de no escribir en primera persona no es una ley que me marque a rajatabla.
Pero sí que es cierto que cada vez interesan más los escritos en primera
persona. Aquí, y también fuera, estamos más acostumbrados a que en formato
libro sean escritores – que de vez en cuando escriben de música – o los propios
músicos quienes lo hagan, y no tanto los periodistas.
¿Con todo lo que tienes
que escuchar, digamos, obligatoriamente, por motivos de trabajo, realmente
encuentras tiempo a la semana para reencontrarte con viejos discos o escuchar
música por mero disfrute?
Sí, me cuesta, pero
sí. Lo encuentro a veces. Nunca hay que dejar de volver a esos discos que te
acompañan siempre.
Me gustaría que
hicieras el esfuerzo de destacar un capítulo/canción del libro que sientas que
condensa todo el sentido del mismo.
Prefiero que el lector
que lo adquiera haga el favor de leerlo entero. Todos son en cierto modo
indispensables para entenderlo. Puede que haya algunos de los que esté más
contento que de otros, pero eso mejor me lo guardo, jaja. Bueno, diré que quizá
el del año 2008 sea uno de los más redondos.
En el libro, claro,
aparece mucho tu ciudad, València, sus calles, su escena. De hecho, abre y
cierra el libro, al aparecer en su primer y último capítulo. ¿En qué te parece
que ha cambiado, para mal o para bien, València, durante todo el tiempo
retratado aquí?
Uff. Eso requeriría
otra entrevista entera. Digamos que se ha ido gentrificando, como casi todas
las grandes ciudades, y homogeneizando con franquicias y un turismo masivo que
ha cambiado el paisaje del centro de la ciudad. Por suerte, no hemos llegado al
extremo de otras ciudades, pero podría llegar a ocurrir. Culturalmente, creo
que es ahora mismo una ciudad muy viva, aunque también haya cierta
festivalización de la cultura, algo prácticamente inevitable. Pero me gusta
mucho comprobar que hay público en Valencia para casi todo, a veces cuando
coinciden varias ofertas similares en la misma noche y ves que están todas a
reventar. Se han abierto espacios públicos para la música, como pueda ser el
caso de La Pérgola de La Marina, entre otros, y eso es positivo. Otra cosa es
lo de las grandes giras internacionales: ahí esta ciudad sigue siendo poco
fiable. O solo fiable para algunas cosas que juegan sobre seguro, como puedan ser
el remember (en sentido amplio), la electrónica de saldo y el indie español de
postal. A veces se echa de menos una programación que se salga del sota,
caballo y rey. Tanto en invierno como, sobre todo, en verano. Salvo
contadísimas excepciones.
Me ha impactado mucho
el gran sentido del humor que despliegas en muchos pasajes del libro, algunos
realmente hilarantes. ¿Ha sido un reto afrontar todo esto con humor?
Bueno, eso me ha
resultado fácil. No ha sido el mayor de los retos. Me salió de forma muy natural.
Para mí, el mayor reto era equilibrar las tres dimensiones que se combinan en
el libro: la vivencia personal, la música pura y dura y el contexto social y
cultural. Que las tres fueran como tres caras de la misma realidad, sin
eclipsarse la una a la otra. Ese era el mayor desafío.
Una de las cosas que más me gustan del libro son algunas
recuperaciones importantes, al menos en mi opinión, que te marcas. Me ha sido
imposible no emocionarme con el capítulo dedicado a Él Niño Gusano, por
ejemplo. Al final, la identificación generacional funciona...
Creo que El Niño
Gusano ha sido una banda mucho más valorada con el tiempo, en parte también por
lo irrepetibles que fueron. Más aún desde que murió Sergio Algora, en 2008.
Cuando además so bandas que has visto crecer desde su primera referencia
discográfica, cuando apenas tocaban para 50 personas, más aún.
Confieso que has conseguido que resbale un poco la vista por las explicaciones musicales (sin que les encuentre nada que objetar, más bien todo lo contrario) en mi avidez de encontrar la parte personal de cada capítulo. Resulta que, al final, ya sea por afinidad o vete tú a saber por qué, tu vida nos interesa casi más que la música. ¿Has sentido pudor al desvelar según qué cosas?
No especialmente,
porque no cuento nada que no le haya pasado a cualquiera. Llega un momento en
el que uno ya, con cierta edad, pierde el pudor. Sí que es verdad que a lo
mejor hace cinco o diez años, me hubiera costado más. Y que cuando recibí el
primer PDF del libro, sentí una cierta impresión, como de decirme a mí mismo,
“ya no hay marcha atrás”. Cuando ves que todo ese se convierte en un libro
tangible, ya no hay remedio. Pero de verdad que al final esos momentos de
cierto pudor se evaporan por completo.
Últimamente escuché a un amigo decir que los críticos
musicales son las nuevas estrellas del rock ¿Qué piensas de esto?
Te preguntaría qué
clase de marihuana se fuma tu amigo, de verdad. ¿En 2019? ¿En serio?
¿Algún nuevo proyecto en marcha?
He terminado ya una
guía de la música disco, que saldrá publicada este año, seguramente en la
segunda mitad. Puede que después del verano, aún no lo sé.
Tal como has dicho en repetidas ocasiones,
estas no son necesariamente tus canciones favoritas, sino una serie de temas
que sirven para enunciar o ilustrar lo vivido. ¿Te atreves a señalarnos, para
acabar, una lista de las 10 canciones que jamás podrían faltar, por infalibles
para el baile, en una sesión de dj perpetrada por ti?
Eso ya depende mucho del tipo de sesión que haga. De la gente que escuche. Hay veces en las que toca amoldarse al garito o al público. Aunque sí que hay dos canciones que intento que no falten: “World Shut Your Mouth” de Julian Cope al principio y “Give Me Just a Little More Time” de Chairmen of the Board a mitad de sesión, en el ecuador de la noche, que es un momento en el que siempre me suelo acercar un poco a la música negra bailable, cosas de soul y funk. No sé muy bien por qué, será por capricho, pero pinchar ambas canciones se ha convertido en una especie de ritual.
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