En junio de 2016 poco más del 50% del electorado británico dijo sí a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, algo que, tras varios retrasos
Nostalgia de las
canciones de pop furiosas
Necesitábamos
canciones pop con discursos tensos, con letras comprometidas, con
ropa de mercadillo y valor para enfrentarse al discurso ganador de lo
inevitable. Necesitábamos melodías valientes que nos defendieran
frente al odio, el miedo y el desprecio de los que siempre nos verán
como problema y no como parte de la solución. Necesitábamos letras
que nos protegieran de un presente injusto, torcido, lleno de
trampas, de ruido, de furia, de mentiras, de desigualdad, de odio. Un
estado de cosas dirigido por los que siempre se sintieron con el
derecho natural a triunfar en cualquier contexto y a ganar en
cualquier situación. Ahora que hay grupos que disparan palabras que
describen lo que sentimos, lo que amamos, lo que rechazamos y lo que
anhelamos ya no estamos huérfanos. Ahora que volvemos a tener discos
con historias que nos importan y versos que hablan de nuestra
realidad, estamos preparados para pelear.
La felicidad como acto
de resistencia.
En mayo de 2016 en
Dover apareció un mural pintado por Banksy donde un
trabajador metalúrgico se llevaba por delante una de las estrellas
de la bandera de la Unión Europea. El artista de Bristol dejó claro
de manera magistral su desacuerdo con la deriva aislacionista elegida
por su país. El sí al Brexit certificó el triunfo del No Future
como respuesta a un presente que se había torcido. Frente a los
riesgos, los miedos, las incertidumbres y la sensación de perdida
buena parte de esa Middle England
de la que hablaba Jonathan Coe
en su novela de 2018, agitada por el sector más
irresponsable del establishment y de
los medios, optó por el repliegue sentimental y por la
búsqueda de refugio en un pasado mítico que nunca había existido.
El periodista Fintan O´Toole en el libro Heroic Failure (
Head Zeus, London, 2018) lo tiene claro, fue la generación del Punk
la que con más entusiasmo apostó por el Brexit frente a las
aspiraciones europeístas de los más jóvenes. Ahora tienen a Boris
Johnson al mando, pero sus bromas ya no tienen gracia. La
gestión de la Covid 19 despierta perplejidad, los datos económicos
son de desplome histórico y la parálisis en las negociaciones con
la UE parecen certificar la desorientación. Cada vez más británicos
tienen la sensación de que nadie está al mando y de que Gran
Bretaña va a la deriva. Anarquía en UK.
¿Es más duro
perder un imperio o perder el futuro?
A los jóvenes del She
Loves You, del I Can´t Get Not Satisfaction y del
Waterloo Sunset conquistar un presente confortable, un Estado
del bienestar protector, una NHS del que sentirse orgulloso y
un futuro modesto y optimista después de los desastres de la guerra
y de los rigores de la postguerra les compensó. El crecimiento
económico continuado, el lujo asequible del papel pintado en las
paredes y la moqueta sucia escondiendo el suelo desgastado, la
sociedad de consumo abriendo sus brazos a la clase obrera con la
compra a plazos y la venta por catálogo, el pleno empleo y la
reforma del retrete, la revolución de las costumbres, las series en
blanco y negro, la minifalda, las vacaciones de verano, la
psicodelia, las amebas, las telas orientales en Portobello Road, las
drogas recreativas y la India como utopia de lo alternativo. El
confort se hizo aburrido y hubo que recurrir al rímel, al glitter,
al cabaret y a los zapatos de plataforma cuando ya empezaban a
presentarse algunas dudas. En 1973 Reino Unido, Irlanda y Dinamarca
se sumaron al proyecto europeo y se convirtieron en miembros de la
CEE. Para entonces la subida del precio del petroleo comenzó a
oscurecer el horizonte. Para muchos de aquellos jóvenes que se
dieron de bruces con un tiempo tan sombrío como inesperado Unión
Europea, crisis económica, cierres empresariales, ciudades
moribundas como la descrita por The Specials y
los paisajes arrasados por la desindustrialización siempre serían
sinónimos antipáticos. Las canciones se llenaron de cielos tristes,
de jóvenes deprimidos y de parejas destrozados por el amor.
¿Cuál fue la
última generación de jóvenes ingleses que sonrió con optimismo
antes de descubrir que la globalización tampoco sería la fiesta
económica del crecimiento sin ciclos y sin crisis?
Probablemente fue la del Brit Pop. Un laborismo amable y de
pensamiento débil llegó al 10 de Downing Street tras décadas de
neoliberalismo. Internet y los teléfonos móviles irrumpieron como
utopías de libertad. La televisión por cable, el capuchino y la
nueva cocina les hizo sentirse menos insulares. La Premier League
comenzó a internacionalizarse. La BBC Radio1 rejuveneció su
plantilla y los festivales de música volvieron a estar de moda
mientras los artistas plásticos más airados, los Young British
Artists ( YBAs), con Damien Hirst y sus animales en formol a la
cabeza, consiguieron un éxito casi de celebrity tras aquella
exposición de Sensation en la Royal Academy of Art. Top
models en las revistas de tendencias y en las fiestas del Soho.
Clubs de música exclusivos con franquicias en el Mediterráneo.
Recuerdos de atardeceres de verano en el Café del Mar. Pastillas de
colores y noches de carcajadas y cocaína. Todo parecía ir bien en
la rejuvenecida Inglaterra de la segunda mitad de los noventa. Oasis,
Blur, Suede, Pulp, Supergrass, el Big Beat, el UK Garage, el Drum and
Bass y el Trip Hop para la desescalada. Hasta
militar en la heroína en un squat
de Glasgow junto Ewan McGregor podía tener su gracia y una banda
sonora soberbia. Qué pena que llegará la guerra de Irak, las
mentiras de las armas de destrucción masiva y el desencanto. La Gran
Recesión de 2008 arrasó con esa Tercera Vía de Giddens,
Blair y Campbell que había conseguido hacer cool al
viejo laborismo hasta ser votado por un país de derechas. El poder
volvió a manos de los ex alumnos de Eton como si ese fuera el orden
natural de las cosas.
Si los productos de
ficción son parte del subconsciente de una sociedad Black
Mirror, Years & Years o esa historia romántica y terrible
que es The End of the F***ing World nos hablan de un país
con un estado de animo angustiado y pesimista. La amenaza terrorista
que sacudió Londres, Manchester y otras ciudades europeas incrementó
el miedo. La situación de millones de refugiados desesperados
intentando llegar a Europa fue percibida como una amenaza. El
deterioro de los servicios públicos devorados por los recortes, la
caída de los salarios más modestos en aras de la flexibilidad
laboral, la llegada de población del este de Europa para trabajar en
invernaderos, mataderos, granjas, en la construcción y en el sector
servicios fueron materiales inflamables para el discurso xenófobo y
aislacionista. La perdida de posibilidades de las provincianas frente
a la pujanza de la gran metrópolis y la casi independencia de
Escocia en el referéndum agitaron el nacionalismo inglés. El
incendio de la torre Grenfell en Londres el 14 de Junio de 2017 dejó
71muertos y certificó la existencia de una Gran Bretaña
multiétnica y empobrecida que sólo interesaba en las secciones de
sucesos. El partido conservador siguió con su particular guerra de
poder mientras lo laboristas se salían del debate eligiendo al
candidato más escorado a la izquierda tradicional y más confuso.
Adiós al progreso, como advirtió el analista cultural Mark
Fisher, el futuro quedaba cancelado.
También en las
derrotas hacen falta las canciones.
PJ Harvey advirtió en 2011 que Inglaterra estaba temblando y Kate
Tempest usó sus versos y sus talento para fotografiar la desazón,
el insomnio, la pérdida y la fragilidad de las sociedades
desiguales. El Grime siguió
con su relato alternativo alejado del discurso oficial
y colectivos como Grime4Corbyn y figuras como Stormzy se
movilizaron para respaldar al laborismo en las elecciones. Lo mismo
hizo el festival de Glastombury y algunos artistas de la escena pop
pero no pudieron evitar que la posición errática de su líder se
saldara con una derrota histórica frente al ex alcalde de Londres.
Las cosas iban mal y nos faltaban las canciones. Entre lo
superficial, el narcisismo y la introspección el pop parecía
pólvora mojada incapaz de interpelar a la dureza de la vida
cotidiana. En el año 2015 el foco mediático detectó anomalías e
iluminó a una extraña pareja de casi cuarentones que llevaban años
fracasando con sus canciones de lírica agreste, historias de clase
trabajadora, ritmos minimalistas de ADN post punk y actitud
desafiante. Sleaford Mods llegaron desde Nottingham para contarnos
realidades tan pegajosas como los suelos del pub y tan desagradables
como los últimos tragos de una pinta caliente. La mariposa comenzó
a aletear en los Midlands pero el terremoto post hardcore localizó
su epicentro en el sur, desde Bristol Idles consiguieron con
Brutalism ( 2017) y sobre todo con Joy as an Act of
Resistance (2018) abrir una grieta definitiva entre los discursos
más ensimismados y escapistas de los charts. La llegada de los
dublineses Fontaines DC con el excelente Dogrel en 2019, un álbum de
debut repleto de lluvia, poesía y trozos de la vida local, certificó
que el tiempo de las canciones de pop furiosas había llegado. No
todo está perdido.
Marcos Rubio.
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