De esas cosas que pasan en Granada de vez en cuando, quizás
porque es una ciudad que tiene su magia, la pasada semana apareció un mensaje
en el Twitter de Carlos Sadness preguntando a sus seguidores por una terraza
para hacer un acústico sorpresa en Granada. A partir de ahí, todo expectación y
cientos de mensajes de respuesta reservando una de las pocas localidades del
reducido aforo que se anunció.
El sitio se comunicaría el último día aunque, eso sí, se
sabía que iba a ser una terraza en el centro de la ciudad y eso, siempre tiene
su aliciente. No creo que haya una sola azotea en la ciudad de la Alhambra con
malas vistas. El último día, para resolverla incógnita, se anunció que sería en
la terraza de Marquis Hotel, en pleno Realejo granadino. Y así, mirando a la
sierra, al atardecer, rodeado de un centenar de personas, Carlos Sadness
apareció entre la densidad del público para situarse en el rincón que se había
preparado para ellos y empezar una noche cercana y llena de música.
El artista, que venía directo desde el Weekend Beach y se
dirigía a otro festival en Madrid, hizo esta parada en la ciudad para pasar una
tarde distinta con sus muchos fans que, desde horas antes, ya hacían cola en la
puerta del hotel, para asegurarse su entrada al concierto.
Con muchas ganas de hacer algo especial y diferente, Carlos
Sadness comenzó un repertorio tranquilo pero con la alegría que caracteriza sus
letras, rodeado de dos de los músicos de su banda y avisando al público de que
cantaran bajito porque, al no estar amplificados, los de las últimas filas no
iban a poder escucharle.
Se creó así, un ambiente ideal, con el público sentado
alrededor de los músicos en el suelo, para compartir canciones llenas de
frescura y alegría, como los comentarios que Carlos Sadness va metiendo entre
tema y tema, con un público que iba cantando letras y estribillos, aunque
bajito, y a veces más alto animados por el propio cantante, que así lo indicaba
con las manos.
Un repertorio completísimo, de más de una hora, que daba
comienzo con una canción que habían improvisado esa misma tarde en la habitación,
a la vista del teléfono fijo de la misma y haciendo referencia precisamente a
eso. Con canciones como “Miss Honolulú”, “Perseide”, “Sputnik”, “No vuelvas a
Japón”, “Bikini” e incluso algunas que el público le pedía insistentemente,
como “Qué electricidad”.
Durante esta última tuvimos la suerte de ver caer desde el
cielo un enorme asteroide, una bola de fuego, que se deshizo en el cielo mientras
Carlos Sadness terminaba su canción y volvía a cantar, esta vez como venida a pelo “Perseide”,
con cambios improvisados en su letra, algo que suele hacer el artista con muy
buena respuesta del público que suele asistir divertido a esos momentos de
espontaneidad creativa.
Terminaba poco después, tras un par de bises pedidos con
insistencia, un concierto especial, un cara a cara con la gente que le sigue
especialmente en redes sociales, un concierto “secreto” que el último día fue
un “secreto a voces” en vista del centenar de personas que se dieron cita en la
terraza para disfrutar, más que de un concierto, de una experiencia refrescante
para un mes de julio especialmente caluroso.
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