La noche es verdad que no comenzaba muy bien: retraso de algo más de 15
minutos, con un Loco Club abarrotado, y las gentes que asistieron empezando a perder la
calma. Un poquito, tampoco mucho. No eran unos advenedizos los que se iban a
plantar en medio del escenario y ponerse a tocar vaya usted a saber qué. Se trataba
de una banda de culto, surgida del submundo cachemir angelino de California —el
Paisley Underground—, un movimiento musical —hay quien lo clasifica como
estilo/género— colaborativo, aunque sin formalizarse normativizado. Digamos que, al
igual que en muchas otras ocasiones, se trató de un brote poco menos que natural en
el sinuoso discurrir del río de la vida del rock, que irradió a territorios adyacentes;
coincidió con otros de muy semejante factura en el ámbito anglo. En el de Los Ángeles,
convergieron bandas como The Trhee O’Clock, The Long Ryders, The Bangles, Green on
Red... La mayoría incidían en el estilo y las formas sónicas; sin embargo, había
excepciones. Una de ellas era la banda formada por Karl Precoda, Kendra Smith,
Dennis Duck y Steve Wynn: The Dream Syndicate. El cuadro no era el original —solo se
mantienen Duck y Wynn desde su fundación—, pero la suprema calidad de la que
hacen gala en grabaciones y directos ha permanecido inalterable. Fueron los que se
colocaron en medio de la plataforma de Loco Club. Algo... ¿tímidos?, inicialmente.
Tardaron muy poco en asentarse, y el despiporre comenzó. The Dream Syndicate se
retiraron de la escena cachemir —la MTV era la que manejaba el cotarro— con media
docena de LP’s, uno de ellos, The Days Of Wine And Roses, el primero, su debut como
Sindicato Del Sueño, conspicua obra maestra. Volvieron a reunirse, afortunadamente,
dejándonos joyas desde 2012 por el camino. En estos álbumes facturan lo que se les
impidió en sus orígenes: guitarras incontrovertibles, con una base rítmica apabullante,
y unas letras constituidas en poesía pura. El cóctel resultante denota que han bebido
de ilustres fuentes, sabiendo marcar su propia personalidad, totalmente diferente a la
de su génesis, importa señalar.
Una de las influencias, no reconocida por la banda,
discutida, también, por expertos, es la de Bob Dylan. Resulta complicado apreciar esos
influjos; no obstante, las letras de Wynn, combinadas con sus correspondientes
acompañamientos instrumentales, devienen en una suerte de muy poderosos,
furiosos, procesos purificadores. Que fueron los que se estuvieron dando durante dos
horas sobre el escenario y entre las personas asistentes. A lo largo de la primera parte,
mostraron composiciones de sus discos más recientes —Ultraviolet Battle Hymns and
True Confessions (2022), eminentemente atmosférico; These Times (2019),
irónicamente, cargado de una psicodelia poco o nada practicada cuando aparecieron
en los años 80; al igual que en el anterior y otros, con la participación del ex Green On
Red Chris Cacavas...—. Fijan de forma meridiana, vaya, sin escrúpulos, una hoja de ruta
inmersa en la investigación y la aproximación a una amplia gama de estilos y géneros
diversos —incluido el jazz—, intachablemente armonizables con la poética onírica de
Wynn. Lo que no es moco de pavo, cabe decir.
Quince minutos de descanso, que no
restaron minutaje a las dos horas de bolo, y al turrón de nuevo. Y de qué forma.
Imperial, en tirereta, todos los cortes de su imprescindible The Days Of Wine And
Roses. Dejaron claro que no quieren retornar al pasado, reiniciando una trayectoria de
sentido único. Lo plasmaron, también, en su revisación conmemorativa, introduciendo
cambios medulares en casi todos los temas. ¿Mejorándolos? No. Tampoco lo
contrario. Suenan identificables, aunque diferentes. Lo que cabría pensar que para
gran parte de la concurrencia se conformara como una flagrante decepción, tras el
impacto inicial, deriva en una completa empatía hacia la banda. Cosa que no fue
dificultoso que se diera, con un Jason Victor espeluznante y quasi flemáticamente
galáctico, un Duck glorioso, un Walton sublime y un Steve Wynn totémico. Fabricando,
qué gónadas le echaron, un conciertaco que muy posiblemente nadie se esperaba. La
locura sicalíptica rompió la noche salvajemente con los dos impresionantes bises
regalados. The Dream Syndicate —nombre propuesto por Duck—coadyuvó aquella
velada en esa gran, perenne, agonía, afinadamente saludable, que custodia al rock desde sus raíces.
Texto y fotos: Antonio Pozo
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