Apoteósico desfile de temazos en una noche memorable y con grandes sorpresas, que reivindicó a los australianos como unos titanes del rock que se sitúan mucho más allá de la nostalgia ochentera.
“Queremos que el público sienta que ha visto el mejor concierto de su vida”. Qué boutade, que fanfarronada, dirán ustedes. Pero el caso es que así se lo decía Dave Faulkner, cantante de Hoodoo Gurus, de 62 años, al periodista Carlos Pérez de Ziriza en la entrevista que se publicaba este mismo mes en el magazine Beat Valencia.
Nada de fanfarronadas.
Del poder de la nostalgia para llenar recintos en la ciudad del Túria ya hemos hablado en sobradas ocasiones como para redundar ahora sobre el tema. Esta era una de esas citas en que los que anunciaba el cartel habían tenido un significado en “aquellos años”. El recuerdo de la Ruta, el dichoso remember, acuciando siempre con su poso, es capaz de congregar lo incongregable: un nutrido grupo de cincuentones y hasta sesentones que no suelen ir a conciertos y que sólo esperan una chispa, algo, que les retrotraiga a sus tiempos mozos en la discoteca.
Ésta, por supuesto, no era una excepción a esa regla. El clamoroso sold-out de entradas, anunciado semanas antes por la organización, llenaba el Loco Club de eighties heads hasta la bandera. Eso significa varias cosas: se habla mucho, se habla alto, se bebe lo que no se puede digerir, se levanta el móvil y se tapa con él a los de atrás para grabar algo que sale movido porque el sujeto de turno mientras lo hace da saltitos (doy fe de ello, aguanté algo así durante todo el concierto) y en definitiva, se hace todo lo que no se debe hacer en un espectáculo, si se respeta a los de alrededor y al artista que está ahí arriba.
Pero es igual, la gente quería fiesta. Y Faulkner y sus chicos salieron dispuestos a dársela. Yo, que nunca había tenido la oportunidad de verles, pero intento no caer en la dichosa nostalgia, me mantenía escéptico ante lo que podía encontrar. Como le comenté a alguien antes, mucho se tiene que torcer el tema para hacer un mal concierto con el apabullante listado de temas que conforman el repertorio de estos titanes del rock and roll melódico, pero claro, para transmitir correctamente la tralla que éstos proponen, la actitud deseable es más la de un veinteañero que la de un sexagenario y de ahí mi escepticismo.
Pero me desvío: decía que salieron dispuestos a repartir estopa. Con caras sonrientes, advirtiendo que no hablaban español y pidiendo perdón por haber estado 9 años lejos de nuestros escenarios (su última visita fue al Turborock en 2010) no se hicieron esperar más: I Want You Back hizo despegar a un volumen atronador la nave espacial en dirección a Marte en la que todos nos embarcamos durante las siguientes dos horas. Ya saben, Marte necesita guitarras.
Yo no cabía en mi asombro: ¿de dónde se saca a los 62 años tanta energía? ¿De dónde saca Dave Faulkner esa capacidad vocal desgañitante, más propia de un teenager? ¿Cómo se conserva la actitud tras tantos años tocando lo mismo?
La respuesta la tenía ante mis narices. Lo que hacían estos cuatro tipos no es sino respetarse a sí mismos, a su público y efectivamente, intentar que éste sienta que ha visto el mejor concierto de su vida, haciendo algo que no es humanamente posible, pero ellos consiguieron: tocar cada canción como si fuera la última, como si fuera el mejor de los bises.
Al infinito estribillo de I Want You Back siguieron la no menos infalible The Right Time y un Arthur, al igual que la inaugural recuperado de su primer álbum, que nos introdujo en los efluvios Glam que tanto gustan al líder y principal compositor de la banda. Las estructuras pop de Waking Up Tired y Another World dieron algo de respiro al volumen, que no a la intensidad, y dieron entrada al estreno de la noche: un Answered Prayers que va a formar parte del single que se edita el próximo viernes, constituyendo la primera referencia discográfica del cuarteto en casi diez años.
El estreno volvió a subir el volumen, que ya prácticamente no bajaría. Petardazo tras petardazo: la maravillosa redondez pop de Out That Door, los efluvios garajeros de In The Middle Of The Land (en mi opinión, punto álgido de la noche), la favorita de Faulkner, Death Defying, primera recuperación del apreciado lp Mars Needs Guitars, así como un Bring The Hoodoo Down cantado por el guitarrista, Brad Shepherd, y a partir de ahí, la cosa ya se puso realmente seria.
Como decía, tocar cada canción como si fuera el bis durante dos horas no es moco de pavo ni algo al alcance de cualquiera, pero si uno marida ACTITUD con la siguiente ristra de canciones, demuestra que se puede: Leilani, My Girl, What’s My Scene, Crackin’ Up, el esperadísimo hit ochentero Bittersweet, el otro, Come Anytime…. háganse un favor y prueben a poner todo esto junto en una playlist, verán cómo hierve la sangre, cómo sienten ganas de saltar, ganas de gritar, o bueno, dada la edad de la afición, de correr por la ruta del colesterol. Pocos autores son capaces de aglutinar una secuencia así y de sublevar a su público de la manera que lo hicieron con nosotros.
Para ese momento la delantera ya había organizado toda una melé a los pies del escenario. Todos sudando, dando empujones, derramando cerveza y rebuznando estribillos con el puño (o el dedo, algo que nunca entenderé) en alto. Y es que, aunque no lo crean, aún quedaba munición: la martilleante Tojo (premio para el batería y la luminotecnia), la funky Miss Freelove’69 en una versión vertiginosa, 1000 Miles Away y finalmente, la imprescindible Like Wow-Wipeout. ¿Alguien da más? Nadie, repito, nadie, puede dar más.
Bueno, pues ellos sí. Nadie esperaba, realmente, bises. No quedaba nada más que tocar, en apariencia. No se puede ir más allá de lo que estos tipos habían ido. No hay lugar más alto. No obstante, la gente aplaudía con ganas, normal, lo que había visto. Y oye, si cae algo, pues cae. Aunque parezca imposible. Por pedir que no quede.
Por pedir…
A nadie se le ocurriría pedir juntar a dos de las mejores bandas que has escuchado y visto en un escenario a modo de bis del mejor concierto de rock que uno haya contemplado en mucho tiempo. Pues creanme, eso fue lo que ocurrió: contra todo pronóstico, los cuatro aussies volvieron al escenario, por cierto como si nada hubiera ocurrido, como si no se hubieran tirado hora y media tocando al límite y de repente, Faulkner pronunció ante el micro estas dos palabras: Keith Streng.
Yo no podía dar crédito. ¿Cómo puede hacerse un bis de lo que había visto? ¿Cómo superarlo? Pues nada, sacando a tocar al guitarrista de la banda más festiva del planeta. El de los Fleshtones con su habitual cara de alucinado, sus cabriolas y su voz gritona, desgranó dos de sus tonadas, entre ellas un celebrado Way Down South y siguió con sus buenos amigos canguros hasta completar cuatro temas, a los que la potente Where Nowhere Is puso el broche final. O mejor dicho, desiderátum.
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