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viernes, julio 08, 2016

Los sonidos furiosos del Brexit.

Si algo bueno ha traído la salida del Reino Unido de la Unión Europea es que ha venido acompañada de una vuelta por parte de la música británica a la furia sónica y la denuncia social en la que probablemente constituya su era más dorada en muchos años y también la más rica estilísticamente: jazz, rock, hip hop o spoken word se dan la mano en una escena casi tan vibrante como la de finales de los setenta. En nuestro segundo artículo colaborativo, Marcos Rubio y Juanjo Frontera damos las que creemos que son las coordenadas sociales y musicales de esta era marcada por el Brexit. 


En junio de 2016 poco más del 50% del electorado británico dijo sí a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, algo que, tras varios retrasos

Nostalgia de las canciones de pop furiosas

Necesitábamos canciones pop con discursos tensos, con letras comprometidas, con ropa de mercadillo y valor para enfrentarse al discurso ganador de lo inevitable. Necesitábamos melodías valientes que nos defendieran frente al odio, el miedo y el desprecio de los que siempre nos verán como problema y no como parte de la solución. Necesitábamos letras que nos protegieran de un presente injusto, torcido, lleno de trampas, de ruido, de furia, de mentiras, de desigualdad, de odio. Un estado de cosas dirigido por los que siempre se sintieron con el derecho natural a triunfar en cualquier contexto y a ganar en cualquier situación. Ahora que hay grupos que disparan palabras que describen lo que sentimos, lo que amamos, lo que rechazamos y lo que anhelamos ya no estamos huérfanos. Ahora que volvemos a tener discos con historias que nos importan y versos que hablan de nuestra realidad, estamos preparados para pelear. 

La felicidad como acto de resistencia.

En mayo de 2016 en Dover apareció un mural pintado por Banksy donde un trabajador metalúrgico se llevaba por delante una de las estrellas de la bandera de la Unión Europea. El artista de Bristol dejó claro de manera magistral su desacuerdo con la deriva aislacionista elegida por su país. El sí al Brexit certificó el triunfo del No Future como respuesta a un presente que se había torcido. Frente a los riesgos, los miedos, las incertidumbres y la sensación de perdida buena parte de esa Middle England de la que hablaba Jonathan Coe en su novela de 2018, agitada por el sector más irresponsable del establishment y de los medios, optó por el repliegue sentimental y por la búsqueda de refugio en un pasado mítico que nunca había existido. El periodista Fintan O´Toole en el libro Heroic Failure ( Head Zeus, London, 2018) lo tiene claro, fue la generación del Punk la que con más entusiasmo apostó por el Brexit frente a las aspiraciones europeístas de los más jóvenes. Ahora tienen a Boris Johnson al mando, pero sus bromas ya no tienen gracia. La gestión de la Covid 19 despierta perplejidad, los datos económicos son de desplome histórico y la parálisis en las negociaciones con la UE parecen certificar la desorientación. Cada vez más británicos tienen la sensación de que nadie está al mando y de que Gran Bretaña va a la deriva. Anarquía en UK.

¿Es más duro perder un imperio o perder el futuro? 

A los jóvenes del She Loves You, del I Can´t Get Not Satisfaction y del Waterloo Sunset conquistar un presente confortable, un Estado del bienestar protector, una NHS del que sentirse orgulloso y un futuro modesto y optimista después de los desastres de la guerra y de los rigores de la postguerra les compensó. El crecimiento económico continuado, el lujo asequible del papel pintado en las paredes y la moqueta sucia escondiendo el suelo desgastado, la sociedad de consumo abriendo sus brazos a la clase obrera con la compra a plazos y la venta por catálogo, el pleno empleo y la reforma del retrete, la revolución de las costumbres, las series en blanco y negro, la minifalda, las vacaciones de verano, la psicodelia, las amebas, las telas orientales en Portobello Road, las drogas recreativas y la India como utopia de lo alternativo. El confort se hizo aburrido y hubo que recurrir al rímel, al glitter, al cabaret y a los zapatos de plataforma cuando ya empezaban a presentarse algunas dudas. En 1973 Reino Unido, Irlanda y Dinamarca se sumaron al proyecto europeo y se convirtieron en miembros de la CEE. Para entonces la subida del precio del petroleo comenzó a oscurecer el horizonte. Para muchos de aquellos jóvenes que se dieron de bruces con un tiempo tan sombrío como inesperado Unión Europea, crisis económica, cierres empresariales, ciudades moribundas como la descrita por The Specials y los paisajes arrasados por la desindustrialización siempre serían sinónimos antipáticos. Las canciones se llenaron de cielos tristes, de jóvenes deprimidos y de parejas destrozados por el amor.

¿Cuál fue la última generación de jóvenes ingleses que sonrió con optimismo antes de descubrir que la globalización tampoco sería la fiesta económica del crecimiento sin ciclos y sin crisis? Probablemente fue la del Brit Pop. Un laborismo amable y de pensamiento débil llegó al 10 de Downing Street tras décadas de neoliberalismo. Internet y los teléfonos móviles irrumpieron como utopías de libertad. La televisión por cable, el capuchino y la nueva cocina les hizo sentirse menos insulares. La Premier League comenzó a internacionalizarse. La BBC Radio1 rejuveneció su plantilla y los festivales de música volvieron a estar de moda mientras los artistas plásticos más airados, los Young British Artists ( YBAs), con Damien Hirst y sus animales en formol a la cabeza, consiguieron un éxito casi de celebrity tras aquella exposición de Sensation en la Royal Academy of Art. Top models en las revistas de tendencias y en las fiestas del Soho. Clubs de música exclusivos con franquicias en el Mediterráneo. Recuerdos de atardeceres de verano en el Café del Mar. Pastillas de colores y noches de carcajadas y cocaína. Todo parecía ir bien en la rejuvenecida Inglaterra de la segunda mitad de los noventa. Oasis, Blur, Suede, Pulp, Supergrass, el Big Beat, el UK Garage, el Drum and Bass y el Trip Hop para la desescalada. Hasta militar en la heroína en un squat de Glasgow junto Ewan McGregor podía tener su gracia y una banda sonora soberbia. Qué pena que llegará la guerra de Irak, las mentiras de las armas de destrucción masiva y el desencanto. La Gran Recesión de 2008 arrasó con esa Tercera Vía de Giddens, Blair y Campbell que había conseguido hacer cool al viejo laborismo hasta ser votado por un país de derechas. El poder volvió a manos de los ex alumnos de Eton como si ese fuera el orden natural de las cosas.

Si los productos de ficción son parte del subconsciente de una sociedad Black Mirror, Years & Years o esa historia romántica y terrible que es The End of the F***ing World nos hablan de un país con un estado de animo angustiado y pesimista. La amenaza terrorista que sacudió Londres, Manchester y otras ciudades europeas incrementó el miedo. La situación de millones de refugiados desesperados intentando llegar a Europa fue percibida como una amenaza. El deterioro de los servicios públicos devorados por los recortes, la caída de los salarios más modestos en aras de la flexibilidad laboral, la llegada de población del este de Europa para trabajar en invernaderos, mataderos, granjas, en la construcción y en el sector servicios fueron materiales inflamables para el discurso xenófobo y aislacionista. La perdida de posibilidades de las provincianas frente a la pujanza de la gran metrópolis y la casi independencia de Escocia en el referéndum agitaron el nacionalismo inglés. El incendio de la torre Grenfell en Londres el 14 de Junio de 2017 dejó 71muertos y certificó la existencia de una Gran Bretaña multiétnica y empobrecida que sólo interesaba en las secciones de sucesos. El partido conservador siguió con su particular guerra de poder mientras lo laboristas se salían del debate eligiendo al candidato más escorado a la izquierda tradicional y más confuso. Adiós al progreso, como advirtió el analista cultural Mark Fisher, el futuro quedaba cancelado.

También en las derrotas hacen falta las canciones. 

PJ Harvey advirtió en 2011 que Inglaterra estaba temblando y Kate Tempest usó sus versos y sus talento para fotografiar la desazón, el insomnio, la pérdida y la fragilidad de las sociedades desiguales. El Grime siguió con su relato alternativo alejado del discurso oficial y colectivos como Grime4Corbyn y figuras como Stormzy se movilizaron para respaldar al laborismo en las elecciones. Lo mismo hizo el festival de Glastombury y algunos artistas de la escena pop pero no pudieron evitar que la posición errática de su líder se saldara con una derrota histórica frente al ex alcalde de Londres. Las cosas iban mal y nos faltaban las canciones. Entre lo superficial, el narcisismo y la introspección el pop parecía pólvora mojada incapaz de interpelar a la dureza de la vida cotidiana. En el año 2015 el foco mediático detectó anomalías e iluminó a una extraña pareja de casi cuarentones que llevaban años fracasando con sus canciones de lírica agreste, historias de clase trabajadora, ritmos minimalistas de ADN post punk y actitud desafiante. Sleaford Mods llegaron desde Nottingham para contarnos realidades tan pegajosas como los suelos del pub y tan desagradables como los últimos tragos de una pinta caliente. La mariposa comenzó a aletear en los Midlands pero el terremoto post hardcore localizó su epicentro en el sur, desde Bristol Idles consiguieron con Brutalism ( 2017) y sobre todo con Joy as an Act of Resistance (2018) abrir una grieta definitiva entre los discursos más ensimismados y escapistas de los charts. La llegada de los dublineses Fontaines DC con el excelente Dogrel en 2019, un álbum de debut repleto de lluvia, poesía y trozos de la vida local, certificó que el tiempo de las canciones de pop furiosas había llegado. No todo está perdido.

Marcos Rubio.

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